Porfirio Toledo Toledo

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Manuel Mora Morales, 2009

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El día 22 de mayo de 2008, después de haberse escrito este artículo se produjo la muerte de don Porfirio Toledo, en San Juan de Puerto Rico. Murió en su casa, rodeado de su familia y estuvo consciente hasta el último momento. Las manifestaciones de duelo por su fallecimiento han sido numerosas y todas coinciden en que se ha perdido, además de un hombre profundamente bueno, el principal valedor de la canariedad en el exterior. Descanse en paz.

Porfirio21. Foto de Manuel Mora Morales

La seriedad y la trascendencia de la labor cultural de
don Porfirio Toledo están lejos de cualquier duda,
pero aún queda pendiente el reconocimiento oficial.

Don Porfirio Toledo Toledo es el Padre de la canariedad en Puerto Rico y, por extensión, en América. Y lo es porque nadie como él ha realizado tantos y tan desinteresados esfuerzos para hermanar a boricuas y canarios. Don Porfirio organiza viajes entre los dos archipiélagos, pone en contacto a familias que no se han escrito desde hace un siglo, regala libros a los ayuntamientos canarios, estudia la genealogía de quienes le acompañan desde la Isla del Encanto y les infunde amor por el archipiélago canario.

El nombre de don Porfirio Toledo Toledo es sobradamente conocido en las oficinas del Departamento de Hacienda del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Hace unos años, las autoridades fiscales puertorriqueñas decidieron realizar una auditoría a don Porfirio porque ciertas cantidades elevadas de dólares estaban pasando por sus manos sin que sus declaraciones reflejaran ganancia personal alguna. Por este motivo, un inspector se presentó en la casa que el señor Toledo tiene en San Juan de Puerto Rico. Una vez allí, le pidió explicaciones sobre los extraños movimientos de dinero que se estaban llevando a cabo en algunas cuentas bancarias.
Don Porfirio dejó que el inspector se explicara. Desde sus ochenta y tantos años, y desde sus innumerables experiencias de negocio, don Porfirio Toledo ha desarrollado una extraordinaria capacidad para escuchar los argumentos del prójimo sin interrumpir hasta que se ha expuesto el asunto. En la sala de su apartamento, a salvo del calor del verano, desde su sillón favorito, don Porfirio escuchaba atentamente al funcionario. Calzaba el anciano zapatos marrones al estilo antiguo, casi suspendidos sobre el suelo, mientras sus manos enlazadas reposaban en la elegante guayabera blanca de hilo. Sus abundantes cabellos, aún grises y peinados hacia atrás, como ha venido haciendo desde su adolescencia, prestaban a su rostro el aspecto venerable y bondadoso del hombre bueno que siempre ha sido.
Lo que el inspector había venido a decirle a don Porfirio era que el fisco estaba al corriente de que había estado organizando viajes desde Puerto Rico a las Islas Canarias, con grupos de hasta cincuenta o más personas, y que la compra de billetes de avión, la reserva de hoteles y restaurantes, etc. tendrían que haberle dejado unos beneficios económicos que no se reflejaban en sus declaraciones de la renta. Don Porfirio abrió un poco más los ojos, sonrió levemente, como siempre hace antes de comenzar a hablar, y le explicó al inspector que aquellos viajes no le dejaban ganancias, sino pérdidas. Mientras le mostraba una cuidada contabilidad de cada uno de aquellos desplazamientos, el señor Toledo le habló al burócrata de una promesa que había hecho a su esposa antes de su muerte, consistente en llevar a Canarias cuantos descendientes de canarios pudiese para darles a conocer la tierra de sus antepasados.
Los datos de don Porfirio eran contundentes: más de una vez tuvo que poner dinero de su propio bolsillo para cubrir el pasaje en avión de aquellos viajeros que cruzaban el Atlántico buscando algo más que una hipotéticas raíces familiares. En el Departamento de Hacienda, el asombro fue considerable y el caso de don Porfirio ha sido ampliamente comentado durante mucho tiempo: organizar viajes turísticos para perder dinero no es una ocupación habitual.

Porfirio5 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio Toledo se marcó una meta en su vida:
unir a los “isleños” de ambos lados del Atlántico para que se
enriquezcan, humana y culturalmente, a través
del mutuo conocimiento.

