La sexualidad que viene

Es la moda. Para numerosas personas, la sexualidad es episódica, coyuntural, sin que parezca tener importancia el antes y el después del encuentro, sin que ningún suceso o sentimiento del pasado influya para bien o para mal en la relación que se está desarrollando; como si la historia comenzase cada vez que se abren las sábanas y finalizara con el beso de despedida. Una especie de romanticismo insulano, rodeado por un mar vacío y desmemoriado. Una flor resplandeciente, rutinaria o mediocre, nacida en medio de un desierto, de una salina, de un océano o de una lámina de acero inoxidable. Un programa informático que puede repetirse, aleatoria e indefinidamente, cada vez que se enciende el ordenador, sin que importe nada cómo se ejecutó la vez anterior. Un episodio de James Bond, de Mortadelo y Filemón o de cómic americano, que siempre cambia los hechos pero, jamás, la personalidad del protagonista ni deja una huella que influya en la siguiente historieta.

Se trata de personas normales que desarrollan su vida como la mayor parte de la gente de su clase social, pero a quienes les resulta imposible establecer un auténtico nexo lírico con su pareja, por mucho tiempo que dure la relación. No son ni más ni menos infieles que el resto, pero con esa fidelidad o infidelidad que se tiene al pato a la naranja o a las natillas de la abuela; personas que parecen hechas para hacer buena la frase carpe diem, aunque les pese.

Esta especie de síndrome de Alzheimer amatorio no ha adquirido, quizás, la categoría de habitual; pero avanza a pasos agigantados y se instala en la sociedad, a medida que las generaciones van renovándose. Confieso que me ha costado tanto entender el fenómeno como verbalizarlo, porque una parte mía continúa más aferrada a los amores eternos (¿decimonónicos?), aunque sólo duren una semana, que a esos episodios lúdicos (¿proteómicos?), tipo paréntesis kit-kat, por mucho que se prolonguen en el tiempo.

Lejos de mí está cualquier discurso moralista, en uno u otro sentido: la evolución no es ética, sino matemática; únicamente, expreso mi desconcierto ante la normalización de algo que hasta hace poco creía propio de desajustes psíquicos. Sin embargo, no me ha quedado otra alternativa que admitir que este auge emocional episódico ha venido para quedarse, al menos, durante una larga temporada. Recibámosle, pues, como se merece.

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