El poder y el Leviatán: deconstruyendo el 23F

Nunca he tenido la completa seguridad de si el poder corrompe o si son los corruptos quienes arriban a los puestos de poder de manera habitual… con la intención de permanecer en ellos indefinidamente.

Los lamentables sucesos policiales en Valencia en estos días, sumados al aniversario del fallido golpe de estado del 23F, dan pábulo para reflexionar sobre los mecanismos de poder y, más aún, sobre las manos que los manejan.

Si nos fijamos en los pequeños artefactos de poder, podemos contemplar a escala reducida lo que tiene lugar a escala nacional o internacional. En el fondo, las ambiciones y las corruptelas son las mismas, aunque, naturalmente, los daños no sean comparables.

HISTORIA EJEMPLAR DE UNA DICTABLANDA EDUCATIVA

Les contaré una historia. Verán, hace más de veinte años, participé en una pequeña maniobra para desalojar de su puesto al director de un centro de enseñanza y colocar a otro en su lugar. Ciertamente, el profesorado estaba desolado con la manera histriónica en que se llevaban los asuntos educativos y no hubo dificultad en conseguir, a priori, una mayoría que nos garantizara la victoria.

Por desgracia, fui yo quien propuso como candidato a un profesor que presentaba una imagen moderada: poco dado a la escenificación, flemático, sin aparentes ambiciones personales, etc. Ciertamente, no era lo que se dice una lumbrera ni siquiera alguien capaz de estimular mínimamente al profesorado; pero, a pesar de todo, creí que se trataba de la persona adecuada para sacarnos de aquella mala gestión y dejar paso, más adelante, a alguien más capaz. El hombre parecía no querer postularse como candidato y fue preciso que otras personas le garantizáramos que estaríamos apoyándole en las labores de dirección. Al fin, se presentó y ganó el puesto.

Tal como habíamos previsto, cesaron los claustros tumultuosos y cierta tranquilidad llegó a las aulas. También sobrevino algo con lo que no habíamos contado: a la menor dificultad, el nuevo director faltaba a la palabra dada, hablaba mal de todos sus compañeros a sus espaldas y era un tipo acobardado que jamás defendía a los profesores y cuya única obsesión era salvar su pellejo a cualquier precio.

A los pocos meses, mi vida personal y profesional me condujo por otros derrotero pero, desde entonces, a través de antiguos colegas, he tenido noticias de aquel director que no quería serlo. Durante años y años, hasta la fecha de su jubilación, se aferró al puesto de director como a un clavo ardiendo, mientras sumergía en la más completa atonía a un profesorado aterrado ante dos perspectivas: que volviera el caos o que el nuevo director les indispusiera con la inspección educativa. Al parecer, su comentario más frecuente, durante tan largo reinado era:

‒Lo que a mí me gusta es dar clases, pero tengo que seguir de director porque los compañeros no quieren que vuelva el desorden que había anteriormente.

EL «USTEDES ME NECESITAN»

No es el único caso que he vivido, aunque éste siempre me ha hecho sentir cierta culpabilidad, al haberme dejado embromar por lo que en La Palma llaman un gallo tapado. A pesar de todo, este error de juventud me ha enseñado a no confiar jamás en la catadura moral de quienes se aferran a los puestos de poder; menos aún, de los que profetizan desastres sin fin si los abandonaran.

El esquema de esta pequeña historia se reproduce en ayuntamientos, cabildos, comunidades autónomas, gobernaciones, departamentos ministeriales y toda clase de direcciones generales, susceptibles de aguantar hombrecitos y mujercitas adheridos a la piel del poder como las garrapatas a un perro. Un guión que se reproduce, con pelos y señales, en países de ideología socialista, de ideología capitalista y de ideología religiosa. También, ¡cómo no!, se reproduce en la ONU (leamos a Albert Cohen que la conoció por dentro), se reproduce en las organizaciones eclesiásticas (leamos los concordatos de los estados con la Santa Sede) y se reproduce en las familias (leamos las páginas de sucesos de los periódicos).

Teniendo esto en cuenta, el 23F no fue algo súbito e imprevisible, sino la representación militar de los que han permanecido demasiado tiempo trajinando en los artefactos del poder y, al sentirse desplazados, nos dicen, usando al ejército como sujeto:

Lo que a mí me gusta es servir a la Patria en un puesto anónimo, pero tengo que servirla gobernando a los españoles porque la Iglesia, la Familia y el propio Ejército no desean que vuelva el desorden que existía antes de Franco.

LAS VISITAS DE LEVIATÁN

Ese día 23 de febrero de 1981, dejó ver los dientes el monstruo Leviatán. El mismo que emergió en los años treinta para enterrar las voces discordantes en las estepas soviéticas y para destruir un país entero en el otro extremo del continente, el que anegó de sangre los campos de Europa en los años cuarenta, el que calcinó con napalm las pieles infantiles de Vietnam en los sesenta, el que convirtió en barro ensangrentado el polvo de la plaza de Tian’anmen en los setenta,… ese Leviatán que espera agazapado en las entrañas de la sociedad a que nuevas encarnaciones de su amo le ordenen atacar y devorar… al enemigo.

Y LAS ESPERANZAS

Continuando con el simbolismo, las esperanzas que ofrece el Talmud sobre el gran banquete que disfrutará la gente honrada comiendo la carne del Leviatán, tan pronto éste haya sido destruido, no parecen cercanas en estos momentos. Al menos, esas expectativas no estarán justificadas hasta que las fuentes de poder político, económico y social broten de la libertad y la razón y no de la autoridad; es decir, hasta que la idea de fraternidad universal sea defendida por la gran mayoría de los seres humanos frente a una oscura y nebulosa noción de autoridad, emanada, sobre todo, de la insolencia de quienes la detentan.

En el fondo, son las mismas esperanzas que surgieron de la Revolución Americana, primero; de la Revolución Francesa, después; y de tantas otras que les siguieron, empeñadas en la misma idea: destruir al Leviatán para construir una sociedad justa e igualitaria.

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