Reflexión en torno a los terremotos de Lisboa y Japón: el peligro nuclear.

Terremoto de Lisboa, en 1755.

El terremoto de Lisboa ocurrió el día 1 de noviembre de 1755 y puede repetirse en 2011, o en cualquier otro año. Tuvo una duración aproximada de cinco minutos y magnitud 9 en la escala de Richter, es decir, más largo e intenso que el sobrevenido recientemente en Japón (8,8 e.R. y 2 minutos).

En Lisboa hubo también un maremoto y perecieron cien mil personas. ¿Qué habría sucedido si en esa ocasión hubieran habido centrales nucleares en España, Portugal, Marruecos o en cualquiera de los archipiélagos cercanos? ¿Y qué sucedería hoy, si se repitiera el seísmo, en una época en que sí existen esas centrales atómicas? ¿Están esas centrales preparadas para resistir un fenómeno de esta clase?

DATOS

Terremoto de Lisboa, en 1755.

Algunos datos complementarios nos ayudarán a comprender que las respuestas a las anteriores cuestiones no serían tranquilizadoras, en modo alguno, si los expertos institucionales las manifestaran con honradez y sin tapujos.

Lisboa padeció tres tsunamis con una altura máxima de 35 metros (frente a los 10 metros de Japón) y las consecuencias se sintieron en toda Iberia, en el Norte de África y en los países europeos del Mediterráneo. Por ejemplo, en Ayamonte (Huelva) murieron 1.000 vecinos y en Cádiz el mar se retiró 2 km y desaparecieron 500 personas.

Incluso, en el continente americano golpearon las tres grandes olas. En Canarias los efectos del cataclismo no pasaron desapercibidos, si bien no revistieron gravedad. Aparte de una anécdota referida a que las calles de Las Palmas de Gran Canaria quedaron llenas de peces cuando se retiró el mar, actualmente los geólogos afirman que las dunas de Maspalomas se formaron a raíz de este fenómeno telúrico.[1]

Como curiosidad documental, en las notas de este artículo incluyo una carta que el Comandante General de Canarias envió al Ministro de Estado, informando de las consecuencias del maremoto.[2]

LA REFLEXIÓN: VOLTAIRE FRENTE AL OPTIMISMO

Lo acaecido en Lisboa, donde también se produjeron incendios catastróficos durante cinco días, alentó a los europeos a realizar una reflexión sobre la catástrofe sufrida. Lo mismo sucede en estos días con el terremoto de Japón. Los desastres nos conducen a buscar explicaciones a lo ocurrido y a cavilar sobre las consecuencias futuras si se repitiera una manifestación de naturaleza similar. En el siglo XVIII, no sólo sirvió para que los arquitectos se plantearan reforzar los edificios, sino que filósofos de prestigio dedicaron muchos esfuerzos a poner la cosas en claro. Uno de ellos fue Voltaire que trató ampliamente sobre el terremoto de Lisboa en su Poème sur le désastre de Lisbonne y en el Cándido. El ilustrado francés clamaba contra aquéllos que abogan por aceptar la tragedia como un mal irremediable y enviado por designio divino: «Caed, morid tranquilos» que ya habrá quienes levanten los palacios destruidos y si prestáis atención a las leyes generales, veréis que todos vuestros males no son sino algo bueno, venía a decirnos el genial filósofo parodiando a Leibniz, Wolf y otros pensadores cercanos a las tesis optimistas, es decir, el nada puede ser mejor porque en ese caso sería de otra forma.

Les tristes habitants de ces bords désolés
Dans l’horreur des tourments seraient-ils consolés
Si quelqu’un leur disait: «Tombez, mourez tranquilles;
«Pour le bonheur du monde on détruit vos asiles;
«D’autres mains vont bâtir vos palais embrasés;
«D’autres peuples naîtront dans vos murs écrasés;
«Le nord va s’enrichir de vos pertes fatales;
«Tous vos maux sont un bien dans les lois générales;
«Dieu vous voit du même œil que les vils vermisseaux
«Dont vous serez la proie au fond de vos tombeaux. ‘,
A des infortunés quel horrible langage!
Cruels, à mes douleurs n’ajoutez point l’outrage.

