Brujas

«Por mucho que apriete el calor en verano los bosques de La Gomera conservan su frescura. En ambos lados del camino los troncos de brezo son serpientes atornilladas a la piel del bosque.

El jinete vislumbra entre ellos un juego verdinegro de luces e inestables volubles volátiles sombras. Mundo de formas ilusorias que se insinúa en las copas de los árboles. Presencias ambiguas cuyos guiños refuerzan las leyendas en la isla: unas más reales que otras pero todas con un fondo de verdad por fantásticas que parezcan.

Pocos dudan de que las brujas se reúnen durante las noches sin luna a bailar con el diablo en este calvero de La Laguna Grande donde a ningún gomero se le ocurriría detenerse después del oscurecer.

Donde sólo crecen algu­nos hierbajos en invierno y los brezos gigantes que la rodean no son capaces de avanzar un solo paso hacia su interior: donde las raíces de los árboles desvían su trayectoria al acercarse a la línea invisible que delimita el enorme disco polvoriento.

Los pastores aseguran que hasta el vuelo de las aves es diferente cuando se adentran en esta calva en que el viejo bosque ha perdido su arbó­rea cabellera. Hechos que se consideran de naturaleza extraña.

Gaspar ríe por lo bajo al tiempo que dirige su mirada hacia el yermo círculo y se pregunta si alguna vez los oficiales de la Inquisición habrán reunido el valor suficiente para subir a capturar brujas en La Laguna Grande. Ésas que tal vez llegan por los aires después de untarse pomadas fétidas en los sobacos y gritar:

¡Arriba arriba sin Dios ni María!

Pero hasta los inqui­sidores estamos convencidos de que jamás debe caminarse por estos lugares durante la hora que sigue a la media noche.

De las doce a la una
corre la mala fortuna.
De la una a las dos
corre la gracia de Dios.

No obstante siempre podríamos echar mano de una fórmula que no acostumbra a fallar: dibujar un círculo en el suelo y clavar un cuchillo en el centro. En ese instante la bruja aparecerá dentro del ruedo sin que logre escapar de su interior hasta que no se lo permitamos o jure dejarnos tranquilos. A veces no alcan­za el tiempo para trazar el círculo o no llevamos un cuchi­llo en­ci­ma. En ese caso lo mejor es recitar este poemilla

Canta el gallo blanco:
cal y canto
Canta el gallo rubio:
cal y entullo
Canta el gallo negro:
¡Jurial pa’l infierno!

Quienes las han visto bailar de noche cuentan que las brujas no se desnudan sino visten ropas de seda tan transparentes que pa­re­cen estar en cueros mientras danzan y cantan con desenfreno.

De Francia semos
de Roma venimos:
hace un cuarto de hora
que de allá salimos.

Racimo de uvas
racimo de moras:
¿quién ha visto dama
bailando a estas horas?
De Canarias semos
de Madrid venimos:
no hace media hora
que de allí salimos.»

(Texto extractado de la novela La isla transparente. Nuestro Ruiz de Padrón)

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