Un hombre singular
Evidentemente, don Porfirio Toledo Toledo tampoco es una persona convencional. Hoy puede reconocérsele como el Padre de la canariedad en Puerto Rico y, sin exagerar un ápice, este nombramiento podría hacerse extensivo a toda América. Nació en la ciudad de Arecibo, situada al Norte de Puerto Rico, en el año 1922, en plena expansión de las empresas norteamericanas en la industria azucarera puertorriqueña. Vino al mundo, pues, dos décadas después de que España transfiriese la Isla del Encanto a los Estados Unidos, en el Tratado de París de 1898, y cinco años más tarde de que la Ley Jones convirtiese a los puertorriqueños en ciudadanos estadounidenses sin derecho a voto presidencial.

Porfirio17 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio contempla a isleños de
Puerto Rico jugando una partida de dominó

Los “isleños” en América
Decir “isleño” en América es decir emigrante canario o nombrar a sus descendientes. Evidentemente, los cubanos, los puertorriqueños y los dominicanos también son isleños; no obstante, ese vocablo se usa de manera primordial referido a las personas procedentes de las lejanas Islas Canarias.
Este dato debería ser suficiente para establecer la importancia de esta emigración, no sólo en el Caribe, sino en el continente americano, desde Nueva York hasta la Patagonia. En todo este territorio, el concepto que se tiene del isleño acusa pocas variaciones: honrado, humilde y trabajador. Como bien escribió el historiador Francisco Morales Padrón, los canarios “No trajeron a América ínfulas de hidalguía y, sintiéndose coloniales ellos mismos, estaban desposeídos de la soberbia del castellano. Hombres de vida sencilla, se dieron al trabajo ora en el campo o en la ciudad sin mirar en los oficios ocupación indigna de conquistadores o pobladores.”
A pesar de la enorme influencia de la emigración canaria, pocas personas en Estados Unidos o en América Latina conocen su auténtica envergadura. Lamentablemente, la falta de estudios divulgativos en esos países y el poco interés de las instituciones canarias en establecer un área de influencia cultural fuera del archipiélago han sustentado este desconocimiento. Lo que pudiera haberse convertido en el fermento de otros intercambios, como el turístico o el comercial, ha sido desaprovechado por completo y, de momento, no existen visos de que esto vaya a cambiar a corto o medio plazo.
En el caso de Puerto Rico, la emigración canaria tuvo una importancia preeminente, tanto en el número de familias que se trasladaron a la isla durante cuatro siglos como en la proyección de la idiosincracia canaria en la puertorriqueña. Las similitudes entre puertorriqueños y canarios van mucho más allá del hecho de compartir alimentos como el gofio y el sancocho, palabras como guagua o tabaiba, costumbres como los velorios de infantes o devociones como la Virgen de Candelaria. Cada vez que un puertorriqueño se desplaza a Canarias o un canario a Puerto Rico, su primera reacción es el asombro de reconocer tantas cosas de su país de origen en el país de destino: las costumbres, el habla y hasta el puritanismo tradicional de ambos pueblos continúan corriendo de manera pareja. No creo equivocarme demasiado si afirmo que existen más vínculos comunes entre un puertorriqueño de Puerto Rico y un canario que entre aquél y un newyorican o emigrante puertorriqueño en Nueva York.

Porfirio10 Foto de Manuel Mora Morales

La esposa del Gobernador de Puerto Rico,
retratada por el pintor isleño José Campeche.

