Canarios en República Dominicana. Sexta parte

El dictador de la República Dominicana, Rafael Trujillo, gastó millones de pesos en ampliar la policía. En cuatro meses, fueron encarceladas 4.000 personas y las torturas eran similares a la descripción que vimos en la anterior entrega. Más que nunca, el país había caído bajo el dominio del terror y los dominicanos eran perseguidos, torturados y asesinados lo mismo que los emigrantes haitianos. Sin embargo, la prepotencia del Generalísimo terminaría por acarrearle su propia ruina.

Cuando Trujillo retiró su apoyo incondicional a los obispos, la Iglesia Católica envió una carta pastoral que se leyó en todas las iglesias reclamando el respeto a los derechos humanos. La firmaron los mismos obispos que habían apoyado incondicionalmente a Trujillo, al comprender que la situación se les ha ido de la mano. Incluso, la embajada de Estados Unidos ofreció asistencia a algunas familias importantes para salir del país. En Caracas, Rómulo Bethencourt y Fidel Castro decidieron apoyar a los opositores dominicanos.

Las denuncias de la prensa americana también comenzaron a dar su fruto. La Agencia de Inteligencia Americana (CIA) comenzó a desarrollar actividades destinadas a promover el asesinato de Trujillo. Paralelamente, el gobierno de los Estados Unidos invitó a Trujillo a asilarse Estados Unidos o Europa. Este rechazó la propuesta.

La reacción por parte del sátrapa no se hizo esperar. La prensa y la radio oficiales de la R. D. atacaron a la Iglesia y a Estados Unidos. Los servicios secretos trujillistas organizaron un complot para asesinar a Rómulo Betancourt, Presidente de Venezuela, el cual se salvó milagrosamente del atentado en que murieron su chofer y un oficial, cuando su coche voló por los aires.

Rafael Trujillo, Fidel Castro y Rómulo Bethencourt. A principios de la década de 1960, estos tres descendientes de canarios manejaban los principales resortes del poder en el área del Caribe.

Curiosamente, los tres gobernantes más destacados en esos momentos, en el área del Caribe, eran hijos o nietos de emigrantes canarios: Fidel Castro Ruz, Rómulo Bethencourt y Rafael Leónidas Trujillo Molina. Naturalmente, los tres conocían su ascendencias, pero, seguramente, desconocían la de los otros dos.

Después la cosa se complicó cuando Trujillo intentó matar al Presidente de Venezuela. Creo yo que era Rómulo Bethencourt.
Nuestra situación era mala y todo aquel que tenía familia en Venezuela trataba de irse para ese país. ¡Más se complicaba! A dos compañeros míos los cogieron en la capital, los metieron en [la prisión de] La Victoria y al mes o a los dos meses los metieron en un barco y los llevaron para allá. Llegaron casi desnudos, llegaron a Barcelona.
(Don Aureo Francisco, emigrante, Rep. Dominicana, 2003)

[…] Ya al año vine para la capital. Mucho mosquito. Vine para la capital a buscármelas aquí. Unos se quedaron otros fueron para Venezuela… Fueron muchos para Venezuela, otros fueron para España, regresaron.
(Don Ángel Velásquez, emigrante, Rep. Dominicana, 2003)

Rafael Leónidas Trujillo, nieto de un sargento canario, se comportó toda su vida como un prepotente gallo de pelea, asesinando sin piedad a cualquiera que se opusiera a sus continuos abusos.

La Asamblea redactó una nueva Constitución dominicana. En ella se decía que el Presidente y el Vicepresidente no pueden ser perseguidos ni encarcelados por ningún delito. Trujillo nombró presidente a Joaquín Balaguer, el cual justificó los años de tiranía en su discurso de toma de posesión.

Sin embargo, sin hacer caso de los cantos de cisne de Balaguer, la Organización de Estados Americanos condenó a Trujillo y se rompieron todas las relaciones diplomáticas y comerciales con el resto de los países americanos. Aprovechando la marea, el gobierno de los Estados Unidos deseaba que también se condenara a Fidel Castro, pero no lo consiguió.

Trujillo trató de remendar la situación e invitó a la oposición a volver al ruedo político. Regresaron sólo dos partidos. Sin embargo, es difícil perder las malas costumbres: a las pocas semanas, fueron represaliados y hubieron de volver a la clandestinidad. Entonces, arreció la represión y los asesinatos: así murieron las hermanas Mirabal, lo cual indignó al pueblo. Creció la tormenta. Las torturas no cesaron, como muestra la siguiente cita extraída de una novela de Vargas Llosa –La fiesta del Chivo– que realiza un magnífico retrato de aquellos siniestros días:

La famosa actriz dominicana María Montez, hija de un canario de Garafía, fue uno de los símbolos utilizados por la dictadura para presentar al mundo la cara amable del régimen. De hecho, mantuvo presuntos amores secretos con Virgilio Montalvo Rodríguez, uno de los mandamases de Rafael Leónidas Trujillo. Sería el propio Trujillo quien le entregara a la actriz la condecoración de la «Orden de Trujillo» en noviembre de 1943.

