La cabeza dentro de un plato de lentejas

El jueves, 20 de abril de 1775, el gomero Antonio Ruiz de Padrón seguía estudiando en el convento franciscano del Cristo, La Laguna.

Hacía sólo un par de días que le llegó la noticia de la elección del nuevo papa, algo que pasó sin pena ni gloria en Tenerife. Sin embargo, en el convento, este jueves, se comenta el siguiente caso, tan curioso como real. Aparece en mi próxima novela sobre Antonio Ruiz de Padrón. Espero que les guste y les entretenga.

“La muerte de Enrique Sampedro en Güímar es más comentada que la elección del papa. El hombre tenía cumplidos los cien años, pero no aparentaba más de setenta. Cada mañana salía por su propio pie a comprobar el estado de sus fincas, siguiendo lo que dice aquel refrán: «el ojo del amo engorda el caballo».

Hace una semana, estaba don Enrique sentado en su casa, comiendo tranquilamente un plato de lentejas de Lanzarote con la ayuda de un trozo de queso y una buena porción de vino. Sin venir a cuento, le rogó a su anciana hija que buscara a Antonio Damián, porque tenía que comentarle algunas cosas.

Todavía no había terminado de comer las lentejas, cuando Antonio Damián entró por la puerta. Se trataba de un hombre feo que, aun siendo esmirriado y de corta estatura, caminaba con aires de suficiencia, elevando medio labio para exhibir bajo el pico que tenía por nariz una sonrisa prepotente de palomo buchón.

–Buenas, don Enrique Sampedro, buen provecho.

–Siéntate, hombre –le respondió el centenario con voz parsimoniosa y esperó hasta que el otro estuvo bien acomodado–. Mira, Antonio, escucha lo que te voy a decir. Me muero y lo único de lo que me arrepiento es de no haberte asesinado –tanto el recién llegado como la hija y los nietos de Enrique dieron un respingo, pero el viejo ni se inmutó–. No por culpa de las brujas, sino por tu culpa, me ocurrieron muchas cosas. Perdí la finca del Barranco de Badajoz, se me murió el ganado que tenía de medias en Arafo, se me malograron aquellos terrenos de Chanajiga, tuve que vender las viñas del Lomo de Mena y hasta pasé un tiempo encerrado por la justicia. Te he llamado para que veas que no me olvido de nada ni soy tan tonto como tú piensas. Pero ahora ya puedes dormir tranquilo, Antonio, porque no me dará tiempo a matarte. ¡Pero me arrepiento de no haberte partido la cabeza, carajo!

Dicho esto, Sampedro sufrió un leve estertor y quedó difunto, con la cara empotrada en el plato de lentejas. Todavía no estaba enterrado su cuerpo, cuando la noticia ya había dado la vuelta a la isla.”

(Copyright by manuel mora Morales, 2011-2023)

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