Isleños ilustres
Realizar un recuento en Puerto Rico de los canarios que han trascendido su tiempo, por alguna característica destacada en labores sociales políticas o culturales, no es tarea fácil, porque sus biógrafos han desposeído a muchos de su lugar de origen, como si ser canario constituyera algún agravio. A pesar de todo, en bastantes casos no es imposible seguir su rastro e incluir ejemplos que enfaticen la presencia canaria en suelo boricua. He aquí algunos ejemplos.
El isleño Francisco Bahamonde de Lugo, nacido en Canarias, fue Gobernador de Puerto Rico, entre 1545 y 1569, y constituye una honra para los canarios de todos los tiempos, porque destacó como una persona honrada a carta cabal. La relación de sus choques con la familia de Ponce de León es demasiado prolija para su relato aquí, pero baste con saber que su defensa de la justicia le llevó a perder su puesto de Gobernador. Y que acabado su período de gobierno regresó a Canarias “tan pobre, que al embarcarse le dio a la mujer de un sobrino suyo una cadena diciendo: ‘Señora, no me agradezca el darle esta cadena, que no lo hago por servirla, sino por decir con verdad que no llevo nada de Puerto Rico.” (Diego de Torres Vargas: “Descripción de la isla y la ciudad de Puerto Rico”).
Juan Fernández Franco de Medina fue otro Gobernador de Puerto Rico (1695-98), nacido en La Laguna (Tenerife). Cuando marchó a tomar posesión de su cargo, llevó consigo a cien canarios que se establecieron en la isla.
José Campeche Jordán, (San Juan, 1751-1809) es uno de los pintores más reconocido de Puerto Rico y está considerado como en fundador de la pintura nacional. María Jordán, su madre, era una emigrante canaria que se casó con un esclavo liberto. Campeche rechazó una oferta del Rey de España para ser su pintor de cámara. Destacó también como tallador en madera, organista, maestro de coros y arquitecto. Según el historiador Arturo Dávila, su obra como reformador del canto sagrado y maestro de música “tuvo un largo eco que no se extingue hasta mediados del siglo XIX.”
Romualdo Real (1880-1959), natural de las Islas Canarias, fue fundador y director del semanario “La República Española”. En compañía de sus hermanos, fundó el periódico “El Mundo” y la revista “Puerto Rico Ilustrado”. Real escribió abundantemente y sus obras completas fueron publicadas en 1965.
Uno de los personajes más curiosos que puede encontrarse entre la descendencia canaria es Juanita García Peraza (1897-1970), conocida hoy como Diosa Mita. Nació en una familia católica de Hatillo y después se hizo pentecostal. Hacia 1940, formó la Iglesia Libre, conocida actualmente como Congregación Mita, extendida por varios países latinoamericanos. Juanita García amasó un capital enorme e infinidad de fincas y edificios. Esta singular religión –cuyas creencias se basan en que la isleña Juanita era el Espíritu Santo– está en auge en Puerto Rico, lo mismo que los llamados Nuevos Movimientos, junto a grupos religiosos como los Testigos de Jehová y los mormones.
Carlos Marichal (1923-69) nació en Tenerife y murió en San Juan de Puerto Rico, donde residió definitivamente a partir de 1949. Es una figura muy reconocida por su obra pistórica, especialmente por sus plumillas. Destacó de manera excepcional en la ilustración de libros. Fue profesor de la Universidad de Puerto Rico, dirigió el grupo teatral Tinglado y ejerció de director técnico del Teatro Universitario en San Juan. Entre los muchos homenajes que continúa recibiendo, se ha instituido el “Premio Carlos Marichal para la Excelencia en Artes Gráficas” en la Universidad de Puerto Rico.
Tampoco puede olvidarse a Guillermo Sureda Arbelo, Guillermo (1912-2006), nacido en Arucas (Gran Canaria) y emigrado a Puerto Rico en 1950. Un excelente pintor, conocido como el “Chopin de la acuarela”, cuya obra fue reconocida y premiada internacionalmente. Sureda realizó numerosas portadas de discos para la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico.
Hubo más. Incluso, se podría hablar de un obispo canario, que introdujo el culto de la Virgen de Candelaria en Puerto Rico, y hasta de un capitán que fue el encargado de entregar las isla a las tropas estadounidenses, en 1898. Algún día habrá que hacer justicia histórica con los personajes relevantes surgidos de la emigración canaria, no solamente en Puerto Rico, sino en otros países americanos.
En este contexto histórico, social y religioso que hemos visto en los anteriores apartados, espacio cultural por el que todavía transitaban varios de los personajes mencionados, fue donde don Porfirio Toledo vino al mundo. Un escenario que ha permanecido con el telón bajado durante varias generaciones, hasta el punto que en la actualidad gran parte de la herencia cultural trasplantada por los canarios es atribuida a otros emigrantes más ajenos a la formación del pueblo puertorriqueño, como los andaluces. Sólo excepcionalmente, algunos historiadores de la isla, como Estela Cifre de Loubriel o Manuel Álvarez Nazario, han reparado en los canarios. Álvarez Nazario, en su obra “La herencia lingüística de Canarias en Puerto Rico”, dejó escrito: “Cabe pensar en la influencia canaria respecto a los abundantes rasgos fonéticos, gramaticales y léxicos en los cuales coinciden las hablas respectivas de las islas y de nuestro país.”

