Tú tienes más cuentos que Calleja

Portadas de cuentos editados por la Editorial Saturnino Calleja
 

Saturnino Calleja fue un editor que vendió innumerables ejemplares de cuentos para niños. A partir de 1876, comienzan a publicarse los Cuentos de Calleja, libritos muy baratos que contenían la traducción de obras infantiles ya publicadas en otros países. Tal fue su popularidad que pasó al lenguaje popular con una frase que ha llegado a nuestros días.

–Tiene más cuentos que Calleja –se dice de quien va contando mentiras por el puro placer de contarlas, para vendernos algo o, tal vez, para disculparse con historias inverosímiles.

La editorial de Saturnino Calleja se convirtió en un excelente negocio, especializado en la venta de libros baratos, de manera que pudo llegar a los rincones más alejados. Entre las obras que editó no podían faltar las recopilaciones de chistes.

Uno de esos ejemplares fue reeditado, como facsímil (es decir, presentándolo igual que la edición original), en el año 2010, por la vallisoletana editorial Maxtor. Se trata de una obrita con tamaño similar a una postal, 316 páginas, encuadernada en rústica, con algunos grabados en el interior y una sobrecubierta de papel. Su título es “Libro de los Chistes”, seguido de este largo subtítulo: “Floresta de la risa, repertorio de la sandunga. Agudezas gallegas, andaluzas y baturras. Gedeonadas, patochadas y burradas del género humano, recogidas por esos mundos de Dios, para curar a los hipocondríacos, amansar a los cascarrabias y tonificar a los biliosos.” Sigue la siguiente aclaración: “Edición ilustrada con dibujos muy monos.”

Leer estos chistes, ciento treinta y cinco años después, es un excelente ejercicio para medir el avance de los derechos humanos, si adoptamos un punto de vista optimista, o para determinar la brutalidad de nuestros antepasados. El papel de la mujer, la violencia de género, el maltrato a la infancia, el racismo hacia negros, árabes y gitanos, la xenofobia, etc. se reflejan en cada página para que los piadosos lectores se mueran de risa. Bueno, morirse no; siempre que sigan los consejos que tan sabiamente ofrece el prólogo.

“Un libro que sólo tiene por objeto hacer reír o hacer que el tiempo se pase agradablemente, no necesita prólogo –dirá el discreto lector– pero ¿y si no preparamos su ánimo y se excede leyendo, sin preocuparse de otra cosa que de reír mucho, y por tal exceso pierde la salud?”

Las siguientes prendas satisfarán de sobra el morbo de quienes tengan la curiosidad de conocer el contenido de estos chistes de Calleja.

–¡Tilín, tilín!

–¿Quién es?

–¿Está el señor de Pérez?

–Sí, señor, pero no se le puede ver porque está ocupado.

–Lo siento. ¿Conque está ocupado?

–Sí, señor: está pegando a la señora.

Decía un moro a un andaluz:

–¿Qué harías si te cortaran la cabeza?

–¡Tonto! Cortar la tuya en seguida, y ponérmela.

–Entonces serías moro.

–¡Ca! ¿No comprendes tú que la bautizaría antes?

Un portugués más bravo que Roldán, jefe del barco que se llamaba El terror de los mares, decía cuando se encontraba solo:

–No me atrevo a mirarme al espejo, porque me espanto a mí mismo.

–Señor mío —decía un español que disputaba con un extranjero,– déjeme usted en paz, que no tengo ganas de hablar con brutos.

El extranjero se echó a buscar una expresión conveniente, y, satisfecho por haberla encontrado, respondió:

–¡El que habla con brutos es usted!

Casi no me atrevo a hacer la siguiente reflexión final: A juzgar por los chistes que se cuentan en la televisión, en los bares, en los hogares y en los centros de trabajo, ¿hemos avanzado tanto o, si levantamos un poco las alfombras mentales, encontramos los mismos pensamientos bellacos de siempre?

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