Hace años que sigo a Juan Carlos Ortega, un locutor y humorista que crea, dirige y presenta dos programas semanales en la Cadena Ser. Es verdad que no lo escucho en directo, pero suelo oír algunos de sus podcast y rara vez me decepciona o me aburre.
Alejado del humor de trazo grueso y facilón, Ortega muestra una gran imaginación y un saber hacer que, en mi opinión, lo sitúan como uno de los mejores humoristas españoles actuales, si no el mejor.
Les aseguro que me conforta poder reconocer la valía en un periodista de la derecha, lo cual no es poco en una sociedad donde la mayoría de locutores radiofónicos y presentadores televisivos de la zona liberal conservadora va a saco contra todo lo que le huela a progresismo. Realmente, Ortega constituye un fenómeno extraño entre los españoles, por lo inusual de su escasa agresividad en sus programas, sin que ello le impida utilizar con frecuencia sutiles cargas de profundidad contra la clase política, intelectual y artística de la izquierda. Desde Rodríguez Zapatero hasta José Saramago, pasando por Iñaki Gabilondo, Juan José Millás u otros personajes famosos, vinculados a ideologías progresistas, pocos escapan sin ejercer algún papel surrealista en sus extraordinarias e imaginativas historias.
Juan Carlos ataca a la izquierda a menudo, pero con tal acierto, ironía e imaginación que uno no puede menos que reírse con él. A la derecha no. Ortega jamás utiliza el nombre de un político de derechas para sus chistes y sus pullas. Evidentemente, nadie puede reprocharle que se abstenga de lanzar piedras contra el tejado de sus afines. Faltaría más…
En serio lo digo: ojalá cunda su ejemplo en los locutores de radio conservadores y aprendan a criticar a los progresistas, sin necesidad de usar constantemente la demagogia ni soltar espuma por la boca, provocando que los oyentes sintamos vergüenza ajena al escucharles.
Por suerte, en la derecha siempre nos quedará Ortega. Digo yo.
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