Porfirio9 Foto de Manuel Mora Morales

Niños recogiendo agua en el río Arecibo, a principios del siglo XX.

Don Pepe Toledo García
Don José, el padre de don Porfirio, fue un “isleño” oriundo del pueblito de San Miguel de Abona, en Tenerife (Islas Canarias). Llegó a Puerto Rico en el siglo XIX, a la temprana edad de 17 años, reclamado por su progenitor, a la sazón mayordomo de una finca propiedad de la familia Monroy (también isleña), en el pueblo de Hatillo.
Un tío suyo era dueño de una cervecería en Utuado y allí trabajó como catador, un raro oficio en la isla. El trabajo de José consistía en probar los vinos que entraban en el almacén e irlos separando por calidades. Con los ahorros, pronto pudo independizarse y montar una pulpería en Arecibo, donde vendía de todo. Más adelante, a partir de 1914, también pondría a la venta las semillas de cebolla que le enviaba don José Feo desde San Miguel de Abona, allende los mares.
La pulpería de José, más conocido como don Pepe Toledo, tuvo éxito. Por otra parte, su padre había logrado reunir ciertos ahorros de su trabajo como mayordomo. Así, la familia logró comprar un terreno en la zona de Hato Bajo, donde comenzó a sembrar papas y cebollas para vender. Algunos canarios que iban llegando en esa época consiguieron allí su primer empleo.
–Mi papá había escogido a una mujer con la que procreó cinco hijos –me confesó don Porfirio–. Después, en el año doce, se casó con una señora de Arecibo que es la mamá de mis hermanas mayores. Ella murió en 1919. Papá salió de Puerto Rico y se fue a Canarias y se casó con mamá, en mayo de ese mismo año.
El viaje de regreso fue accidentado, porque el hermano de la recién casada los acompañaba y enfermó, probablemente de la llamada “gripe española” que azotaba el mundo durante ese año fatídico. El capitán del buque decidió que el enfermo debía desembarcar en Guantánamo (Cuba), mientras el matrimonio proseguía el viaje hacia Puerto Rico. Afortunadamente, este joven sobrevivió a la enfermedad y formó familia en Cuba.
En ese año de 1919 ocurrió que también se produjeron contagios de gripe española a bordo del famoso vapor Valbanera, de la compañía Pinillos, en un viaje hacia Canarias. Hubo varias víctimas mortales. El barco fue desinfectado y volvió a navegar hacia América, en el mes de agosto. Después de visitar los puertos de San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba, el Valbanera naufragó frente a Key West (Florida) durante un fuerte temporal. Todavía quedaban cerca de 500 personas a bordo que jamás llegaron a La Habana. No hubo supervivientes ni se encontró un solo cuerpo. Sólo se halló una cabeza flotanto, quince días más tarde, según un informe de la Armada estadounidense.

Porfirio15 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio conversa con el doctor Saavedra
y don Fernando Amador, propietario del museo
etnográfico canario de Aguadillas.

Los primeros años
La infancia de Don Porfirio transcurrió en Arecibo. Esta población, con muchísimos vecinos de procedencia canaria, hoy rebasa los cien mil habitantes, pero a principios del siglo XX no pasaba de ser un pequeño pueblo. De niño, gran parte de su tiempo lo dedicaba al colmado de su padre, atendiendo a una clientela dispersa en la que abundaban los isleños. El pequeño Porfirio llevaba las compras en un carro de mano hasta los domicilios dispersos en un amplio territorio. Muchas veces, los artículos comprados eran depositados en el borde de los caminos para que cada familia retirase los suyos, sin que a nadie se le ocurriese robarlos.

