PUERTO RICO Y LA FELICIDAD

Los puertorriqueños son los habitantes menos felices de las islas caribeñas. Al menos, ésta es la sensación que me han producido sus habitantes desde que los conozco. Al principio, pensé que esa infelicidad era parte de la herencia cultural legada por los abundantes emigrantes canarios que arribaron a Puerto Rico. Indudablemente, los canarios somos muy dados a la autocompasión: sólo hay que oír hablar a uno de nuestros políticos o leer cualquier periódico para confirmarlo. Sin embargo, los numerosos descendientes de isleños en Cuba y la República Dominicana no se distinguen de sus vecinos por una acusada falta de dicha, aunque sean algo más melancólicos que los ciudadanos de otras etnias. Se me olcurrió que tal vez eran infelices por su dependencia de los Estados Unidos; pero estoy plenamente convencido de que ni las cadenas ni las alas políticas logran arrebatar la sonrisa a un pueblo. Se puede ser íntimamente feliz en el más infecto calabozo y desdichado en el palacio más suntuoso. Parece como si los caminos de felicidad y los del bienestar fueran misteriosamente independientes. Que los fluidos que alimentan el placer sean diferentes de los que nutren la sonrisa. A mi modo de ver, la tristeza boricua responde a (...).

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