
Me encantan los vulcanólogos. Nadie como ellos explican de manera tan meridiana el funcionamiento de un volcán durante los últimos días, semanas, años e, incluso, siglos y milenios. Lo han demostrado con la erupción del Volcán de Cumbre Vieja en La Palma.
Además, nos hacen aprender palabras como «difusión térmica» para referirse al enfriamiento y otros términos de la jerga científica que, cuando los decimos nosotros, nos hacen sentir auténticos eruditos.
He seguido con curiosidad la recogida de muestras de los vulcanólogos con el fin de ampliar sus estudios sobre las erupciones y, con posterioridad, aportar sus conclusiones a la sociedad.
No es poco su mérito, aunque no conviene darles otros que no poseen, porque se corre el peligro de que, descartando las falsas atribuciones, la gente termine por descartar su trabajo al completo. Ya saben aquello del código napoleónico.
He observado con sorpresa que algunos medios y autoridades homenajean a los vulcanólogos como parte imprescindible del buen hacer en la prevención de riesgos en el Volcán de Cumbre Vieja. Analizando su papel en esa atribución, no le encuentro mucho sentido a estas afirmaciones.
En primer lugar, porque los vulcanólogos se enteraron de la erupción cuando la anunció la televisión, igual que el resto de la población. Entiendo que es difícil o, tal vez, imposible predecir una erupción, pero no debe disfrazarse esa realidad con frases engañosas.
Las personas fueron evacuadas de sus casas cuando la lava avanzaba a una distancia que hacía presentir un peligro inminente. Para llegar a esa conclusión, basta con tener ojos y saber el riesgo de quedarse quieto cuando un río de piedras hirvientes avanza hacia las viviendas.
No escuché a ningún vulcanólogo predecir nada importante en esta erupción, aunque sí explicarla a posteriori, lo cual tiene un indudable mérito. Es decir, en una catástrofe de esta clase, para salvar vidas y haciendas vale más un bombero que un vulcanólogo. Y para explicar a los periodistas lo que sucede bajo tierra, vale más un vulcanólogo que un bombero.
Siento una gran simpatía por los científicos, lo que no puedo aceptar es que les arroguen ciertos méritos que pertenecen a otros profesionales o les supongan poderes de adivinación que no poseen en absoluto, porque la ciencia no ha avanzado lo suficiente en ese sentido.
Un vulcanólogo sirve para explicar algunos eventos de una erupción después de que se producen, y nada más. Es lo que se está viendo en el Volcán de Cumbre Vieja. Y, lo digo de corazón, no es poco mérito.
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