OvejaSinLana Foto de Manuel Mora Morales

Las ovejas u ovejos de pelo corto son fáciles de encontrar en Puerto Rico, especialmente las zonas del Oeste, como Cabo Rojo, donde existen numerosos ejemplares. Este animal procede de las Islas Canarias y, en el siglo XV, cuando los europeos luchaban contra los guanches, en la conquista del archipiélago, fueron confundidas con cabras, por la falta de lana.
En la actualidad, algunas instituciones canarias han caído en la cuenta de la importancia de recuperar el genoma animal que había desaparecido de las islas hace muchos años y que aún es posible encontrar en algunos países americanos; lo cual proporciona a estas ovejas un inmenso valor. En este mismo apartado, se puede incluir el “cochino negro”, un cerdo pequeño, de origen netamente canario y de carne muy sabrosa, que desapareció del archipiélago hace muchas décadas. Posteriormente, su presencia fue detectada en Venezuela y recuperado. En la actualidad, ya se cuenta con suficientes ejemplares en Canarias para considerar la raza a salvo.

Los préstamos
–Mi padre tenía un colmadito. Él abastecía la compra a todos los canarios que llegaban a Arecibo, que siempre pasaban por casa, por la confianza que tenían con mi padre. Cogían la compra fiada y la pagaban cuando cosechaban sus productos. De igual manera, durante la cosecha de caña, ellos venían, cogían fiado en ese tiempo muerto y le pagaban cuando finalizaba la zafra. Naturalmente, eso fue levantando el negocio, por la confianza de estos agricultores. Él mismo les introducía en el asunto de la siembra de cebolla, les vendía las semillas para que ellos las sembraran y después les compraba también cebollas a ellos.
Su padre, José Toledo García, como hicieron otros isleños en diferentes países latinoamericanos, también puso en práctica un negocio que siempre se reveló como rentable: ofrecer a los gíbaros y a los canarios las semillas y los bienes de consumo que necesitaban en forma de crédito hasta finalizar la cosecha. Y, en ocasiones, actuar como intermediario en la comercialización de esa misma cosecha, entregando al campesino la diferencia entre la deuda y el importe de la venta. Bien mirado, si se actuaba con honradez por ambas partes, el beneficio podía ser mutuo. Más de una fortuna isleña, como la de la familia palmera Crespo en Cabaiguán (Cuba), se inició con esa fórmula comercial. En algunos casos, estos caudales pasaron a las Islas Canarias y consolidaron empresas importantes, como señala un interesante estudio de Fernando Carnero Lorenzo, profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de La Laguna.

Porfirio2 Foto de Manuel Mora Morales

Las numerosos templos dedicados a La Candelaria,
como esta iglesia de Mayagüez, pone de relieve la abundancia
de isleños en Puerto Rico.

La gente muerta la trae viva
–No es porque fuera mi padre –comenta don Porfirio–, pero se trataba de una especie de filántropo que iba ayudando a cuantos isleños lo necesitaban, para que se levantaran. Un amigo suyo, aquí, en Arecibo, se enfermó de los pulmones, es decir, estuvo afectado por una tuberculosis. El doctor le dijo que tenía pocos meses de vida y el hombre estaba desesperado. Mi papá le dijo: “Si quieres, yo te llevo a un sitio en Canarias, donde vas a recuperarte. Te voy a llevar al Teide, en la isla de Tenerife.” Ahí fue la primera vez que yo escuché lo del Teide. Así que se marchó a Tenerife con Juanito Díaz Peraza. Fueron a vivir a Vilaflor, durante seis meses. Don Juan recuperó la salud y volvió para Puerto Rico. El doctor que lo había atendido se sorprendió muchísimo, porque el hombre estaba sano ya. No tenía ninguna enfermedad en los pulmones. Y eso ayudaba a mi padre, porque la gente decía que “don Pepe tiene buenos contactos allá en Canarias, porque lleva gente muerta y la trae viva”.
Don José Toledo tenía la costumbre de ir de pueblo en pueblo visitando a las familias isleñas, por el simple placer de saludarlas y mantener una buena conversación. Don Porfirio acompañaba a su padre en estas visitas y fue conociendo multitud de casas donde se alojaban los emigrantes canarios o sus descendientes. Este conocimiento le serviría más adelante para su vida profesional de agente comercial y para reunir a las personas que han participado en las visitas anuales a las Islas Canarias.

Porfirio16 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio baila con doña Violeta, en una fiesta de isleños puertorriqueños.

