Siete retratos del color

Arena en una playa tinerfeña, después de una tormenta.

Me seducen los colores. Todos. En todos sitios. Nunca he creído que la información de una imagen resida, necesariamente, en su gradación de grises o en sus perfiles. Quizás, por eso prefiera a los pintores impresionistas antes que a los cubistas. En numerosas ocasiones, es el color lo que más importa en la imagen y, si lo perdiera, quedaría arruinada por completo. Esto no quiere decir que una película de François Truffaut no pueda ser considerada bella por haber sido rodada en blanco y negro. No es eso.

Tejidos expuestos para su venta, en una isla jónica.

A veces, cuando disparo una foto, sólo veo el color y, con posterioridad, me sorprendo de lo que he fotografiado, porque, mientras aprieto el obturador, no soy plenamente consciente de las fronteras del objeto que está delante del objetivo.

Charco con hojas secas, en el bosque.

Simplemente, veo una mezcla de colores que me seduce e, intintivamente, trato de capturar su luz con mi cámara. Por cierto, escuché hace unos días decir a un científico que nuestro mayor porcentaje de aciertos supuestamente conscientes se debe, en realidad, a impulsos instintivos.

Pasteles de pistacho expuestos en una dulcería griega.

Para evitar esta dependencia, muchas veces paseo o viajo sin llevar una cámara; lo cual me permite mirar libremente lo que hay a mi alrededor, sin reducirlo a imágenes enlatadas.

Mar y bloque, en Playa de San Juan.

No obstante, por el placer que produce «descubrir» gamas de colores en lugares insospechados y a escalas improbables, bien vale la pena perderse otros detalles.

Bosque de La Meseta, en La Gomera.

Estoy hablando desde la intimidad del fotógrafo. No de los fotógrafos profesionales o de los fotógrafos-artista que son, tradicionalmente, quienes han tenido el derecho de escribir sobre sus fotos. No. Yo hablo desde el fotógrafo entendido como el ciudadano de a pie que utiliza una herramienta de su época para acercarse a la belleza y al mundo, es decir, a su disfrute y comprensión del universo, que es a lo que más aspiramos –inútilmente, por cierto– la mayor parte de los seres humanos.

Verode, en las paredes del valle de El Golfo (El Hierro).

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