La Carretera Vieja del Sur: viaje al corazón de Tenerife. 3

Sin las casas campesinas del Sur no existiría la Carretera Vieja. Quizás, la autopista sí, porque  ésta se alimenta del aeropuerto, de grandes hoteles, de gasolineras y de playas artificiales. Pero la Carretera Vieja necesita tejas y muros comidos por el tiempo para que tenga sentido su existencia.

Las caseríos se visten de color para mostrar con orgullo las paredes y los espacios que hasta no hace mucho avergonzaban a sus vecinos. Esa renovación vigorosa se ha debido, en parte, a la pujanza económica y a la imitación de modelos foráneos, pero, sobre todo, al acceso de sus moradores a las fuentes culturales y, por extraño que parezca, a la creencia en la igualdad de todos los ciudadanos. La dignidad social también nos conduce a valorar, dignificar y enaltecer la imagen de cuanto nos representa.

¿Quién podría pensar, hace treinta años, que alguien buscara alojamiento para un fin de semana en las inmediaciones de la Carretera Vieja del Sur, en lugar de alquilar un apartamento cerca de la playa?

Ya no sé si se fabrican tejas en la isla. Recuerdo comprar algunas tejas artesanales en un horno que existía en el barrio lagunero de San Benito; pero aquella fábrica se acabó, a la par que el siglo XX, sin que parezca haberle importado a nadie. Lástima.

Hemos convertido el desarrollo en una forma rápida de producir basura. Cada día, es mayor la velocidad con que nuestros más preciados objetos se convierten en chatarra inútil que debemos tirar. Mirando esta foto, me pregunto ¿Qué es lo viejo?, ¿la ventana o el microondas?, ¿qué es lo que ha devenido en inservible?, ¿estamos creando la civilización del deterioro?, ¿sólo del deterioro físico o…?

Junto al banco hay una fuente pública en la que se puede recoger agua desde que en 1902 un hombre se empeñara en abastecer las casas de su pueblo utilizando tuberías metálicas. La Carretera Vieja del Sur está a dos pasos de este remanso de paz, donde es posible beber algo o entrar en la tertulia que se forma en el antiguo café, justo al lado.

También hay bancos junto a la Carretera Vieja del Sur –que, por mucho que disimule, no es sino un río de tiempo congelado–, bancos idóneos para rememorar pretéritos perfectos e imperfectos, bancos adecuados para adivinar a dónde va fulanito a estas horas en su coche, bancos perfectos para vaticinar que tampoco el año próximo saldremos de la crisis, bancos pertinentes para especular sobre la especulación de los bancos.

La luz juega con las casas que parten desde la Carretera Vieja del Sur, a través calles estrechas. Sus sombras nos salvan de las insolaciones que nos obligarían a visitar a Tía Candelaria para extraer el sol de la cabeza con un pañuelo de lino y un vaso de agua burbujeante.

Nada escapa a los amarillos del sol. Lo dijo el poeta: Calor, amor. La historia tras la puerta.

No te asomes a la ventana, que no hay nada en esta casa. Asómate a mi alma, como deseaba Miguel Hernández.

Ya no existen razones para subir, ahora cada escalón es un vacío, un peldaño hacia ninguna parte, una terrible metáfora que conviene olvidar.

En la Carretera Vieja del Sur, el color más intenso lo tiene el cielo. Bajo esa cúpula azul, avanzamos entre amarillos, verdes y rojos; descubrimos muros, ramas, geranios y tejados; hacia el Sur avanzamos, siempre hacia el Sur.

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