El ser humano
Don Porfirio come y habla con cierta dificultad, debido a la grave enfermedad que aquejó su garganta; sin embargo, pronto uno se acostumbra a escuchar sus palabras y sigue perfectamente su conversación. Su acento tiene la dulzura de las gentes nacidas en los pueblos del Norte de Puerto Rico, donde la herencia canaria tiene tanta incidencia. Cuando los canarios caminamos por estos lugares, nos da la impresión de ir a encontrar a uno de nuestros vecinos en la próxima esquina. No en vano, Puerto Rico es el lugar del mundo donde la huella canaria ha dejado una mayor influencia en las costumbres y la idiosincracia de sus habitantes.
Don Porfirio cuenta con una gran aliada: su nuera, la cual le procura todos los cuidados que necesita. Ello le ha servido para sobreponerse a la soledad de la viudez, hasta encontrar una novia cuando contaba con ochenta cinco años de edad. Y se buscó nada menos que a doña Violeta Herrera, otra descendiente de isleños, a quien se le iluminan los ojos cuando habla de La Gomera. Sus ancestros partieron de Hermigua o, tal vez, de Agulo, y se asentaron en Hatillo. Don Porfirio toma su automóvil en San Juan y conduce casi dos horas hasta la casa de doña Violeta. Ambos se sientan en el porche de la casa, mirando los tulipanes africanos, y conversan durante horas, solos o con las visitas, desgranando historias de los viejos tiempos que ya deberían estar escritas en alguna parte. Violeta es de religión pentecostal y don Porfirio es católico y conservador. Particular pareja en una isla con una religiosidad tan singular. Sin embargo, nada turba su hermosa relación y los dos tienen la suficiente perspicacia y tolerancia que les permite ver más allá que la mayor parte de la gente. Al oscurecer, don Porfirio vuelve a San Juan o pernocta en el parador El Buen Café, donde sigue departiendo con sus amistades. Nadie se explica de dónde saca las energías suficientes para hacerlo.

Porfirio Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio Toledo, en una finca de isleños, mientras
se filmaba el documental «La emigración canaria a Puerto Rico»,
de la serie «La Ruta del Gofio».

El enigma
Tal vez, sea conveniente buscar una explicación al enigma que parece rodear a don Porfirio. ¿Por qué este hombre, que podría tener una vejez relajada, rodeado del amor de sus hijos, nietos y biznietos, se ha complicado la vida llevando tantos descendientes de canarios a conocer la patria de sus antepasados? ¿Por qué más de una vez ha puesto discretamente dinero de su bolsillo y ha dado la cara cuando alguien le ha dejado en la estacada?
Después de padecer un terrible cáncer de garganta, al que logró vencer gracias a la Medicina pero también a una voluntad de hierro, don Porfirio visitó las Islas Canarias con su esposa. El reencuentro con su familia de San Miguel fue un episodio memorable, tanto por la parte boricua como por la sanmiguelera. El matrimonio regresó en varias ocasiones y los Toledo de San Miguel fueron también a Puerto Rico. La esposa de don Porfirio disfrutó muchísimo con aquellas visitas y ambos se propusieron organizar un viaje que facilitara a otros descendientes de isleños encontrar familiares en Canarias. Sin embargo, al poco tiempo, ella contrajo una grave enfermedad y murió. En su lecho de muerte, pidió a don Porfirio que siguiera adelante con el proyecto del reencuentro canario. Él se lo prometió solemnemente.
–Yo me siento bien satisfecho de eso que yo comencé como una aventura. Con el trato que me dieron los alcaldes allá, yo me siento bien satisfecho. Considero que quienes han ido en estos cinco viajes conmigo se sienten encantados. Con decirle que cada vez que yo llamo a una reunión a los que fueron conmigo, todos se presentan a esa reunión. Es por el aprecio que me tienen. Dicen ellos que si no hubiera sido de la forma que yo preparé ese viaje, jamás hubieran ido, porque moverse de Puerto Rico a las Islas Canarias es costoso. No sé por qué la compañía Iberia no ha cooperado más con nosotros. Yo lo que trato es de hacer un puente entre Puerto Rico y Canarias, especialmente a San Miguel de Abona, porque era el sitio de donde más canarios han llegado a Puerto Rico. Esta gente que va a Canarias se encuentra a familiares y me lo agradecen. Les he conseguido un buen hotel con desayuno y cena en el que no pagan mucho. Les buscaba excelentes restaurantes donde me daban buenos precios y eso me valió bastante. Es una satisfacción enorme que yo siento. Y todavía creo que puedo hacer un poquito más. Y ahora trato de conseguir que alguien se encargue de seguir esta lucha, procurando que los isleños de acá vuelvan a su tierra para conocer a su familia y, aunque no sean familia, conocer a los isleños de allá. Además, ellos nos tratan a nosotros divinamente bien. Yo voy a San Miguel de Abona y todos me conocen.

