En hipopótamo a la escuela

Llama la atención la facilidad con que la autora va abriendo, capa tras capa, el alma de dos niñas que están entrando en la adolescencia. Su ritos infantiles con la oscuridad y los miedos, sus apegos, sus tristezas, sus felicidades, sus generosidades y una lista de pulsiones emocionales, tan compleja como el teclado de un piano, desvelando, tecla a tecla, las sensibles y, a veces, tensas cuerdas de la psique preadolescente. Difícilmente, una escritora con estas características se hubiera abierto paso franco hacia la fama en una cultura diferente de la japonesa. Por fortuna, como también sucedió con Kenzaburo Oe –de quien Ogawa parece haber heredado su sentido del humor–, la sensibilidad de los lectores y críticos nipones la ha salvado del ostracismo al que culturas más agresivas y consumistas la habrían condenado de antemano.

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