Gabriel García Márquez narró en un cuento cómo asistía a su propio entierro. Acompañaba don Gabriel a los acompañantes de su féretro, bebiendo, cantando y tocando guitarras, montados todos en una gran parranda. El bueno de Ratzinger no va a llevar guitarras, como García Márquez, pero, a falta de guitarras y guitarrones, un buen órgano le servirá de fondo musical para contemplar la cara de terror de su Sucesor cuando sea elegido.