Porfirio9 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio, preparando el viaje de 2007, en el
restaurante Hipopótamo, propiedad de un isleño
en San Juan de Puerto Rico

La clave
Parece difícil de explicar que este hombre haya llevado tan lejos esa promesa, cuando los años, las enfermedades, la incomprensión y muchos otros factores dificultaban su cumplimiento. Ahí reside parte de la fascinación que don Porfirio ha ejercido sobre mí y sobre tanta gente que lo conoce y que no da crédito a la auténtica proeza que ha llevado a cabo, teniendo en cuenta sus condiciones físicas.
Escrutando en las varias entrevista que me ha concedido, encontré la siguiente historia. Estas palabras de don Porfirio, quizás, contengan la clave que esclarezca su propio enigma.
–Había una familia de apellido Birriel. El señor Birriel era canario y doña Paula, su esposa, también era canaria. El viejo Birriel se enfermó y en la agonía mandó a buscar a papá. Papá se presentó y Birriel le dijo: “Don Pepe, lo único que yo le voy a pedir es que no deje morir a mi familia, que siga enviando la compra semanal hasta que mi hija mayor empiece a trabajar, porque le falta como un año y pico de escuela superior para graduarse.” Mi papá le dijo: “Váyase tranquilo que ellos no van a carecer de nada”.
La entrevista transcurre en el Caney de la Puntilla, en Arecibo. Tengo que inclinarme para escuchar las palabras de don Porfirio, que aún se encuentra muy débil, después de otro infarto que le ha tenido un tiempo en el hospital. El alisio alivia el calor que va impregnando la mañana. Don Porfirio hace una pausa, mirando la estatua del Capitán Correa, el héroe local que derrotó a los ingleses hace tres siglos, y prosigue:
–En aquel entonces, yo lo que hacía era acarrear la mercancía a las casas, en un carrito pequeño. Recuerdo que a esa casa yo iba todos los sábados a llevar la compra. Muere el señor Birriel y queda la familia, pero yo seguía llevando la compra semanal hasta que la niña se gradúa. Empieza a trabajar en el National City Bank de Arecibo.
Una chiquilla de pelito rizado pasa a nuestro lado tragándose una hamburguesa gigantesca. Un pájaro marroncito salta de la copa de un cocotero al suelo, en busca de algún desperdicio. Los ojos de don Porfirio se han posado ahora en una diminuta estatua de la Libertad, réplica liliputiense de la que se halla a la entrada de Nueva York.
–En ese entonces, frente a la tienda de papá, abrieron un colmado nuevo, a todo lujo. La primera semana después de la apertura, veo yo que la muchacha entra en el Colmado García y empieza a comprar… Esa semana no llegó la nota de su casa, aunque hasta entonces doña Paula enviaba la nota de la compra y yo se la llevaba. Ahí se acabó; no siguió patrocinando a quien le estaba dando la compra. Ni siquiera pagó. Entonces, mi padre, no sé por qué, cuando yo le dije que hacía cuatro semanas que no había hecho la compra en nuestro colmado, me dice: “Usted esté tranquilo que cuando se hace un compromiso con una persona que está para morir, uno tiene que cumplir con su deseo. Yo le prometí que no las iba a dejar sin la compra, pues ya está.”
El sol aprieta un poco más y en la frente de don Porfirio aparecen unas gotas de sudor. Detrás de mí suena el graznido extravagante de alguna de las aves que residen en las arenas de la desembocadura del río Tanamá; sin embargo, no vuelvo la cabeza, pendiente de las palabras del anciano.
–Yo me quedé callado pero, con la compra de Navidad, él acostumbraba a mandar a sus clientes un paquete con nueces, avellanas, pasas, ciruelas, un pote de frutilla y otro de peras. Y eso yo se los llevaba. Yo le seguía llevando a doña Paula esa compra todas las Navidades, hasta que ella murió. Yo le decía: ”Padre, ¿cómo a usted se le ocurre…? Ellos no le consumen un centavo, pero usted…”. Él me respondía: “¡Olvídese! Yo hice un compromiso y tengo que cumplirlo”.
La entrevista concluye. Con un abrazo me despido del admirable anciano. Lo veo subir con dificultad a su automóvil y poner rumbo a San Juan. Nadie, salvo el Faro de Arecibo que se resiste a desaparecer al otro lado de la bahía, observa su viejo Toyota Corolla alejándose hacia el Este por la carretera número dos, sobre el puente que cruza el estuario.
¿Cuánto ha influido la conducta de don Pepe con los Birriel en el cumplimiento de la promesa hecha por don Porfirio a su esposa en el lecho de muerte? En el Caney, el agua dulce del Tamaná se mezcla con la salada del Atlántico y es difícil decir donde se encuentra cada una.

