No sé nada de Mubarak que pueda constatar de manera fidedigna. No creo en las televisiones, no creo en los trajeados presidentes europeos, no creo en las caras de alegría mentecata de los periodistas, no creo en Wikipedia, no creo en los militares egipcios, no creo en el insustancial Barak Obama, no creo en la mantequilla cada vez menos refrigerada de Zapatero, no creo en los chinos, no creo en la mafia rusa, ni en la vaticana ni siquiera creo en el I don’t believe de John Lenon. Lo siento. Todos han mentido demasiado. Por desgracia o por suerte, me siento ajeno a esa credulidad humana que supera cualquier nivel galáctico. Una credulidad (casi) igualada en cotas de magnificencia por las mentiras mediáticas.
Mubarak ha dimitido y, a los diez minutos, ha subido la Bolsa. Este dato, por sí solo, debería bastar para hacernos reflexionar, dudar, sospechar y desconfiar de todas las informaciones que nos llegan. Pero, hipnotizados por la televisión, ni dudamos, ni sospechamos, ni desconfiamos. Ni siquiera reflexionamos. Únicamente, aceptamos y creemos lo que se nos dice, esbozando una sonrisa de complicidad con los pringadillos amamantados por la antes denominada mass media. Al fin y al cabo, ya estamos entrenados para decir amén. A todo.
Durante treinta años, no he escuchado a uno de estos ahora documentadísimos locutores-presentadores una sola crítica hacia Mubarak por su comportamiento antidemocrático. Ni una sola. El hombre se presentaba a las elecciones, las ganaba y gobernaba. Nadie denunciaba en este país, me refiero al nuestro, que asesinaba a cientos de personas o que encarcelaba a la oposición. Al menos, yo nunca lo escuché. Sólo una izquierda minoritaria acusaba al gobierno egipcio de apoyar a los israelitas frente a los palestinos. Y, ya se sabe, que a la izquierda no hay que hacerle caso, sobre todo porque no la apoyan los banqueros ni los cardenales.
Ahora, transcurridas una semana o dos, todos estamos contra Mubarak: un dictador, un asesino, un loco ambicioso con intenciones de eternizarse en el poder, un faraón, en suma. ¿Y cómo sabemos todo eso hoy y antes no nos habíamos enterado? Lo diré –lo cual me servirá para hacer amigos en lo medios de comunicación–, aunque sea el único que lo diga: lo sabemos porque las cotorras de cada tele repiten lo que dicen otras teles, hasta llegar a la primera tele que lo dice. ¿Cuál es ésa? Eso sí que no lo diré, porque de momento no deseo vacaciones gratis en Guantánamo. Ni aun con avión fletado especialmente para mí. Que se lleven al responsable de Wikileaks, que se lo tiene bien merecido por haber violado, presuntamente, a todos los miembros de la familia real sueca. ¿O fue a la familia imperial rusa y al Kaiser Guillermo?
La vista de la plaza de la Liberación de El Cairo me recuerda al ambiente festivo que reinaba en Kabul el grandioso día que las tropas democráticas liberaron e hicieron feliz a Afganistán y, posteriormente, en Bagdad cuando, para instaurar la paz que ahora tanto bienestar proporciona a las víctimas diarias, el pueblo derribaba las estatuas de Husein y revestía con siete velos de baba los tanques americanos como si de bellas odaliscas se trataran.
Husein, como Mubarak, fue otro líder bueno que se convirtió en malo a golpe de tele y de cañón. Ya hemos visto el resultado de toda esa pantomima. La realidad es que Husein fue derribado cuando se le agotó el dinero para comprar armamento al Reino Unido y cuando le convino a cierta familia, con intereses cerveceros en Texas, para entrar en los negocios petroleros de Oriente Medio. ¿Sucederá lo mismo con Mubarak? Ahora, más que el tiempo, la guerra es oro. Actualizando la frase latina, podríamos aseverar: Si vis pecuniam, para bellum: Si quieres dinero, prepara la guerra.
Como he dicho al principio, no sé nada de Mubarak que pueda constatar de manera fidedigna. Me repito a mí mismo que no creo en las televisiones, no creo en los trajeados presidentes europeos, no creo en las caras de alegría mentecata de los periodistas, no creo en Wikipedia, no creo en los militares egipcios, no creo en el insustancial Barak Obama, no creo en la mantequilla cada vez menos refrigerada de Zapatero, no creo en los chinos, no creo en la mafia rusa, ni en la vaticana ni siquiera creo en el I don’t believe de John Lenon. Lo siento. Todos han mentido demasiado.
De manera que no me alboroza que Mubarak se vaya ni me alegraría más que se quedara. Disculpen el pesimismo y la sinceridad, pero ya sólo creo en la cultura como única esperanza para la humanidad.
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