Óscar Domínguez en el Guggenheim, más allá de la muerte y de la ignorancia

De golpe, en menos de un minuto, quedé convertido en eso que los cursis han llamado un rendido admirador, en este caso, del pintor tinerfeño Óscar Domínguez. Dos o tres veces, abandoné otras salas para regresar a la que contenía las dos obras del surrealista canario para quedarme, con los ojos abiertos como cherne, escaneando centímetro a centímetro los dos lienzos. Y diciéndome que bien valió la pena recorrer tres Guggenheim para experimentar este placer y este orgullo de ser compatriota archipielano del ahora fabuloso don Óscar, el de Tacoronte.

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