Lectura alternativa de «El héroe discreto», de Vargas Llosa

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Nunca puedo resistir el impulso de leer cualquier novela que publique Mario Vargas Llosa. Su prosa me viene liberando endorfinas desde que en mis años adolescentes leí, por primera vez, Los cachorros. Desde esa época –cuando Mario era un revolucionario de la sintaxis y del pensamiento– hasta hoy –convertido en un clásico de sí mismo y en un liberal del siglo XIX– ha cambiado más mi manera de leer que su forma de escribir. Afortunadamente para ambos.

Sobre mi mesa de trabajo, me aguarda, impaciente, su última obra, El héroe discreto. En la pantalla del ordenador, el navegador de internet muestra una docena de pestañas que he ido abriendo, a medida que pasaba las páginas del libro.

Hace tiempo descubrí la fantástica ayuda que nos puede aportar internet para ir documentando las novelas –o cualquier otra obra–, a medida que vamos avanzando en su lectura. Quizás sea ésta mayor utilidad que encuentro a las puñeteras tabletas digitales: aportarnos documentación de manera rápida, en cualquier lugar donde nos encontremos.

Las pestañas abiertas llevan sus correspondientes etiquetas de búsqueda: Piura, Qi gong, Chi kung, vídeos de Cecilia Barraza cantando, también de Los Morocuchos y de Jesús Reyes, varios mapas de Perú, Chorrillos, gastronomía peruana, varios clubs y restaurantes de Lima y de Arequipa,… Todo un cúmulo de información colateral que me ayuda a zambullirme en los entresijos de la narración vargallosiana. También –todo hay decirlo– tengo abierto un tomo de Madame Bovary , por el capítulo del discurso del ayuntamiento, que Vargas Llosa traslada genialmente a un cotilleo en el lecho conyugal de una pareja mayor que se excita fantaseando sobre los líos domésticos de un amigo que se casó con su sirvienta.

Es evidente que cuando uno ha visitado los lugares donde transcurre la acción de una novela –o de una película–, la interpretación de la información que se va recibiendo, a medida que avanza la narración, es inmensamente más rica que si se depende de las fraccionadas referencias que el autor puede aporta sobre cualquier escena.

Cuando no se conocen los lugares citados en la obra, esta carencia puede ser suplida por fuentes secundarias de información. En el caso de la consulta de enciclopedias y bibliografías, esta labor puede ser muy engorrosa y terminar por robarle todo el encanto a la novela que estamos leyendo. Sin embargo, las consultas rápidas de mapas, imágenes y textos en internet constituyen una excelente alternativa.

Por otra parte, aunque reconozco que cada día utilizo más el ebook, por la comodidad que supone llevar una biblioteca en el bolsillo, lo cierto es que todavía continúo comprando casi todos los libros en formato papel. Aunque no creo que me duren mucho más tiempo estos escrúpulos, aún me parece un sacrilegio leer una novedad de Mario Vargas Llosa en formato digital.

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HAGA CLICK AQUÍ PARA LEER LAS PRIMERAS PÁGINAS DE «EL HÉROE DISCRETO»

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