Votar por votar. El eurogolpe de los banqueros

Saturno devora a sus hijos (pintura atribuida a Goya).
Saturno devorando a sus hijos. (Pintura al óleo de Rubens).

Nunca me gustó la manera que tuvo Occidente de derrocar a los gobiernos del Magreb, desde Egipto hasta Libia, empleando con furor la misma muerte al por mayor que criticaba. Y no me gustó, en primer lugar, porque no me produce placer la muerte ajena y, en segundo, porque estas formas de implantar las democracias justifican, universalmente, cualquier método homicida para lograr fines políticos o económicos. Volvamos la vista a Colombia, donde la presencia de los paramilitares ha sido el mejor abono para mantener viva la guerrilla durante muchos decenios. Los muertos llaman a los muertos.

En cuanto a las democracias implantadas, basta contemplar Egipto para darse cuenta de lo fácil que resultaba predecir su fracaso: ahora, la población egipcia se concentra en calles y plazas para que sus “salvadores” abandonen el poder que ocuparon con las armas en las manos. ¿No es patético? Lo mismo, o quizás algo peor, sucederá en Libia. ¿Seguiremos aplaudiendo el terror, venga de donde venga? Por supuesto que sí. Aplaudiremos el terror, aplaudiremos a los verdugos y aplaudiremos la muerte con sólo escuchar tres o cuatro noticieros de la CNN y de la BBC y de la TVE diciéndonos que es imprescindible matar a unos muchos con cualquier disculpa. Aplaudiremos, y aplaudirán nuestros genes, porque la sangre es el combustible que mueve las doradas ruedas de la ambición y de la intolerancia: sobre ellas se bambolea, retrocede y avanza la Historia humana.

Ruedas que también transitan, cada vez con más soltura, por la decrépita Europa. Sin respeto a sus canas, ya se ha iniciado el desalojo forzoso de algunos Gobiernos europeos. Eurogolpes de estado que sin mediar elecciones (condicio sine qua non de cualquier golpe de estado que se precie) han puesto de patitas en la calle a los presidentes elegidos por los ciudadanos, sustituyéndolos por banqueros sin corazón, fríos y rígidos como peces congelados.

Para remediar el mal de los ratones, que somos nosotros, consentimos en colocar gatos a gobernarnos, con el encargo de ponerse ellos mismos los cascabeles. En Europa los fusiles de asalto del Magreb han sido reemplazados por análisis torticeros de las agencias calificadoras, mientras que las ejecuciones sumarias han devenido en ejecuciones de hipotecas y los repartos de comestibles de la Cruz Roja en comedores sociales para los desempleados. Golpes lights, fríos y ligeros como yogur helado, ideales para adelgazar cada vez más las líneas… de crédito.

Según la Ilíada, los troyanos introdujeron en la ciudad a sus enemigos griegos, ocultos en el interior de un gran caballo de madera.
 

Evidentemente, a partir de ahora, los dos primeros países ocupados, Grecia e Italia, tendrán unas relaciones muy fluidas con el Fondo Monetario Internacional, con el Banco Central Europeo y con Los Mercados, que se han convertido en un auténtico Monstruo del doctor Frankenstein, el cual crece y crece, alimentado por aquel dinero nuestro que tantos sudores nos costó ganar y que ahora esconden los banqueros, en los zulos de sus paraísos fiscales, con el fin de agradar a sus anónimos dueños. Los banqueros. Ellos. Sí. No los mendigos ni los políticos ni los policías ni los mecánicos ni los industriales ni la clase media ni usted ni yo. Sino esos banqueros especuladores que amotinados, en nombre del Monstruo, han comenzado a acceder a los puestos de mando de las naciones. Utilizan la misma táctica que tan buenos resultados deparó en la guerra del Magreb: atemorizar a los gobiernos; después, asaltarlos;  finalmente, derrocarlos y sustituirlos. Son los mismo banqueros que nos prestaron dinero durante una temporada para engordarnos, igual que la bruja malvada engordaba a Hansel y Gretel  para asarlos en el horno. Son los banqueros que nos bajaron los intereses  para entrar en nuestras casas como troyanos informáticos y desvalijarlas, igual que los griegos con su caballo de madera  se introdujeron y saquearon Troya. Sólo que, esta vez,  resurgiendo como ave Fénix, troyanos y caballos han vuelto para metérsela doblada a los griegos. ¡Nadie podrá negar el valor simbólico de comenzar el desollamiento democrático por la prístina cuna de la Democracia!

Saturno devorando a su hijo (Pintura de Goya).

No obstante, teniendo en cuenta lo poco que a los banqueros les importa la cultura, si no es para especular, ¿para qué rayos quieren estos eurogolpistas empuñar las riendas de gobiernos arruinados? ¿Para salvarlos? No, ni soñarlo. Para salvarlos no. Lo que desean, y lo desean fervientemente, es terminar de realizar un trabajo en el que son especialistas: exprimir los bolsillos de la población hasta el último euro, raspar el caldero de las economías nacionales hasta dejarlo limpio como una patena. Entonces, sólo entonces, dejarán que los políticos elegidos por nosotros regresen a robarnos moderadamente de esa forma  amateur que nosotros les toleramos, como si fueran inocentes niños traviesos.

Sólo nos cabe esperar que no suceda igual que tras la crisis económica mundial de los años treinta y se desencadene otra terrible guerra mundial, provocada por algún nuevo salvapatria o salvacrisis con bigote o sin él.

Pasado mañana hay elecciones en España. Gane quien gane nos va a gobernar otro tiburón con piel de besugo, como en Grecia, en Italia, en Irlanda y en Portugal. No nos engañemos, hemos dejado crecer al Monstruo y, como Neptuno a sus hijos, ahora nos devora. No es la primera vez ni será la última: si cualquier mentecato banquero, o bancario, como ahora le gusta llamarse al director o al apoderado de la sucursal que nos engañó con el contrato de la hipoteca, nos pone delante media docena de brillantes abalorios –con forma de casa, de coche o de crucero- le entregamos a cambio nuestra alma, tan adecuadamente simbolizada por esos billetes arrugados que nos limosnean cada fin de mes a quienes tenemos la desdichada dicha de seguir trabajando… Pero, a pesar de todo, no creamos esa milonga de la inocencia de los bancos, como si los banqueros y los especuladores no formaran parte de la misma Cosa. Siguiendo ese razonamiento, a la mano del ladrón no alcanza la culpa de robar carteras, porque sólo obedece las órdenes del cerebro. Pero sabemos que sí es parte esencial del delito: sin ella, el ladrón deseará robar, pero no podrá. Lo mismo que los especuladores sin los bancos.

Vayamos a votar. Pero no perdamos el derecho a disentir. Muramos con las botas de la dignidad puestas.

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