Los cocineros del tiempo: así nos roban la vida

Permaneció en un estado de apacible meditación e
insensibilidad hasta que el reloj de la iglesia dio
las tres de la madrugada. Todavía pudo vislumbrar
el alba que despuntaba tras los cristales. Luego,
a pesar suyo, dejó caer la cabeza y de su hocico
surgió débilmente su último suspiro.

Franz Kafka: La metamorfosis.

—En cuanto al tiempo —iba el señor Propter diciendo a Pedro— ¿qué es, considerado en este sentido particular, sino el medio en que el mal por sí mismo se propaga, el elemento en que vive y fuera del cual muere? En realidad es más que eso aún, más que su simple medio. Si uno lleva el análisis lo bastante lejos, se encuentra con que el tiempo es mal. Uno de los aspectos de su sustancia esencial.

Aldous Huxley: Viejo muere el cisne.

RELOJ-FRITO

Los libros, el arte, la religión, el tiempo, la visible y sólida tierra, y lo que del cielo esperábamos y lo que del infierno temíamos, todo se ha consumido.

Walt Withman: Hojas de hierba.

Los intermediarios de los dioses nos han educado para vivir felices en tiempos futuros, obedecer en tiempos presentes y añorar los tiempos pretéritos. Durante milenios, en esa cocina de entelequias finitas e infinitas, se ha ido modelando el miedo humano. Estos auténticos cocineros del tiempo nos han servido el plato que contiene las horas y los años con los dos ingredientes más execrables e inmorales que han podido encontrar: el miedo y la mentira.

Recuerdo con horror un enorme y grotesco reloj, colocado en la antesala de la casa de un viejo nazi alemán, en cuyo péndulo se podía leer la siguiente frase: Ex his una tibi («De éstas [horas] una es para ti»), es decir, una de éstas será la hora de tu muerte.

Nuestras esperanzas y temores están depositados en el tiempo. Tememos sus pasos, pero también aguardamos impacientes el transcurso de horas, días o años para alcanzar algo que nos proporcione un poco más de felicidad o que cierto escollo desaparezca y se lleve con él un dolor o una tristeza. Sabemos que un año más nos acerca a la hora de nuestra muerte, pero quisiéramos estar ya en las siguientes vacaciones.

En ese sentido, somos los devoradores del tiempo que nos engulle.

 Sin que podamos demostrar la esencia malvada o benévola del tiempo, esperamos con ansias que las manecillas del reloj caminen veloces para dar alcance a nuestras ambiciones, grandes o pequeñas, y nos horrorizamos cuando caemos en la cuenta de lo raudas que esas agujas giran y nos empujan hacia la muerte:  Ex his una tibi.

Todo está encadenado al tiempo, incluso lo ficticio. Especialmente, lo ficticio.

Una cualidad de nuestros dioses es la eternidad y la mayor recompensa que nos ofrecen las religiones tiene mucho que ver con la inmortalidad: devorar el tiempo sin ser devorados por él. De este modo, para quienes no cumplan las reglas humanas o inhumanas de cualquier doctrina, se ha preparado un variado repertorio de tiempos: infames reencarnaciones perpetuadas en la rueda de cronos, sufrimientos interminables en toda clase de infiernos y la peor pena:  el cero infinito o la aniquilación radical del tiempo para el pecador tan pronto muera.

Durante milenios, en el nombre del miedo, hemos obedecido al futuro que venía de la cocina del tiempo, reforzado con otros miedos más palpables: las espadas, los jueces injustos, las prisiones,… Así, todo quedaba controlado en la zona plebeya de los comedores del tiempo hasta la llegada de las revoluciones ciudadanas de finales del Siglo de las Luces. Entonces, comenzó en la cocina un lento cambio que aún no ha alcanzado la mitad del camino.

Desde hacedos siglos, de manera lenta pero inexorable, los dioses han ido perdiendo poder sobre el tiempo, y  ganándolo los dirigentes no-religiosos (políticos, empresarios, artistas,…). A pesar de las apariencias, los dirigentes utilizan cada vez menos las retribuciones y amenazas celestiales  e infernales del futuro para reclamar nuestra obediencia a la clase privilegiada. Ahora, cuando los ciudadanos comienzan a dudar de los premios y de los castigos postmortem, el tiempo se les roba con amenazas y coacciones directas o veladas sobre el patrimonio, sobre la seguridad, sobre la intimidad y sobre el ocio.

En la actualidad, gran parte de los cocineros del tiempo son los financieros, los banqueros, los ejecutivos de las grandes corporaciones, los presidentes, los ministros y toda la pléyade de cargos que viven del tiempo consumido por los ciudadanos de a pie. Un tiempo dedicado a trabajar para los grandes parásitos del Estado y de las finanzas; un tiempo dedicado a dejarse ofuscar y mentecatizar por los cantamañanas del cotilleo, de las tertulias opiáceas y del deporte televisivo; un tiempo dedicado a rebanar las mentes de sus propios hijos y conciudadanos con horas y más horas en centros de enseñanza que los adiestran para que no rechisten y generen pensamientos propios; un tiempo dedicado a deprimirse con el temor a enfermar, a empobrecer, a ser multado, a ser señalado; un tiempo que miramos con el terror pintado en los ojos, mientras esperamos ver aparecer en nuestras vidas, de forma artificial y prematura, las dos palabras más terribles del imperio: GAME OVER, alzándose en mayúsculas sobre nuestras cabezas, emprendiendo el vuelo desde un verso de Walt Withman: Basta, oh presente que me dejas, basta, oh tiempo rescatado.

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