Parada de Puerto Rico en Nueva York

Hoy, como cada año, los emigrantes puertorriqueños organizan un gran desfile en el corazón de Nueva York. Durante horas, desfilan al son de su música, bailando, cantando, ondenado banderas boricuas, saltando en sus carrozas engalanas y ruidosas, en fin, haciendo sentir su presencia en la Manhatan vertical.

Les aseguro que para un espectador ajeno a la Gran Manzana y a Puerto Rico, se trata de un espectáculo tan sorprendente como esperado, tan gráfico como críptico, tan… Quiero decir que uno no sabe a qué atenerse con la información que le entra por los oídos y por los ojos.

Según parece, los mismos puertorriqueños tampoco se ponen de acuerdo sobre el significado, la conveniencia o la inconveniencia del espectáculo. Mientras unos ponen sobre la mesa toda clase de argumentos para defenderlo, otros lo critican ferozmente. A veces, las razones para defenderlo y criticarlo son las mismas: la identidad.

No he conocido a ningún pueblo que más nombre y debata su identidad que el de Puerto Rico. Libros, revistas, periódicos, canales de radio o de televisión, mítines políticos, conversaciones en los mercados, en los bares, en los restaurantes, en el hogar,… sacan a relucir el tema de la identidad, una vez y otra, desde hace un siglo y medio. Los puertorriqueños dan vueltas eternamente a su identidad como si fuera un sancocho, con la intención, quizás, de que no se les queme ni se les adhiera al caldero de los Estados Unidos, ahora, ni de España, antes.

Sin embargo, los habitantes de la Isla Bonita no se han puesto de acuerdo sobre qué hacer con su identidad, excepto ponerle música de salsa, de bomba, de plena o de reggaetton y envolverla en una bandera tricolor que les hace llorar cuando están lejos de su Borinquen querido. Y eso es lo que hacen en Nueva York, hoy, ahora mismo: añorar no se sabe qué, cantando, bailando y envolviéndose en su linda bandera por las avenidas neoyorquinas, con el aplauso de unos y el reproche de otros. Sin ponerse de acuerdo siquiera en qué es un boricua, qué un newyorican, qué un borinqueño y qué un puertorriqueño.

Todo lo cual, tal vez tenga su importancia y, tal vez, no; como el espanglish o como la música del adorado Ricky Martin, el cual tanto echa de menos a su Puerto Rico cuando lo recuerda en su palacio de Miami.

Cuando termine la «Parada», los emigrantes regresarán al «Barrio», cansados y, mañana, volverán a sus humildes puestos de trabajo, a esperar otro mes de junio para celebrar eufóricamente su platónica identidad, mientras retrasan cuanto pueden la vuelta a su isla madre, a su Ítaca, lo mismo que hizo Odiseo cuando terminó su trabajo en Troya.

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