La vida sigue igual

Domingo. Un día espléndido de enero: cielo azul, 24ºC de temperatura y ningún crucero en el puerto. Además, los flamboyanes comienzan a disfrazarse de verde y la vida de la ciudad transcurre en paz.

Pido un libro a Amazon. Introduzco en la batidora un trozo de papaya con la única naranja que me queda y bebo hasta la  última gota.

Salgo a la calle con unos envases de plástico y los deposito en el contenedor. Me animo y me dirijo al puerto, con la indolencia de los días en que no pasa nada. Intento escuchar algo de Dylan por los auriculares, pero todavía no he dado 20 pasos cuando se quedan sin batería.

Un rato más tarde, camino por la Avenida de Anaga, que ahora la han bautizado con el nombre de un presidente del Cabildo nombrado por los falangistas en 1939, un tal Paco no sé qué, porque en esta isla los pintores, los poetas y los músicos han sido tan rojos que ninguno merece ser recordado con una calle o una plaza importante.

Frente a mí, sobre un patinete, viene un padre acompañado por su hija de 8 años en bici:

–Ahora –dice ella–, cuando yo diga que paramos, tú paras, pero no me puedes tocar, porque yo soy quien pongo las reglas.

El padre asiente con la cabeza, obediente y orgulloso de la determinación de la niña. Yo pienso en el futuro de ambos y aprieto el paso. 

Delante mío, un treintañero resopla mientras hace un remedo de carrera sin lograr separar los zapatos del suelo. Frente a él corre otro tipo con el torso untado de aceite, que levanta las rodillas de manera exagerada, mirando alrededor para aquilatar cuánta admiración desprenden los ojos de los paseantes.

Pero, ¡ay!, hoy hay overbooking en la avenida y a las 12 de la mañana pasea media ciudad bajo los laureles de India. Un señor cincuentón lleva el brazo izquierdo extendido y sobre su mano descansa la mano arrugada de una mujer centenaria, vestida de negro, cuya solemnidad me inclina a pensar que se dirigen al baile de la Cenicienta.

2 mujeres jóvenes parecen tan normales que las tomo por agentes secretas. Un perrito de 20 cm corre como un torpedo entre los pies de la gente. 10 bañistas se solean junto a las petroleras aguas del puerto…

Sin novedad en la retaguardia.

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