Fausto, imputado

«EL SEÑOR: Bien, lo dejo a tu disposición. Aparta a esa alma de su fuente originaria y, si puedes aferrarla por tu camino, llévala abajo, junto a ti. Pero te avergonzará reconocer que un hombre bueno, incluso extraviado en la oscuridad, es consciente del buen camino.
MEFISTÓFELES: ¡Muy bien!, no tardaremos mucho tiempo. No me da miedo la apuesta. Permíteme, si logro mi objetivo, sentirme henchido por mi triunfo. Para mi regocijo, él tendrá que morder el polvo, …».(Goethe: Fausto)

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EL PRIMER PASO

Hace pocas semanas, un conocido me preguntó qué opinión me merecía su decisión de presentarse como concejal para un ayuntamiento. Sé perfectamente que en estos casos la pregunta es retórica y se formula a fin de anunciar con orgullo la buena nueva y para buscar un respaldo moral.

Honestamente, me disgusta dar consejos moralistas; mucho menos cuando nadie desea recibirlos. Sin embargo, tal vez por ese oscuro placer que produce sentirse agorero, le ofrecí mis consideraciones.

–Tu decisión me parece estupenda. Son necesarias personas con buenas intenciones para gestionar los ayuntamientos. Pero ten en cuenta que vas a corromperte. Estarás un par de años con buenas intenciones para los demás y, después, las buenas intenciones recaerán en tus bolsillos. Hay que ser de una pasta muy especial para no caer en la tentación ni llegar a pensar que uno es el único tonto del ayuntamiento que no se lucra con su cargo.

–Yo no me voy a corromper –me contestó–. Cuando termine mi mandato, volveré a mi trabajo de siempre.

–Claro –le dije–, estoy seguro de que lo harás bien.

UN ANTECEDENTE

Mientras tanto, pensaba en cuántas veces se había repetido la misma conversación en mi vida. Recordé, nítidamente, una de ellas: el joven recién licenciado en la universidad que me preguntaba si debía meterse en política, confiando en que mi ingenuidad le contestara que sí o que no, lejos de cualquier otra sospecha.

En realidad, le respondí lo mismo: te vas a corromper, así que mira si estás dispuesto a sacrificar tu honradez a cambio de unos pocos años de servicio leal a los ciudadanos. Vas a pagar ese precio.

Contestó: no tiene por qué ser así.

Sin embargo, así fue. Alcanzó altos puestos en las instituciones y, una día, años más tarde, fue destituido de manera fulminante. Tuvo suerte: hubo un pacto de silencio y no llegó a la calle ninguna información sobre el tipo de corrupción que lo había destruido.

LA CORRUPCIÓN Y EL PODER

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El poder y la corrupción no suelen estar aliados siempre, pero poco les falta. Las leyendas, los cuentos, los poemas, las novelas, el teatro y el cine se han encargado de recordarnos las formas y la presencia continua en nuestra sociedad de este pacto bochornoso. Un pacto que chapotea en los charcos de la pulsión de muerte formulada por Sigmund Freud: tan próxima a la destrucción social y tan alejada de la unidad y de la cohesión del Eros.

Por poco aguda que sea, una mirada a nuestra sociedad es suficiente para advertir que esta perversa alianza entre poder y corrupción es el peor enemigo de la humanidad.

FAUSTO: EL PACTO

«FAUSTO: ¿Hay también leyes en el infierno? Me alegro de saberlo; entonces, ¿se podrá pactar con vosotros, señores?
MEFISTÓFELES: Podrás disfrutar lo pactado sin que te sea escatimado nada. Pero explicar esto requiere su tiempo y a tal efecto nos veremos otro día.» (Goethe: Fausto)

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Si nos fijamos en la figura de Fausto, en cualquiera de las versiones artísticas que han surgido desde el siglo XV, podemos tener un excelente ejemplo de esta avenencia entre poder y corrupción.

Tomemos uno de los tantos relatos de «Fausto». Por ejemplo, la excelente película de Friedrich Wilhelm Murnau, rodada en 1926, ya que tenemos la oportunidad de ver el film completo en YouTube. Lo mismo nos servirían las versiones de Jacob Bidermann, de Christopher Marlowe, de Gotthold Ephraim Lessing, de Johann Wolfgang von Goethe o de Thomas Mann, porque todas remiten a lo mismo. Y, por cierto, todas tienen fácil acceso en la actualidad.

