Si la influencer japonesa entrara en mi casa, infartaría. En el improbable caso de que sobreviviese, su primera reacción sería desalojar los miles de libros que abarrotan y estrechan las paredes de la vivienda.
Este momento en que sosegadamente no creemos en nada
Desenlacemos las manos, que no vale la pena cansarnos.
Ya gocemos, ya no gocemos, pasamos como el río.
Más vale que sepamos pasar silenciosamente
y sin grandes desasosiegos.
Ruiz de Padrón, foto a foto (7ª entrega: su camino a las Cortes de Cádiz: desde Orense a Vigo)
Imágenes fotográficas del camino Orense- Vigo: primera parte de la ruta seguida por Ruiz de Padrón en su viaje desde Valdeorras (Orense) a Cádiz, a finales de 1811, para tomar posesión de su acta de diputado en las Cortes.
En el año 1811, Antonio Ruiz de Padrón recibió una carta desde Canarias con su nombramiento como Diputado del Congreso por las islas de La Gomera, La Palma, Lanzarote y Fuerteventura.
Para un hombre que había asistido al nacimiento de la Constitución de los Estados Unidos y recorrió Europa durante los estertores del Antiguo Régimen y el nacimiento de las democracias modernas, no podía haber una noticia mejor.
Ruiz de Padrón salió de Valdeorras (Orense) en dirección a Vigo, con la intención de atravesar Portugal –libre de tropas napoleónicas– y llegar a Cádiz sin caer en manos de los franceses.
“La muerte del Inquisidor General”, un excepcional relato de António Borges Coelho
El tema a tratar se presenta desde el primer párrafo: el ilustrísimo y reverendísimo Obispo Inquisidor General de Portugal, don Francisco de Castro, de 78 años de edad, se está muriendo en su habitación del palacio del Santo Oficio, ubicado en la plaza del Rossio.
Es el primer día del año 1653. Las recias puertas y las paredes de piedra forradas de tapices tan gruesos como soberbios no son capaces de amortiguar los desgarrados lamentos que suben desde las salas de tortura hasta la lujosa habitación del moribundo. No obstante, no turban al enfermo, acostumbrado durante años a escucharlos con una beatífica sonrisa en los labios. Alabadas sean las muestras de arrepentimiento que salen de los labios de los odiosos judíos que ofenden a Nuestro Señor. Tres veces amén.
Oporto encuentra a Tabucchi: una visión subjetiva
He de confesar que la combinación de Oporto y Tabucchi me entusiasma de igual manera que Lisboa y Pessoa, Buenos Aires y Borges o La Habana y Carpentier. Las ciudades y los escritores forman casales en las mentes de los viajeros con afición a la lectura, de igual manera que los músicos y los grandes festivales en el imaginario de los melómanos.
El protagonista de "La cabeza perdida de Damasceno Monteiro" odiaba Oporto; pero su creador, Tabucchi, le va cocinando el gusto a fuego lento, como si se tratara de una olla de callos, hasta que termina por enamorarse de esta ciudad espléndida de puentes, castillos, iglesias y estaciones de ferrocarril.
Los portugueses le dicen, simplemente, Porto, es decir, Puerto. Y nadie puede decir que ha visto la ciudad si antes no ha cruzado sus puentes sobre el río Duero y subido los casi 250 fatigosos escalones de la Torre de los Clérigos para contemplar los tejados que componen un maravilloso tapiz bermejo bajo el cual bullen el arte, la literatura, el vino, la gente, el bacalao asado y, naturalmente, los famosos callos de Oporto.