¿Hacer una Constitución para ángeles?

» … alguien dijo que había dicho, sin que nadie lo hubiera oído en realidad, que nuestra Constitución no era para un país de hombres sino de ángeles. «
(Gabriel García Márquez: «El amor en los tiempos del cólera»)

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Se habla de reformar la Constitución española de 1978. Las intenciones parecen buenas, si las tomamos al pie de la letra sin una lectura entre líneas. Los resultados, en el caso de llevarse a cabo, es probable que no fuesen del gusto de todos; pero, seguramente, mejorarían la Carta Magna. Por ese lado, nada que objetar.

No obstante, hay que ser muy ingenuo para no advertir que cambiar la Constitución no es sinónimo de mejorar un ápice los partidos políticos o las personas que componen esos partidos. Quizás, la siguiente anécdota sirva para ilustrar esta idea.

AQUELLA IMPOSIBLE CONSTITUCIÓN

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Contaba el embajador de Colombia en Inglaterra, don Antonio María Pradilla Rueda, que un día mostró al escritor francés Víctor Hugo la Carta Magna colombiana de 1863, conocida como la Constitución de Rionegro y redactada durante el mandato presidencial de Tomás Cipriano de Mosquera. Cuando la hubo leído, el escritor francés comentó al embajador:

–No es ésta una Constitución para un país de hombres, sino de ángeles.

Gabriel García Márquez asegura, en su novela «El amor en los tiempos del cólera», que Víctor Hugo nunca pronunció tal frase, sino que «alguien» lanzó este bulo que prendió con facilidad entre los colombianos. Sin embargo, tanto a la vista de la personalidad de Pradilla como de las circunstancias que lo rodeaban, no parece razonable este desmentido[1] del gran escritor.

Si esta anécdota no fuera cierta, merecería serlo, porque aquella Constitución federalista, respetuosa con los derechos ciudadanos, sólo podía progresar en un país donde la ambición y la corrupción no campasen a sus anchas entre los administradores y reguladores de la riqueza nacional pública y privada.

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Más temprano que tarde, los grandes comerciantes, los hacendados y los clérigos colombianos, que formaban la inmensa mayoría del Congreso, decidieron ignorar aquella «abominable» Constitución que les privaba de sus prerrogativas seculares y, por el contrario, concedía al pueblo llano la misma voz y dignidad que a las clases sociales más favorecidas.

CONSTITUCIONES DE PAPEL MOJADO

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La reforma de la Constitución española no sería mucho más que un brindis al sol y poco regeneraría la vida social y política. Las leyes más justas no construyen sociedades más justas, si los encargados de interpretarlas y aplicarlas no lo hacen de manera independiente, honesta, íntegra, decente,… Algo que no sucede en la actualidad y que no ocurrirá, mientras no cambie gran parte del cuerpo judicial y éste sea independiente del poder político.

Hoy, hay políticos que proclaman una vez y otra que desean cambiar la Constitución española (incluyendo los cambios que ellos mismos cambiaron sin consultar a los ciudadanos). Lo proclaman en los periódicos, en la radio, en la televisión y en los mítines como si en ello les fuera la vida. Y, en realidad, les va la vida y el sueldo: el tema de la reforma constitucional podría resolverles (piensan ellos) las próximas elecciones. Por un lado, este aparente cambio progresista, con su tamborada mediática, trata de poner sordina al discurso de los nuevos partidos emergentes y, por otro, enviar a los votantes el mensaje de que hay vida más allá de la corrupción si confían en su futura gestión del gobierno del estado.

Sin embargo, parece que los ciudadanos no están dispuestos a caer por enésima vez en la misma celada. No ignoran que el empeño de reformar la Constitución española, de convertirla en una Constitución para ángeles, sólo es una cortina de humo, un blablablá que nada tiene que ver con la regeneración política, puesto que los grandes partidos no muestran una voluntad inequívoca de erradicar la corrupción de sus filas.

A la vista tenemos lo que más parece interesar al actual staff político-judicial: ocultar las corruptelas de los suyos, desviando la atención pública hacia otros asuntos, ante el miedo de perder elecciones y, con ellas, el poder y el dinero a los que tienen tanto apego. Un dinero que casi nunca es honrado: unas veces, por ser excesivo para las funciones que realizan y otras, por proceder de estafas al estado, es decir, fondos sustraídos del dinero público procedente del trabajo honrado de los ciudadanos.

LISTAS ABIERTAS VERSUS CORRUPCIÓN

Podrán hacer una Constitución para ángeles, podremos enorgullecernos de votarla y de tenerla, pero, si lo que deseamos es frenar la inmoralidad rampante que nos agobia, no existe otra salida que las listas abiertas para elegir a los políticos, a los fiscales y a los jueces, con el fin de desprendernos de un porcentaje apreciable de corruptos.

Aún conservo la esperanza de lograr una sociedad más justa y democrática; en el fondo de mis pensamientos continúan alentándome las palabras de aquel poeta que buscaba en el mar imposibles naranjas de esperanza: «con la mano en el agua, así lo espero.»

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NOTA

[1] Esta creencia también es defendida por otros autores, en obras como «Colombia ante los retos del siglo XXI: desarrollo, democracia y paz» (Manuel Alcántara Sáez, Juan Manuel e Ibeas Miguel. Universidad de Salamanca, 2001, pág. 93) o en la presentación de Alfonso López Michelsen del libro «Rojos contra azules: el partido liberal en la política colombiana 1863-1899» (Helen Delpar. Bogotá, Procultura, 1994), donde decía:

«Una opinión acerca de la Constitución de Rionegro que corrió con fortuna fue la que se atribuyó a Víctor Hugo, de quien se decía que le había manifestado a Don Antonio María Pradilla que era una “Carta Política hecha para ángeles”. No sé que tanto francés hablara el señor Pradilla, si bien es cierto que Víctor Hugo chapuceaba el castellano, que había aprendido de niño durante la invasión napoleónica a España. Sospecho que, si es verdad que la entrevista con Víctor Hugo tuvo ocurrencia, lo que quiso decir el gran poeta francés debió ser que la Carta Política de Colombia parecía hecha por ángeles. No vale la pena debatir la verosimilitud de la leyenda, que parece altamente improbable, puesto que Víctor Hugo en aquellos años vivía en exilio en la diminuta Isla de Guernesey, a pocas millas de la Costa de Inglaterra, un lugar de muy difícil acceso para un turista suramericano.»

Lo cierto es que por esas fechas Antonio María Pradilla era el ministro plenipotenciario de Colombia en Gran Bretaña y estaba en el lugar ideal para visitar y hablar con Víctor Hugo, el cual, en efecto, tenía cierto dominio del idioma español. De manera que tachar su relato de mentira es más que aventurado. O, quizás, más que interesado, puesto que Pradilla era un liberal, odiado por los conservadores colombianos de su época y por los actuales, como el autor del párrafo citado. Por esto, extraña la frase de Gabriel García Márquez:

«Era el recuerdo de Victor Hugo, quien disfrutaba aquí de una celebridad conmovedora al margen de sus libros, porque alguien dijo que había dicho, sin que nadie lo hubiera oído en realidad, que nuestra Constitución no era para un país de hombres sino de ángeles. Desde entonces se le rindió un culto especial, y la mayoría de los numerosos compatriotas que viajaban a Francia se desvivían por verlo.»

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