Escultura: Dislexia, Alicia Martín, 2002. Exposición Parangolé. Museo Patio Herreriano de Valladolid. (Foto de Manuel Mora, 2011).
Desde la invención de la imprenta, los libreros han sido uno de los principales eslabones de la cadena cultural que une al autor de un libro con el lector. Sin reparar en ellos, no es posible entender la difusión de la cultura. Aunque los nuevos soportes para la literatura hagan menos imprescindibles las librerías tradicionales, no es ético guillotinar de manera tan radical e inmediata a estos intermediarios culturales, después de tantos servicios prestados.
Quiero contarles cómo actúa un grupo de grandes editoriales en complicidad con algunos colegios para hacer su agosto en septiembre, en perjuicio de los alumnos y de sus familias, y de los sufridos libreros. Este es un tema donde hay mucha tela que cortar, y deberíamos irla cortando poco a poco; pero, por esta vez, me quiero referir únicamente a un asunto concreto.
EL APARENTE PROBLEMA
Verán. Las editoriales, como otras empresas, van acumulando los productos que les devuelven los puntos de venta porque han caducado o porque han salido al mercado otros nuevos que los sustituyen. Por ejemplo, un libro de texto X publicado en 2007, tiene una nueva edición en 2011 que es, lógicamente, la que deben utilizar alumnos y profesores. Entonces, se crea un aparente problema: la editorial acumula en sus almacenes una cantidad del título X (pongamos que son 5.000 ejemplares) y debe optar por reciclar el papel o enviar los volúmenes a países en desarrollo, de manera prácticamente, gratuita. Un inconveniente que ya estaba previsto cuando fue editado y, por tanto, incluido en el precio de venta.
LA BRILLANTE IDEA
Sin embargo, hace un tiempo, supongo que en una soleada y hermosa mañana, alguien tuvo una idea genial para echar fuera del almacén el libro X, sacándole un beneficio adicional: ofertarlo, a menos de la mitad de precio, a colegios privados (concertados o no) con dirigentes «comprensivos». Dicho y hecho. Una serie de centros acogen la idea con saltos de alegría, dispuestos a llevarse su parte de ganancia de tan lindo negocio. Y proceden así:
UN ATROPELLO EN TODA REGLA
Entregan una lista de libros a los padres, en la que figura el libro X (de texto o de lectura). Pero les advierten que deberán comprar la edición de 2007. Cuando los padres van a las librerías, los libreros les informan de que ese libro está descatalogado y que la editorial no se los sirve porque ya está agotado. De modo que a los padres no les queda otra alternativa que comprarlo en el colegio, al precio normal. Lo cual multiplica las ganancias del colegio.
¿Les parece bonito?
LOS VIGILANTES DE LA… NADA
Esto, que debería ser sabido tanto por la Inspección Educativa como por las Asociaciones de colegios, no se está remediando; ni siquiera persiguiendo. Al menos, que yo sepa. Tampoco he tenido noticias de que las Asociaciones de libreros lo hayan denunciado públicamente, previniendo a los padres de un posible daño.
MÁS Y MÁS, PERO MUCHO MÁS
Mentiría si dijera que me extraña todo este podrido asunto, porque en realidad no me extraña; pero sí me entristece que la codicia de algunos no se detenga ante el perjuicio de muchos niños. De muchas familias. De muchas librerías. Evidentemente, no es el único caso de personas que detentan cargos directivos en los colegios privados y públicos que redondean su sueldo vinculando las necesidades de los alumnos con sus negocios familiares. En otra ocasión, les cuento más, porque, como dije al principio, hay mucha tela que cortar detrás de algunas caritas angelicales que parecen no haber roto nunca un plato…
¡SE CALLEN!
Y si usted se pregunta por qué estas prácticas no las denuncia la gente, la respuesta es la siguiente: en este país suele recibir más castigo el mensajero de la noticia que el autor del delito. Por eso, la gente calla. Y, como la gente calla, es más fácil matar al mensajero.
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