«Operación Palace», de Jordi Évole

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Desde la Biblia hasta el falso documental “Operación Palace”, de Jordi Évole, pasando por las imágenes de Salvador Dalí, el escarabajo de Franz Kafka o los tigres de Jorge Luis Borges, las obras de arte son consumidas a través de una lectura literal o bien se interpretan desde una perspectiva más amplia y más activa, aproximando el pensamiento a los mensajes crípticos, es decir, a los símbolos y a las metáforas. De ahí que el mismo contenido de una obra produzca tan diversas reacciones en idénticos receptores que no dudarían, sin embargo, en ponerse de acuerdo si estos mensajes hubiesen sido emitidos de manera más simple, en el caso de que ello hubiera sido posible, que no siempre lo es.

Estas divergencias tienen parte de su origen en que para interpretar los aspectos irónicos, satíricos o teleológicos de algunas obras hay que manejar una cantidad de información que no siempre está al alcance de quien consume estos productos. Sin embargo, en todas las ocasiones no sucede esto. A veces, aunque se posea ese conocimiento, la falta de empatía con el autor de la obra o, simplemente, la carencia de agilidad mental para situarse en el punto de vista adecuado, impiden una correcta interpretación de la simbología presentada.

Nada de esto ha de tomarse a la ligera, porque, desgraciadamente, no es la ignorancia, sino la esclerosis mental, fruto de una educación defectuosa, la que constituye uno de los nidos donde empollan todos los fanatismos, todas las intolerancias, todas las guerras.

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Naturalmente, en este marco, que podría ampliarse, es donde ha de inscribirse el falso documental de Évole. No es fácil realizar un análisis simple de esta pieza televisiva, puesto que tanto su mensaje subliminal como los elementos que componen este puzzle mediático son de una complejidad considerable, aunque sólo tengamos en cuenta las innumerables capas de mensajes esclarecedores, confusos, absurdos, interesados, etc. con que nos han bombardeado a lo largo de los 33 años transcurridos desde el golpe del 23F.

Lo de menos, en ese falso reportaje, es la humorística narración de los hechos, aunque no es un mal ejercicio democrático buscar las sonrisas en los lances más sombríos de la historia. Lo de más es mostrar al espectador cómo un medio de comunicación puede montar una creíble y falsa historia con medias verdades y con el tratamiento adecuado de la imagen y del sonido.

Lo de más es llevar al espectador a preguntarse cuántos reportajes falsos se ha tragado a lo largo de su vida y cuántas veces lo habrán manipulado desde una emisora, un periódico o un libro. Lo de más es saber que los grandes medios de comunicación cuentan con un poder gigantesco que les permite transformar lo blanco en negro, la corrupción en patriotismo, la buena voluntad política en conspiración contra el orden establecido, la injusticia en legalidad y el robo en necesidad perentoria para el funcionamiento de un país. Lo de más es abrir los ojos y promover el necesario debate en la base de la pirámide social, la que sustenta las justicias y las injusticias que padecemos.

Lo de más es poner en evidencia que la ficción presentada nos parece real porque «pudo ser real». Es decir, estamos convencidos de que los personajes del falso documental habrían sido capaces de llevar a cabo los hechos que se narran y esto es lo que más nos inquieta. Lo de más es tener la capacidad de preguntarnos en qué juegos terroríficos estarán implicados quienes ahora detentan el poder. Lo de más es saber que el poder pone todos los medios a su alcance para que no nos hagamos jamás esas preguntas perturbadoras.

Necesitamos más Jordis Évole que nos saquen del aletargamiento intelectual en que vivimos desde hace décadas. Es nuestro deber apoyar cualquier iniciativa de este tipo, conducente a promover la democracia activa, el pensamiento independiente, el análisis de los procedimientos con que actualmente se manipulan nuestras opiniones y nuestras conductas,…

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Hemos visto reacciones indignadas de gente que se creyó el contenido del documental –algo lógico que por otra parte debió sucederle a la mayoría de la audiencia–, pero que no tuvo la capacidad de aceptar ese engaño-desengaño lúdico y artístico utilizado por Évole para comunicar el mensaje con mayor intensidad por medio de un lenguaje simbólico y de una imágenes cinematográficas de calidad excepcional.

Todo simbolismo contiene, necesariamente, falsas apariencias; de los simbolismos nacen las metáforas; las metáforas forman parte intrínseca del Arte con mayúsculas y, sin Arte, la vida se convierte en un campamento militar. Y eso no es lo que queremos. Digo yo.

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