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Copyright by
Manuel Mora Morales, 2001-2009
Serie de artículos dedicados a escritores profesionales o aficionados*.
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El lector
“Para todos escribo. Para los que me leen sobre todo.”
Vicente Aleixandre
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La maravillosa transmutación que produce la literatura es lograr que el lector se sienta Cervantes, García Márquez o Pablo Neruda mientras lee sus textos. Por esta razón, siempre me ha llamado la atención el desprecio que algunos escritores muestran públicamente por los lectores que son, al fin y al cabo, la única razón de su labor literaria. He escuchado en más de una ocasión decir a ciertos literatos que cuando escribían jamás pensaban en el lector. Tal vez fuese coincidencia, pero, al conocer más particularmente a cada uno de ellos, resultaron ser personas resentidas, cuyos libros no se habían publicado o no se habían vendido, por una causa u otra. Esa especie de rencor enfermizo, también estaba acompañado de resentimiento hacia los libreros, los distribuidores y los editores. Naturalmente, este tipo de autores intenta presentar ese dislate como parte del alma pura de un literato, sin llegar a razonar que el ciclo literario de cualquier escritor sólo se cierra cuando lo que ha escrito regresa a la comunidad de donde ha salido. Lo que transforma los signos caligráficos en un texto sólo es la facultad de que alguien pueda leerlos.
Ese comportamiento frívolo con los lectores es un mal camino para quien escribe. Shakespeare no necesitó prescindir de su público para producir su obra; al contrario, se mezcló con él y probó personalmente en los escenarios la mayor parte de su labor literaria, verificando su idoneidad (curiosamente, cuando fue lo suficientemente rico y ya no tenía necesidad de pensar en el público, no volvió a escribir más hasta su muerte, excepto su testamento). Jorge Luis Borges, el más individualista y críptico de todos los escritores que he conocido, decía en una conversación literaria:
–Me demoro en cada verbo, cada adjetivo, cada palabra. Y, además, en el ritmo, en la cadencia, que para mí es lo esencial de la poesía.
–En ese caso, usted sí se acuerda del lector.
–Sí, creo que sí.
[…] Y luego tenía un gran poeta, Keller, pero… supuse que si lo ponía, el lector pensaría que yo quería engrosar la lista, y que ponía nombres desconocidos.(1)
Nada duele más a un escritor que no ser leído y éste es un riesgo que corre todo el que se aventura a publicar algo. Sin embargo, los mejores autores saben que son ellos quienes deben cambiar sus libros cuando nadie los compra, mientras los mediocres se empeñan en hacer culpable al resto del mundo. La validez de una obra quizás está en función de los lectores, tanto en su cantidad como en su calidad. En cuanto a esto último, no conviene confundirse, pensando que tiene mayor calidad el lector de la poesía de Hölderlin que el de los relatos policiacos de Agatha Christie, pues ambas actividades lectoras pueden darse en la misma persona y, de hecho, se dan.
Estoy de acuerdo con Julio Cortázar en que algunos escritores confunden el desprecio al lector con la producción de un tipo de literatura que, en épocas y lugares concretos, es inaccesible a una amplia capa social. Sin embargo, son dos conceptos muy distintos, pues no existe nada malo en escribir obras que apunten muy alto, más alto que la preparación cultural de muchos lectores, puesto que el escritor no ha de sacrificar sus posibilidades literarias para producir un presunto arte popular que no remedia más que cualquier pésimo programa de televisión, fácilmente digerible.
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(*) Extractos de la obra TODO SOBRE EL LIBRO [Manuel Mora Morales. Editorial Globo. Canarias. 2001.]
(1) Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo: Diálogos. Seix Barral, Barcelona, 1992.
