Hoy leí un artículo en el diario francés “Liberation”, escrito por una señora que promete en los titulares decirnos por qué una vaca contamina igual que un coche. Sin embargo, solo cuenta su propia y aburrida historia vegana.
Quizás, la única parte que me divirtió leer es que un filete de vaca la conmueve igual que una piedra.
A mí tampoco me conmueven mucho los chuletones, pero a veces los como y, siendo omnívoro, no quiero darles la turra con mi opinión a favor o en contra de dietas vegetarianas ni decir burradas sobre lo que desconozco, como si fuera un cura católico hablando del matrimonio y de los hijos propios (porque de los niños ajenos entienden más de la cuenta…).
Lo que sí me gustaría es leer algo serio sobre lo contaminante que puede ser una vaca. Aunque ingiero poca carne de ese animalito y únicamente bebo leche de cabra, creo que es un asunto suficientemente serio para que los científicos nos informen de manera rigurosa y abundante.
Si es un bulo que las vacas contaminan tanto con el CO2 de sus ventosidades, se debería tranquilizar a la población y, si es verdad, sería conveniente alertar y tomar medidas. Pero esa labor se ha dejado en manos de gente ajena a la ciencia, gente que quizás es bien intencionada, que dice lo que leyó en el facebook o que tiene propensión a ver conspiraciones, contubernios y peligros imaginarios. Con sinceridad, yo no les creo pero, igualmente, podría creerles…
Estaría bien que los gobiernos pusieran a los científicos a explicarnos algunas noticias inquietantes que ruedan por las páginas interiores de la prensa en verano y que, de ser ciertas, deberían preocuparnos a todos.
Pero no lo harán, porque mantener a los ciudadanos desazonados permite a los políticos profesionales maniobrar a su antojo y dar pocas explicaciones de lo verdaderamente importante. La sazón la reservan para las exquisitas piedras servidas en los platos de restaurantes de cinco tenedores, discretamente pagados con la Visa platino que les regalamos.