PORFIRIO3 Foto de Manuel Mora Morales

Don Porfirio con el doctor Delgado Plasencia, durante
la filmación de «La emigración canaria a Puerto Rico».

Respeto y consideración
No es demasiado numerosa la gente que conoce la labor de don Porfirio, excepto los que han tenido la dicha de acompañarle en alguno de sus viajes y unas pocas autoridades culturales puertorriqueñas. Bien es cierto que en legislaturas anteriores, el alcalde de San Miguel le acogía como a un personaje entrañable; sin embargo, el nuevo alcalde no parece profesar los mismos afectos por los descendientes de quienes necesitaron salir una vez del municipio. Claro que nunca es tarde para mostrar el debido respeto, la debida consideración y el debido cariño a la persona que mejor ha cumplido en los últimos tiempo con ese deber de canariedad a que estamos sujetos cuantos nos hemos formado en esta hermosa cultura, legada por nuestros ancestros. Y no se puede ignorar que más allá de los credos, de las ideologías y de las fronteras, existe una gran familia pancanaria, repartida por todos los rincones del planeta.
Don Porfirio, cercano ya al siglo de edad, pequeño de cuerpo y grande de espíritu, es un genuino representante de esa familia trabajadora, pacífica, dispersa y, sin embargo, añorante de una patria lejana y atlántica, de unas pequeñas islas abotonadas al océano

3 thoughts on “Porfirio Toledo Toledo

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  1. Conocí a Don Porfirio a fines de los 90, recién médico en Hatillo. Conversamos mucho y mucho aprendí de mi familia Toledo, apellido de mi abuela materna. Era un placer inmenso conversar con el. QEPD

  2. me gustaria visitar canarias porque creo que todos mis antepasados proceden de alla. Mis apellidos son muy comunes en canarias. Estos son ruiz, perez santiago, sanchez, ramos gonzalez, etc. todos eran de arecibo, hatillo y lares. saludos.

  3. Conocí a Don Porfirio Toledo Toledo en 2.002. Fue mi primer investigador, ya que yo me había hecho cargo del Archivo Municipal de San Miguel de Abona en noviembre del año anterior. Su insaciable curiosidad y la extrema generosidad de buscar información para quienes no podían permitirse el viaje, hizo que surgiera entre nosotros una relación marcada por el cariño mutuo. Muchas mañanas de aquel verano las pasamos charlando de historia, emigración, familia, distancia…
    Me acompañó en mi boda en 2.003 y no dejamos de encontrarnos cada vez que vino en los años siguientes, aunque no tuviera ya nada que consultar en el Archivo, los últimos años.
    La última vez que nos vimos fue en 2.007, cuando lideró por última vez el grupo de boricuas que nos visitaron, como en años anteriores.
    Me resulta imposible olvidar a quien dio tanto de sí para cumplir una promesa y regalarnos tantos buenos momentos a quienes le conocimos.
    Poco después del segundo aniversario de su muerte, no quiero dejar pasar la ocasión de hacer constar a su familia y amigos el afectuoso recuerdo de quien le sirvió tantos papeles viejos en los veranos de Tenerife.

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