
Yo recuerdo que en mi niñez subía a la montaña de Tamaduche y contemplaba el casco de Vallehermoso tal como muestra esta fotografía. Evidentemente, algunas casas no existían todavía y había otras que ahora han desaparecido pero, en general, la vista se parecía mucho a esta imagen.
A veces, subía con amigos y otras, recorría solo el caminito hasta situarme junto a la única casa que hay sobre Tamaduche y, desde allí, miraba el pueblo, tratando de adivinar quién estaba en la calle, quién en su azotea y quién trabajaba en sus terrenos.
Otras veces, seguía ascendiendo, hasta llegar a una piedra conocida como Cabeza de Toro, pero que tiene forma de cabeza de perro.. .(¡Que Dios le conserve la vista a quién le puso el nombre!)
Subía hasta allí, digo, y el campo de visión era mucho más amplio, porque también abarcaba parte del Valle Bajo. Arriba, casi siempre, soplaba el viento con cierta fuerza y era fácil soñar con volar sobre aquel valle feraz, sintiéndose libre de ir y venir entre las nubes como los superhéroes de los colorines. Pero lo único que conseguíamos volar de vez en cuando era alguna cometa hecha de papel pegado con poleada sobre una estructura de cañas.
Desde Cabeza de Toro el camino continuaba hasta Santa Clara , Chijeré y Arguamul. A veces, hice ese camino en unión de algunos amigos, aunque lo normal era que subiéramos por el Barranco de Clavo.
Algo más abajo de Cabeza de Toro, estaba la Cueva de Lavirgen, con forma de un ojo humano, con tres o cuatro metros de profundidad y no demasiada altura. En su interior, uno se sentía seguro y protegido de todos los meteoros atmosféricos. Nos importaba poco que lloviera, que el viento soplara con violencia o que cayeran chuzos de punta. Desde aquel ojo inmenso mirábamos con indiferencia pasar el mal tiempo de Vallehermoso, incluso veíamos pasar a Leovigildo que, además de curandero, tal vez era el dueño de aquella parte de la montaña, porque siempre gritaba alguna amenaza cuando veía a alguien dentro de la cueva.
Quizás, dos o tres veces, me decidí a descender por la otra vertiente de Tamaduche, bajar por un estrecho sendero hasta los alrededores del Taller de Álvaro Rodríguez López –actual Casa de la Cultura– y disfrutar de una nueva perspectiva que me permitía ver la tienda de Gonzalo Suárez en la Gran Parada y la escuela del Orejudo junto a la Cañada de los Menores.
Es posible que estas idas y venidas parezcan poca cosa, sin embargo, para un chiquillo con mis pocos años, se trataba de auténticas aventuras que alimentaban mis sueños y me proporcionaban elementos con que ir construyendo la identidad que siempre me ha hecho sentir orgulloso de mis orígenes gomeros.
Enriquece este artículo con un comentario.