Non, ne présentez plus à mon cœur agité;
Ces immuables lois de la nécessité,
Cette chaîne des corps, des esprits, et des mondes.
O rêves de savants! ô chimères profondes!

Sin embargo, Voltaire no se resigna ante el mal generalizado, sino que eleva su voz contra las esperanzadas tesis leibnitzianas sobre los justos castigos que debe sufrir el hombre por haber nacido culpable.

Leibnitz ne m’apprend […],
pourquoi l’innocent, ainsi que le coupable,
Subit également ce mal inévitable.

Voltaire deja al descubierto la falta de respuestas sobre las causas teleológicas de la catástrofe. Los por qué de tanto sufrimiento inútil no los pueden contestar los hombres, ni las rocas ni cualquier otra entidad natural. Tampoco los revela un hipotético Dios que guarda silencio. Ante ello, el filósofo concluye que frente a esta realidad avasalladora y cruel, no cabe esperar ninguna respuesta; sino que al ser humano le queda, únicamente, la esperanza.

Un calife autrefois, à son heure dernière,
Au Dieu qu’il adorait dit pour toute prière:
«Je t’apporte, ô seul roi, seul être illimité,
«Tout ce que tu n’as pas dans ton immensité,
«Les défauts, les regrets, les maux, et l’ignorance.
Mais il pouvait encore ajouter l’espérance.

CÁNDIDO Y LO NUCLEAR

En realidad, el discurso habitual que en estos días se escucha, en referencia al desastre nuclear de Japón, no dista demasiado de los enunciados de Leibnitz: las consecuencias dañinas de la energía nuclear hay que aceptarlas con una sonrisa porque son compensadas con el bien general de una generación de energía necesaria para la humanidad. De manera que debemos resignarnos ante la catástrofe humana que pueda sobrevenir en un futuro próximo, porque no está en nuestras manos remediarla. Agotados sus discursos sobre la inocuidad de la producción de energía nuclear por fisión, insisten ahora en su irreversibilidad, como un hecho consumado; tan consumado como el fatal mordisco de Adán a la manzana que nos hace nacer a todos manchados por el pecado y merecedores de sufrir castigos sin límites para expiar la culpa.

Estamos viendo cómo la inmensa mayoría de los gobiernos no dan un solo paso atrás en sus planes energéticos nucleares ni dejan margen para la esperanza en un mundo apto para la sobrevivencia saludable de las especies vivas, incluida la humana. Un cuarto de milenio después del terremoto de Lisboa, el pensamiento institucional no ha logrado salir de las espirales leibnitzianas y caracolea con su discurso optimista para justificar el sufrimiento humano. Únicamente han sustituido la figura de Dios por la Economía. El resto, sigue los mismos patrones escleróticos.

A pesar de todo, y pese a todos los que se empeñan en robárnosla, aun quedan jirones de esperanza. Con el terrenoto de Lisboa finalizó una forma de pensar. Con el de Japón, es posible que también el pensamiento avance otro paso, corte otras alambradas, nos acerque más a lo razonable que es labrar nuestra huerta, como bien dice Voltaire en la metáfora del párrafo final de su novela Cándido.

