Desde que tenía 13 años me ha importado poco ir al Infierno. Pero no quiero ir allí por mal agradecido. Así que deseo dar las gracias de corazón a Rubens Ascanio, a Inmaculada Padrón y a los asistentes que abarrotaron el salón de actos del Instituto de Estudios Canarios, institución que amablemente cedió sus instalaciones para este acto.
Y, ahora, que estoy camino del Cielo, permítanme expresar mi sorpresa por la facilidad de palabra del presentador de la novela, el historiador Rubens Ascanio. Este hombre, por cuyas venas corre algo más que un cuartillo de sangre gomera, casi me convenció a mí mismo, durante unos instantes, de haber escrito una obra maravillosa. Nada más lejos de la realidad, desde luego, pero a nadie le amarga un dulce de vez en cuando, la verdad. Como dijo Mark Twain, que hablen de mí aunque sea bien.
A continuación, los asistentes desarrollaron una tertulia amena, con interesantes preguntas y comentarios en boca del juez Juan, del fotógrafo Avero, del trombonista Antonio, de la poeta María del Carmen, de la abogada Mar y de otro montón de amigos, conocidos y desconocidos, que mostraron su interés por la primera novela negra de este escritor que no pasa de ser un humilde escribidor.
Naturalmente, finalizada la presentación y la firma de ejemplares, un grupito de doce personas nos fuimos a la tasca de unos gomeros a comer croquetas, pollo empanado y tortillas recién hechas.
No sé si alguien creerá que sólo bebimos Clipper de fresa.
Enriquece este artículo con un comentario.