Es cierto que en algunas de estas obras, como la de Goethe, las ansia de poder se corresponden con las de saber. Sin embargo, no hay que llevarse a engaño: hoy, más que nunca, somos conscientes de que los manejos ilícitos de la información –es decir, del conocimiento, del saber– constituyen la auténtica fuente del poder corrupto.

LA PELÍCULA DE MURNAU

El argumento del film «Fausto», dirigido por el alemán F. W. Murnau, es el siguiente:

  1. Durante una epidemia de peste provocada por el Diablo, Fausto trata de ayudar a los ciudadanos.
  2. No puede evitar que muchos mueran. Se desespera.
  3. Acepta una oferta del Diablo para obtener poder durante 24 horas con el fin de curar a la población. A cambio, debe reconocer la majestad del demonio, es decir, corromperse.
  4. Cuando finaliza el plazo, el apego al poder es más fuerte que la bonhomía de Fausto. De manera que pacta con Diablo un contrato indefinido que le confiera juventud y poder.
  5. El final: Fausto cae en desgracia. Todo parece perdido. Sin embargo, el amor lo libra del Diablo.

FICCIÓN, POLÍTICA, CORRUPCIÓN Y PODER

No es casual que el desarrollo de «Fausto» sea similar a la trayectoria que recorren muchos políticos:

  1. Deseos sinceros de ayudar a los ciudadanos.
  2. Contacto con el poder y sus alrededores.
  3. Apego al poder y a sus prebendas.
  4. Utilización de cualquier vía –casi siempre corrupta– para aferrarse al poder, al lujo, a la riqueza,…
  5. Posibilidad de salvación. Sin embargo, rara vez reconocen su corrupción ni aun cuando son condenados duramente por la sociedad.

La mitología de los pueblos primitivos ha representado el Mal como un ser poderoso con pensamientos corrompidos. Estos iconos de la maldad son los arquetipos que han utilizado las sociedades para identificar y repeler a quienes perjudican al grupo social, si bien ciertos mecanismos del poder han desgastado, durante milenios, la acción social hasta apoderarse de ella para sus propósitos torticeros.

«Fausto» es otro arquetipo poderoso cuyo desarrollo en la literatura constituye una metáfora de las pulsiones humanas del amor y de la muerte, del Eros y el Thanatos del pensamiento freudiano.

Un modelo que se asemeja demasiado a los pactos de nuestros dirigentes políticos con algunos empresarios y financieros de baja calaña que les ofrecen prebendas a cambio de entregarles el espíritu de los ciudadanos, es decir, el dinero que cura el cáncer, el dinero que remedia el desamparo de los parados, de los ancianos, de los más débiles.

¿SIN ESPERANZA?

«FAUSTO: ¿Qué soy, entonces, si no me es posible alcanzar la corona de lo humano, a la que todos los sentidos tienden?
MEFISTÓFELES: Eres, al fin y al cabo, lo que eres. Aunque te pongas una peluca con miles de rizos, aunque te pongas tacones de un codo de altura, seguirás siendo lo que eres.» (Goethe: Fausto)

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Como le sucede a Fausto, nuestros corruptos no logran engañarnos durante mucho tiempo. Se les van cayendo las caretas por la propia acción de sus ambiciones desmedidas. Finalmente, les contemplamos sus feas narizotas sin maquillaje y sus calvas brillando camino de los juzgados.

En los juzgados, vuelven a componerse sus pelucas y su maquillajes, porque también Mefistófeles ha pasado por los tribunales, haciendo más amigos que enemigos. De esta manera, la corrupción vuelve a iniciar su ciclo, en lugar de consumirse en las prisiones.

Muchos esperamos el triunfo de Eros, el de la auténtica justicia que no se legisla ni se imparte en este reino de tristes herencias, el que termine con las prebendas que los políticos reciben a cambio de vender nuestra alma al mejor postor. La última estrofa del «Fausto», de Goethe, cierra esta líneas con un broche tan triste y esperanzado como ellas mismas.

CHORUS MYSTICUS
Todo lo que ha ocurrido
es sólo una parábola.
Lo que es inalcanzable
se convierte en suceso.
Lo que es indescriptible
se ha realizado aquí.
Lo eterno-femenino
nos permite avanzar.

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