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Manuel Mora Morales, 2001-2009
Serie de artículos dedicados a escritores profesionales o aficionados, extractados de la obra «TODO SOBRE EL LIBRO».
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Problemas y responsabilidades
Y pensemos que a un escritor no se le juzga solamente por el tema de sus cuentos o sus novelas, sino por su presencia viva en el seno de la colectividad, por el hecho de que el compromiso total de su persona es una grantía indesmentible de la verdad, de la necesidad de su obra, por más ajena que ésta pueda parecer a las circunstancias del momento.
Julio Cortázar
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Cada profesión tiene problemas que van allá del desempeño habitual de las tareas que le son propias: el constructor de casas no puede sustraerse a garantizar la durabilidad de los materiales que ha utilizado, el médico es responsable de los conflictos derivados de sus conversaciones con los enfermos, el alfarero no debe descuidar las reacciones del público ante sus piezas de cerámica o el profesor no ha de perder de vista las relaciones con sus alumnos fuera del aula. También el escritor se ve muchas veces frente a cuestiones que no esperaba que se le plantearan, cuando comenzó a escribir, pero que le obligan a tomar ciertas decisiones o a evitar algunas conductas.
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El autor
Necesité cincuenta años para descubrir que no tenía talento de escritor, pero no pude decirlo porque ya era célebre.
Robert Benchley
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Conozco personas que, aun sin haber publicado un solo libro, basan su éxito social en comentar por las tertulias y las cafeterías que son escritores. Y otra gente, con muchas obras reeditadas, que no se atreven a otorgarse a sí mismos esta calificación, pues consideran que todavía les queda mucho por aprender. Quizás, por esta razón, yo prefiera referirme aquí al autor, entendido como la persona que ha escrito un libro.
La división entre los dos términos no está del todo clara y podría citar, al respecto, opiniones para todos los gustos. Baste con la de Victoria Nelson, quien también parece reconocer la inconsistencia de la palabra escritor y lo subjetivo que es el sentimiento de sentirse definido por ella:
El día que alguien descubre que es escritor no suele ser aquel en que concluye su primer relato o poema, o el día en que es publicado por primera vez, sino mucho, mucho más adelante. Es el día en que se da cuenta de que posee un ramillete de rasgos psicológicos que constituyen las obsesión de la escritura. Lejos de sentirse coronada de laurel, esta persona experimentará, probablemente, una reacción similar a la que tendría si, al cumplir veintiún años, oyera que desciende de una venerable alcurnia de vampiros transilvanos y que también él es uno de ellos; ¡no hay escapatoria! En efecto, hasta ese momento habrá tenido, probablemente, amplias oportunidades de observar, en sí mismo y en otros escritores, algunos de los estigmas psicológicos de la persona creativa: hipersensibilidad, egotismo, conducta compulsiva, ambición sin generosidad y todos los rasgos relacionados que tienden a eliminar el aura romántica que conserva la profesión para los no iniciados.
Esta deprimente constatación tiene otro aspecto: el de la simple distinción entre neurosis y arte. No es neurótico sentarse todo el día ante un escritorio ideando un mundo imaginario. Tampoco lo es sentarse todo el día ante un escritorio intentando idear un mundo imaginario, pero sin conseguirlo. Lo neurótico es odiarse por realizar o no una de esas dos actividades. (1)
No debe preocuparse si nadie ha detectado en su conducta que es usted un avaro, un egoísta y una persona ambiciosa, pues no creo que nada de eso tenga nada que ver con escribir libros, sino con algunas personas que escriben libros o con los autores que la señora Nelson conoce. Igual podría decirse de Montesquieu que, quizás no tan irónicamente, proclamaba que un autor es un necio que, no contento con haber aburrido a sus contemporáneos, se empeña en aburrir a las generaciones venideras.
Es cierto que la soledad con la que un individuo ha de enfrentarse a su tarea modela su carácter o que alguien que ame el trabajo solitario tiene mayores posibilidades de escribir. Sin embargo, las reacciones ante la sociedad no siempre son las mismas y dependen de factores externos al propio acto de escribir. No se puede comparar el carácter extrovertido de Ernest Hemingway con la introversión de Franz Kafka, ni creo que sea equivalente la avaricia de William Shakespeare o de Francisco de Quevedo con la generosidad de Leon Tolstoi o de Juan Rulfo. Conozco autores capaces de pasarse encerrados en una habitación, frente al ordenador, durante una semana y después salir un día completo a departir con los amigos de la forma más sociable, mientras otros están deseando encontrar a alguien para contarles párrafo por párrafo lo último que han escrito o para descalificar obras que ni siquiera ha tenido en sus manos. En este oficio, como en casi todos, hay gente de muy diversa índole, donde cada uno es de una manera y no responde a un arquetipo determinado. Un ejemplo podría ser la siguiente comparación entre dos autores:
-Coleridge: un poeta que ejercía de poeta atormentado, destruido por su propia poesía y por su drogodependencia de la metafísica.
-Wordsworth: un tipo sin esas terribles preocupaciones imprecisas, con los pies en el suelo y sin inspiraciones repentinas.
El primero era una vela recogiendo el viento de la poesía; el segundo, una máquina de escribir. Sin embargo, ambos eran geniales, a pesar de estas diferencias de carácter.
Respecto a la actitud que un autor ha de mantener hacia sí mimo y hacia el mundo que lo rodea, es asunto para largas tertulias, pues las opiniones no pueden ni deben ser coincidentes. La mía –si de alguna utilidad puede ser al lector– es que quienes se dedican a escribir deberían prescindir de etiquetarse, como si fuesen paquetes de detergente que estuvieran a la venta en un supermercado y, en segundo término, estimo muy conveniente mantener hacia sí mismo una actitud irreverente. Incluso, todo lo irreverente posible, pues quienes se creen depositarios de grandes verdades y no son críticos con sus pensamientos, están más cómodos en los púlpitos o en las tribunas que en el aislamiento de los escritorios, donde la solemnidad no sirve para nada. Creo que es preciso reservar esta seriedad para el trabajo literario y no perder jamás el respeto por el lector.
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1. Nelson, Victoria: Sobre el bloqueo del escritor. Ediciones Península, Barcelona, 1997.
Manuel Mora Morales, 2009
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