Lincoln, la película


LINCOLN

Parece que a muchos críticos les aburre que un director de cine analice con minuciosidad y con lentitud un episodio histórico relevante. Leyendo sus artículos sobre la película Lincoln dan la impresión de que desearían reducir todas la negociaciones sobre la Decimotercera Enmienda de la Constiitución de los Estados Unidos a un solo plano del tipo «Mi caaasa» de ET. Sin embargo, es preciso detenerse y dejar que en la pantalla fluyan imágenes y diálogos que nos trasladen a la década de 1860, si deseamos enterarnos medianamente de lo sucedido.

Muchos, muchísimos críticos de cine, piensan que los planos cortos, los golpes orquestales y los diálogos monosilábicos son los ingredientes adecuados para obtener una buena película histórica. Está profundamente equivocados.

Lincoln es una excelente película que no sólo atrae al público norteamericano, sino a mucha gente interesada en la evolución de la lucha antiesclavista en todo el mundo: desde las consecuencias derivadas de la Revolución Francesa, con sus repercusiones en Haití o en isla Guadalupe –reflejadas en la genial novela de Alejo Carpentier–, pasando por las matanzas de esclavos negros en la Cuba española, hasta llegar al desmantelamiento del estado terrorista de Sudáfrica, con de la llegada de Mandela a la presidencia.

Mi opinión es que Lincoln parte de un buen guión, dirigido con la maestría de siempre por Steven Spielberg e interpretado por un reparto de actores que se han entregado por completo a su papel. Pudiéndolo haber hecho, Spielberg no nos ofrece un Lincoln Superstar, sino el retrato de un hombre enfrentado a los problemas de su época y a los de su propia familia. Ojalá pudiéramos conocer la historia de los países con muchas películas así.

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