Toda la compañia aprobó tan loable determinacion; empezó cada uno á exercitar su habilidad, y el cortijillo rindió mucho. Verdad es que Cunegunda era muy fea, pero hacia excelentes pasteles; Paquita bordaba, y la vieja cuidaba de la ropa blanca. Hasta fray Hilarion sirvió, que aprendió con perfeccion el oficio de carpintero, y paró en ser muy hombre de bien. Panglós decia algunas veces á Candido: Todos los sucesos estan encadenados en el mejor de los mundos posibles; porque si no te hubieran echado á patadas en el trasero de una magnífica quinta por amor de Cunegunda, si no te hubieran metido en la inquisicion, si no hubieras andado a pié por las soledades de la América, si no hubieras pegado una buena estocada al baron, y si no hubieras perdido todos tus carneros del buen pais del Dorado, no estarías aquí ahora comiendo azamboas en dulce, y alfónsigos. Bien dice vm., respondió Candido; pero es menester labrar nuestra huerta.

Primera página del Poema de Voltaire.


[1] Conclusiones derivadas del la realización del proyecto Estudio Integral de la Playa y Dunas de Maspalomas, según Ignacio Alonso Bilbao, doctor en Ciencias del Mar en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria e integrante del equipo de investigadores que participó en el citado estudio.

[2] «Muy s[eño]r. mío: habiendo llegado a estas Islas las noticias de los estragos que causó el terremoto que se sintió en esa Corte y en otras partes, la mañana del día primero de noviembre me ha parecido preciso dar aviso a V[uestra]. E[xcelencia]. de n[uest]ra. felicidad en esta tragedia p[ar]a. que la participe al Rey.

El citado día, como a las once de la mañana, estando el mar en tranquilidad, se elevaron las gradas del muelle, pero no fue tanta esta avenida que se hiciese notable a todos, ni causó en este puerto y sus costas otro efecto que admirar a los pocos que advirtieron esta novedad.

En esta misma Isla, por la costa que llaman las Bandas del Norte, fue mayor la elevación de las aguas y notoriamente advertida con algún sobresalto de todos los habitadores de este paraje, pero sin estrago.

En la isla de Gran Canaria se experimentó igual movimiento del mar y los habitadores de su principal ciudad estuvieron viendo desde los balcones y cercanías de la marina esta repentina hinchazón de las aguas en la misma hora y con el mayor asombro, y mucho más cuando vieron que, retiradas ocho o diez minutos, volvieron con mayor impulso sobre los no tocados límites en la antecedente invasión, repitiéndose hasta tres veces en aquella Isla esta gran novedad, pero sin estrago ni otra circunstancia digna de notarse, y sólo en el Puerto principal de esa Isla, nombrado el Puerto de la Luz, distante una corta legua de la ciudad, se vio entrar el mar e inundar la ermita que allí había de Nuestra Señora de la Luz, y habiéndose retirado como un tiro de pistola dentro de su antiguo límite, descubrió el casco de un navío, de cuyo naufragio no hay memoria, y dejó la ermita llena de pescado.

En las islas de Fuerteventura y Lanzarote se experimentó el mismo movimiento, pero también sin estrago; sólo que en la última se arruinaron unas salinas de que se proveían aquellos naturales.

Habiendo sabido por las cartas de España, y otras de diferentes partes de la Europa, lo casi universal que fue el temblor de tierra del referido día y la catástrofe que padecieron muchos pueblos y, lo que es más triste, innumerables personas, hemos dado a Dios repetidas gracias con la mayor solemnidad, a las que di yo principio el día del Apóstol San Matías, y continuó este pueblo y todos los de esta Isla con la mayor devoción, porque habiendo llenado este día la Europa de asombro, horror y tragedia, nosotros por la misericordia de Dios solo tuvimos asunto que admirar, pero no con circunstancias que nos despertaran el miedo.

Es cuanto ha ocurrido digno de participar a V[uestra].E[xcelencia]. En estas Islas y sus mares.

Dios guarde a V[uestra].E[xcelencia]. Santa Cruz de Tenerife, marzo, 6 de 1756

Al exmo. Sr. D. Ricardo Wal.»

Documento citado por Luis Alberto Anaya Hernández: Un tsunami en Canarias. Revista Canarii, nº 7, diciembre de 2007, Fundación Canaria Archipiélago 2021, Las Palmas de Gran Canaria.

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