Vaya por delante lo siguiente: yo creo con firmeza en los sentimientos, en la educación universal y en la participación responsable: nunca he militado en un solo partido político: tengo mis propias ideas sobre la sociedad: jamás he creído que un grupo de jefes iluminados –bien sean fascistas, religiosos, socialistas, vegetarianos, comunistas o capitalistas– puedan arreglar el mundo, dado que piensan más en su particular salvación que en la participación activa de las comunidades humanas.
De manera que cuanto sigue no se debe a mis simpatías políticas, religiosas, gastronómicas, ideológicas o partidistas: únicamente, es una interpretación personal de un suceso reciente y nada extraño.
Lo que de verdad molesta a algunos no es el simple hecho de que –saltándose la lista de solicitudes de viviendas sociales– la consejera andaluza Elena Cortés entregara unos pisos a los desalojados de la Corrala Utopía. En absoluto. La presidenta del gobierno andaluz, los dirigentes del Partido Popular y la prensa que vive de ellos estaban indignados por otra razón.
Nunca les ha parecido mal que haya gente saltándose las listas de cualquier tipo, ni siquiera cuando se trata de gente pobre. Ese tipo de irregularidades sucede todos los días en hospitales que cuelan militantes de los partidos políticos en los quirófanos, en instituciones que otorgan favores y subvenciones a primos o amigos de senadores, en Hacienda, en los juzgados y hasta en las propias listas de espera de viviendas sociales…

¿Y saben qué? La mayoría de los políticos –no me atrevo a decir todos– jamás abren la boca para protestar por esa coladera, porque (¡vaya secreto!) son, precisamente, ellos quienes suelen saltarse el orden para favorecerse a sí mismos y a sus más o menos corruptas amistades. ¿Entonces, a qué se debe, ahora, tanta indignación, tanto rasgarse las vestiduras, tanto grito hipócrita a favor del respeto por el orden de las listas?
Se debe, únicamente, a que las viviendas han sido entregadas a unas personas que las reivindicaron de manera pública, instalándose en una plaza para protestar y presionar al gobierno que permitió que las dejaran sin un techo donde cobijarse. Se debe a que no se puede consentir el mal ejemplo de lograr algo por medio de la protesta en la calle. Esto es lo que molesta a los consejos de dirección de las dos empresas en el poder, Psoe y Pp.

Si algunas de estas familias hubieran encontrado una casa valiéndose de amistades con la consejera de Fomento y Vivienda o con Susana Díaz (la presidenta andaluza), ningún dirigente político se habría preocupado, ningún periódico habría puesto el grito en el cielo; pero lo que ellos no pueden tolerar es que un grupo de ciudadanos ofrezca el mal ejemplo de lograr un poco de justicia por haber protestado en la calle, por haberse manifestado para obtener su derecho constitucional a vivir bajo un techo.
Ese mal ejemplo de acción ciudadana es lo que indigna a la presidenta andaluza. Porque si ese mal ejemplo cunde, mañana los políticos se podrían ver obligados por los ciudadanos a reducir las grandes retribuciones que en ningún caso merecen, obligados a negar los miles de millones que regalan a los bancos, obligados a destinar esos mismos millones al empleo, la educación y la sanidad, obligados a expulsar de sus partidos a los militantes corruptos, obligados a actuar como auténticos demócratas, obligados a desarrollar, de manera digna y honrada, su responsabilidad política.
En realidad, esto es lo que les molesta y asusta.
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