Adolfo Suárez o la memoria extraviada

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Resulta paradójico que a Suárez, uno de los principales protagonistas de la Transición y depositario fundamental de su memoria, se le extraviasen sus propios recuerdos y se viera obligado a vivir largo tiempo en la zona gris del olvido, como si se tratara de un personaje ideado por Samuel Beckett para representar sobre un escenario la fragilidad de lo transitorio. Como si buscando el Paraíso hubiera subido a la cima de la montaña del Purgatorio de Dante para beber las aguas del río Leteo que borran la memoria. Quién sabe si igual que en el poema de Allen Ginsberg se bajó en una orilla llena de humo y se quedó allí mirando cómo la barca se perdía en las oscuras aguas del Leteo. ¡Quién puede saberlo!

Y parece, ahora, que las mesas de redacción están faltas de olorosas magdalenas y los periodistas no logran evocar la auténtica memoria. O no quieren. Por si esto fuera poco obstáculo para el afloramiento de la verdad, el hedor del dinero se propaga y, emulando al tango Cambalache, engrasa los ejes de la corrupción y todo lo inunda, todo lo contamina. Hasta la dolorosa Transición española se deconstruye y vuelve a armarse como un juguete de Lego, cambiándose de manera arbitraria las piezas y los colores, con el único fin de tergiversar la verdad histórica.

No obstante, la tozuda realidad se niega a desaparecer por completo. Quienes vivimos la época de la Transición sabemos de sobra que los hechos transcurrieron de manera muy diferente a como los grandes medios de comunicación tratan de «venderlos» en la actualidad.

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Quién sabe lo que Suárez habría dicho o escrito en su última etapa, si esa desgraciada enfermedad no lo hubiese afectado. Quién sabe si en un arranque de esa sinceridad que muchas personas tienen la final de su existencia, cuando la dignidad de la conciencia sustituye a las dignidades mundanas, habría contado con pelos y señales lo que muchos queremos saber sin que jamás nos hayan informado. Y no sólo me refiero al 23 de febrero.

No ha sucedido tal cosa, por supuesto. Ahora, el micrófono y la pluma se apresuran a suplantar la verdad real con medias verdades adulteradas, a canonizar y a demonizar por doquier, a decirnos en la cara y a tratar de convencernos de que todo lo que vimos y oímos no sucedió jamás.

Ironías del destino. Suárez, contra el que se manifestó tanta gente –y con tanta frecuencia– por su tendencia a favorecer a los grandes poderes económicos en detrimento de las clases humildes, ese mismo Adolfo Suárez González, cuya memoria personal se había perdido definitivamente, agonizaba a poca distancia de donde se desarrollaba la mayor manifestación de la historia española. Una multitudinaria manifestación convocada para protestar por las mismas injusticias sociales que hace algo más de treinta años se le echaban en cara al propio Suárez.

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La tumba de Suárez no está en Ávila; la tumba de Suárez es su memoria. Una memoria que yace desfigurada bajo una pesada losa de mentiras, una memoria maquillada con medias verdades.

Seamos sinceros. Lo cierto es que los ciudadanos de aquellos años detestaban a Suárez. Ahora, algunos lo venden como un líder amado por el pueblo, como un auténtico ángel democrático; sin embargo, nadie quiso darle su voto desde que fueron conocidas sus actuaciones como presidente. Ciertamente, Adolfo Suárez no era una alimaña política, pero tampoco un santo varón ni un político apreciado por su pueblo.

¡Qué falta de respeto, no sólo hacia el auténtico señor Suárez, sino hacia cuantos hemos vivido, gozado y padecido bajo su gobierno…, qué falta de respeto por parte de quienes están tergiversando su memoria, tratando de que sus elogios falaces terminen por imponerse como verdades! A veces, las mentiras, sobre todo las grandes mentiras, producen el efecto contrario al que se esperaba cuando fueron urdidas. Como un cuerpo arrojado al mar, terminan por salir a la superficie y mostrar sus heridas y su auténtico rostro.

Más allá de cualquier mixtificación, sólo resta esperar que descanse en paz Adolfo Suárez González y su memoria auténtica, con sus aciertos y sus errores, con sus luces y sus sombras. Con el mismo respeto que merece la mayor parte de los seres humanos. Son el mismo respeto que merece la verdad histórica.

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