El canario Domingo Báez escribió el primer libro de los Estados Unidos

El primer libro redactado en el territorio de los actuales Estados Unidos de América lo escribió un canario. Concretamente, el jesuita Domingo Agustín Báez, nacido en Telde, Gran Canaria, en el año 1538.
La historia de este hombre despertó mi curiosidad, no sólo por haber nacido en el archipiélago donde vivo, sino por el rocambolesco periplo que le llevó a Georgia, donde hoy se le conoce más que en su ciudad natal. Pero éste es el destino de todos los canarios que han sobresalido: su patria termina siendo el lugar donde mueren, porque sus paisanos suelen hacer lo imposible por borrar su memoria, cuando no han nacido en el seno de una familia poderosa.
Báez marchó a Salamanca para estudiar Artes y Cánones. Contaba entonces veintidós años de edad. A los veinticuatro años, solicitó su entrada en la Compañía de Jesús. Lo admitieron sólo como Hermano y allí estuvo ejerciendo de sacristán. Dos años más tarde, en 1564, marchó a Valladolid para ejercer de portero del convento jesuita de la ciudad. Su superior era Francisco de Borja –más tarde declarado santo–, el cual lo admitió definitivamente como Padre de la Compañía.
En 1568, el Rey de España nombró Gobernador de Cuba a Pedro Menéndez y le puso en la bolsa nada menos que 200.000 ducados para que conquistara la Florida. El hombre compró cuanto creía necesitar para la expedición, sin olvidarse de llamar a su amigo Francisco de Borja para que le facilitara una docena de misioneros. Nadie en su sano juicio se internaba en tierras del Nuevo Mundo sin llevar consigo una buena provisión de frailes.
Borja le facilitó doce jesuitas como doce soles. Entre ellos, incluyó a Domingo Agustín Báez que, siendo canario, extrañaría menos las frías noches de Valladolid.

Fortaleza de San Marcos, en San Agustín (Florida).

Y se hicieron a la mar desde San Lúcar de Barrameda. Tras unos días de escala en las Islas Canarias, zarparon y, como decía don Gabriel de Cárdenas a principios del siglo XVIII,

«con buen tiempo llegaron á la Florida, donde hallaron los estragos hechos por Gurgio, la infantería española hambrienta y desnuda: la pacificación de los indios en peor estado que nunca …».

No le gustó el panorama a Menéndez; dio media vuelta y puso la proa con dirección a Cuba. Eso sí, el viaje fue malo. Tan malo que el piloto se puso a blasfemar y a decir que la culpa de todo la tenían los jesuitas.
–¡Ah, hideputas –les gritaba–, sois peores los protestantes y los turcos juntos! Con ellos he navegado sin que nunca me cogiera una tormenta como ésta.
Bien fuera por las oraciones de los jesuitas o por las blasfemias del piloto, lo cierto es que llegaron todos a La Habana vivos. Unos días más tarde, el piloto volvió a cruzar el Caribe y, bien fuera por sus blasfemias o por la oraciones de los jesuitas, sobrevino otra tormenta y pereció en ella.
El canario Domingo Agustín Báez y sus compañeros se quedaron en La Habana, en un colegio que mandó a abrir Menéndez. Algo más adelante, volvieron a la Florida. Báez fue asignado a la plaza de San Agustín para ayudar a construir casas y una iglesia. Allí encontraría a descendientes de paisanos suyos que estaban asentados desde los tiempos de Ponce de León. A la sombra de la enorme fortaleza de San Marcos comenzó a evangelizar a los indígenas.

Isla de Saint Catherines, en el estado de Georgia (Estados Unidos de América).

Pronto, los misioneros se dividieron en dos grupos y abandonaron San Agustín. La razón era que estando cerca de los soldados españoles no había manera de que los indios les hicieran caso. Domingo Agustín marchó a la isla de Guale, transportando unos sacos de maíz que le había entregado el obispo de Cuba. Mientras el maíz duró, los indígenas no faltaron a una sola sesión de catequesis, pero después no hubo quien les viera más el pelo. Además, el problema del idioma continuaba siendo un impedimento.
Pero, a grandes males, grandes remedios. Báez poseía una endiablada (con perdón) facilidad para aprender idiomas. En menos de seis meses, ya hablaba con fluidez la lengua guale. De inmediato se puso a la tarea de escribir una Gramática guale, tal como haría en Brasil el tinerfeño José de Anchieta con la lengua tupí unos 25 años más tarde.
No tardó mucho en escribir también un Catecismo en guale. Báez lo escribió en verso para facilitar su memorización, al tiempo que enseñaba a sus compañeros la lengua aborigen.

Existe una cierta confusión sobre si Báez había escrito otro catecismo en la lengua tamuga de la Florida, durante su estancia en San Agustín, lo cual es muy probable.
Sea como fuere, el canario sucumbió en la isla de Guale. Un año más tarde, el Padre Domingo Agustín murió en la isla, víctima de una epidemia que diezmaba la población indígena. Se dice que falleció mientras cantaba con sus fieles un salmo en la iglesia de Santa Catalina. Más tarde, A. L. Borges escribiría:

«Pérdida lamentable, pues sabía hablar bien la lengua gualeana, la enseñaba a los demás misioneros y había traducido a ella las oraciones y doctrinas cristianas, poniéndolas en verso, para facilitar el aprendizaje de los indios. El padre provincial lo había señalado ya para predicador en la Tierra Firme. .. era ésta la segunda víctima que ofrecía su sangre por la conversión de los indios floridanos».

En la actualidad, en Georgia se muestra una gran consideración hacia el autor de la primera Gramática que sistematizó una lengua indígena en tierra de los actuales Estados Unidos. Además del Catecismo, también dejó oraciones y salmos que fueron cantados en guale por los nativos.
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BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL
David Arias (obispo): Lives and Faces.
Gabriel de Cárdenas: Ensayo cronológico para la historia general de la Florida.
R. Edwin Green y Mary A Green: St. Simon History.
Analola Borges: Las primera migraciones desde las islas orientales.

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