Ramfis [hijo de Trujillo] movió la cabeza y Pupo se sintió lanzado con fuerza ciclónica hacia adelante. El sacudón pareció machacarle todos los nervios, del cerebro a los pies. Correas y anillos le cercenaban los músculos, veía bolas de fuego, agujas filudas le hurgaban los poros. Resistió sin gritar, sólo rugiendo. Aunque, a cada descarga –se sucedían con intervalos en que le echaban baldazos de agua para reanimarlo– perdía el conocimiento y quedaba ciego, volvía luego a la conciencia. Entonces, sus narices se llenaban de ese perfume de sirvientas. Trataba de guardar cierta compostura, de no humillarse pidiendo compasión. En la pesadilla de la que nunca saldría, de dos cosas estuvo seguro: entre sus torturadores jamás apareció Johnny Abbes García, y, en algún momento, alguien que podía ser Pechito León Estévez, o el general Tuntin Sánchez, le hizo saber que Bibín había tenido mejores reflejos que él, pues alcanzó a dispararse un balazo en la boca cuando el SIM lo fue a buscar a su casa de la Arzobispo Nouel con la José Reyes. Pupo se preguntó muchas veces si sus hijos Álvaro y José René, a quienes jamás habló de la conspiración, habrían alcanzado a matarse.
Entre sesión y sesión de silla eléctrica, lo arrastraban, desnudo, a un calabozo húmedo, donde baldazos de agua pestilente lo hacían reaccionar. Para impedirle dormir le sujetaron los párpados a las cejas con esparadrapo. Cuando, pese a tener los ojos abiertos, entraba en semiinconsciencia, lo despertaban golpeándolo con bates de béisbol. Varias veces le embutieron en la boca sustancias incomestibles; alguna vez detectó excremento y vomitó. Luego, en ese rápido descenso a la inhumanidad, pudo ya retener en el estómago lo que le daban. En las primeras sesiones de electricidad, Ramfis lo interrogaba. Repetía muchas veces la misma pregunta, a ver si se contradecía. «¿Está implicado el Presidente Balaguer?».) Respondía haciendo esfuerzos inauditos para que la lengua le obedeciera. Hasta que oyó risas, y, luego, la voz incolora y algo femenina de Ramfis: «Cállate, Pupo. No tienes nada que contarme. Ya lo sé todo. Ahora sólo estás pagando tu traición a papi». Era la misma voz con altibajos discordantes de la orgía sanguinaria, luego del 14 de junio, cuando perdió la razón y el Jefe tuvo que mandarlo a una clínica psiquiátrica de Bélgica.

Cuando ese último diálogo con Ramfis, ya no pudo verlo. Le habían quitado los esparadrapos, arrancándole de paso las cejas, y una voz ebria y regocijada le anunció: «Ahora vas a tener oscuridad, para que duermas rico». Sintió la aguja que perforaba sus párpados. No se movió mientras se los cosían. Le sorprendió que sellarle los ojos con hilos lo hiciera sufrir menos que los sacudones del Trono. Para entonces, había fracasado en sus dos intentos de matarse. El primero, lanzándose de cabeza con todas las fuerzas que le quedaban contra la pared del calabozo. Perdió el sentido y se ensangrentó los pelos, apenas. La segunda, estuvo cerca de conseguido. Encaramándose en las rejas –le habían quitado las esposas, preparándolo para una nueva sesión en El Trono– rompió la bombilla que iluminaba el calabozo. A cuatro patas, se tragó todos los vidrios, esperando que una hemorragia interna acabara con su vida. Pero el SIM tenía dos médicos en permanencia y una pequeña asistencia dotada de lo indispensable para impedir que los torturados murieran por mano propia. Lo llevaron a la enfermería, le hicieron tragar un líquido que le provocó vómitos, y le metieron una sonda para limpiarle las tripas. Lo salvaron, para que Ramfis y sus amigos pudieran seguir matándolo a poquitos.
Cuando lo castraron, el final estaba cerca. No le cortaron los testículos con un cuchillo, sino con una tijera, mientras estaba en el Trono oía risitas sobreexcitadas y comentarios obscenos, de unos sujetos que eran sólo voces y olores picantes, a axilas y tabaco barato. No les dio el gusto de gritar. Le acuñaron sus testículos en la boca, y […].
(Mario Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo, pp 424-425)

Los emigrantes canarios se encontraban entre la espada y la pared. Atrapados en la isla, perseguidos por los trujillistas que los acusaban de comunistas y por los opositores que los marcaban como protegidos del dictador. Sin embargo, aún no se había tocado fondo: se acercaban tiempos aún más negros, tanto para ellos como para la República Dominicana.

CONTINÚA…

Vídeo con la Historia de la emigración canaria a la República Domicana (producido por Amazonas Films, emitido por Televisión Canaria y dirigido por Manuel Mora Morales). PRONTO ESTARÁ DISPONIBLE LA VISUALIZACIÓN ON LINE DEL DOCUMENTAL COMPLETO.

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