Le pregunté una vez a José Saramago si creía que la humanidad tendría salvación. Me miró sobresaltado y me dijo que no veía ningún futuro para nuestros hijos.
–¿Entonces, don José?, ¿qué podemos hacer?
No dudó en darme una respuesta:
–Seguir luchando.
*
Mi pregunta no fue casual, sino fruto de esas sospechas que de vez en cuando nos rondan las reflexiones y los silencios. Como si esos vislumbres constituyeran un grupo de mariachis mexicanos cantando la misma ranchera, cada madrugada, bajo los balcones de nuestros pensamientos más íntimos : ¿No es toda la existencia absurda, toda lucha absurda y absurda toda filosofía?
Otro portugués, el poeta Fernando Pessoa, en El libro del desasosiego, afirma incisivamente:
“La conciencia de la inconsciencia de la vida es el más antiguo impuesto que recae sobre la inteligencia.”
Y, unas páginas más adelante, desgrana una frase que en lo esencial viene a decir lo mismo que me contestó Saramago:
“La única actitud digna de un hombre superior es el persistir tenaz en una actividad que se reconoce inútil, el hábito de una disciplina que se sabe estéril, y el uso fijo de normas de pensamiento filosófico y metafísico cuya importancia se siente como nula.”
De acuerdo. Las acciones, incluso las acciones del pensamiento, pueden remediar la sobrecogedora “inconsistencia de la vida” cuando uno llega a tomar plena conciencia de ella. Esta actuación a favor de la humanidad, ese proceder alejado del fanatismo religioso, filosófico o ideológico contiene algo descabellado pero sublime: la entrega de mucho a cambio de nada, ni siquiera de metas existenciales.
Quizás –interpreto al poeta Pessoa–, esa acción sea inevitable, dado que nuestras vidas provienen de actividades inesperadas, de errores de la no existencia.
“Vivir me parece un error metafísico de la materia, un descuido de la inacción.”
Sin embargo, nada de esto importa fuera de las madrugadas, de los silencios y de los pensamientos que aún están por desinfectar de cualquier idea de libertad o de futuro.
Lo importante, nos dicen los nuevos poetas de las Acciones en Bolsa, es creer que la libertad es lo que tenemos concedido, que la mejor acción es la inacción frente al atropello, que nada es absurdo sino que todo confluye hacia un premio futuro que puede llegar antes o después de la muerte, dependiendo del banco que te haya concedido la hipoteca.
Vienen elecciones. Paradójicas elecciones en las que elegiremos a los políticos que nos van a robar y a obligarnos a dejarnos robar. Pronto, aparecerán en los carteles sus bocas conteniendo el nuevo grito del gladiador europeo: ¡Merkel, los que van a robar te saludan!
A pesar de todo esto, digo con Saramago y con Pessoa que la actitud digna de una persona digna es persistir tenazmente en votar a políticos dignos aunque su actividad sea reconocida como inútil. Al menos, será una inutilidad honorable.
No existe el voto útil, sólo el voto digno.

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