La visita a Canarias de un isleño de Luisiana

Hoy comí, en Tenerife, con Wimpy Serigné, su esposa y un grupo de amigos. Wimpy es un personaje emblemático, descendiente de emigrantes canarios, nacido a la orilla de un bayú del Misisipi hace unos setenta años. Lo conocí un poco antes del huracán Katrina; luego volvimos a vernos y proseguimos nuestra amistad mientras Nueva Orleans estaba sepultada bajo toneladas de barro y lágrimas, y, más adelante, coincidimos casualmente en un festival internacional celebrado en San Antonio de Texas, justo debajo del restaurante que gira sin cesar sobre la Torre de las Américas. Esta vez nos reencontramos en La Laguna de Aguere, cuna de sus ancestros.

Wimpy Serigné se expresa con el habla canaria del siglo XVIII, porque sus antepasados supieron guardar muy bien el dialecto español que algunos miles de isleños llevaron a las tierras pantanosas de Luisiana. Los gobernantes, los pequeños académicos de la lengua y todos los habitantes de las Islas Canarias deberían cuidar a Wimpy como su principal tesoro nacional, porque es uno de los últimos “Islanders” de Luisiana que conservan esa reliquia lingüística del pasado que está a punto de desaparecer para siempre. Sin embargo, no lo hacen, principalmente, porque Canarias es un archipiélago culturalmente subdesarrollado en el que gran parte de las mayorías y de las minorías piensan que la cultura consiste en regalar Los pilares de la Tierra, El código Davinci o la última parida de Pérez Reverte, en el día de San Valentín o de la Madre. Y que importa muy poco que desaparezca para siempre su habla del siglo XVIII, milagrosamente viva en una pequeña comunidad al otro lado del planeta. Más que penoso, parece extraordinario. ¿Se imaginan qué diría el mundo si los españoles no valorasen el español hablado por los judíos sefardíes?

Wimpy vive junto a Nueva Orleans, en el mismo pueblo donde nació Alcides “Yellow” Nunez, otro isleño descendiente de canarios que se sumó a la corriente jazzistica (más correcto sería decir jassistica), a principios del siglo XX, y se convirtió en un músico muy conocido en Nueva York. Varias veces a la semana, Wimpy camina desde su casa hasta el Museo de los Isleños, en San Bernardo, y arregla algo de lo que rompió el huracán. Poco a poco, todo va recuperando su antiguo esplendor y los visitantes vuelven a admirar fotografías, patos de madera, barras de saloons y otros cachivaches que conforman la curiosa historia de este pueblo que conservó su idioma y su idiosincracia en un medio natural y humano que le fue hostil durante doscientos años.

Compartir mesa y mantel con Wimpy Serigné, además de un orgullo, es un lujo extraordinario del que no puedo menos que presumir. Aunque bien es cierto que al verlo marchar me queda la sensación de que con él se aleja de Canarias un trozo importante de su historia que sus gobernantes, una vez más, son incapaces de atisbar siquiera. Así le va a esta tierra que ocupa el último lugar del último país en la clasificación educativa y cultural de Europa, según el riguroso Informe Pisa.

3 thoughts on “La visita a Canarias de un isleño de Luisiana

Add yours

    1. En el dia de hoy leo este articulo, y me encanta que tantos años despues permanezca en el tiempo ese lagado, sabiendose lejos de sus raices. Me llama la atencion su apellido, ya que por parte de madre soy Gutierrez, de la isla de El Hierro. Quise poner estas lineas por la coincidencia de nuestros apellidos.

    2. Hola Robert, soy canaria, concretamente de Tenerife, es un placer observar como ustedes, los descendientes de canarios defienden con orgullo sus raíces y no olvidan su pasado.
      Canarias siempre estará feliz de recibirlos, esta es tu casa también.

      un salido

Enriquece este artículo con un comentario.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Powered by WordPress.com.

Up ↑