Gabriel García Márquez narró en un cuento cómo asistía a su propio entierro. Acompañaba don Gabriel a los acompañantes de su féretro, bebiendo, cantando y tocando guitarras, montados todos en una gran parranda. El bueno de Ratzinger no va a llevar guitarras, como García Márquez, pero, a falta de guitarras y guitarrones, un buen órgano le servirá de fondo musical para contemplar la cara de terror de su Sucesor cuando sea elegido.
El papa se convierte en dios
El hasta hoy jefe de la iglesia católica se retira a cien metros del que será su Sucesor, echándole el aliento en la nuca, sin perder un solo paso, un solo gesto, una sola palabra. Los secretarios, los cardenales, los carcamales del Vaticano irán a consultarle cada movimiento del Sucesor, a pedirle su beneplácito o su censura para actuar en consecuencia.