Y la luz se elevó en la isla

No fue una impresión subjetiva. El fotómetro indicaba una cantidad de luz insólita, como no había visto nunca en esta isla de Tenerife, con cifras tan elevadas que reinicié varias veces la cámara para comprobar si estaba funcionando bien. Finalmente, me convencí de que había un porcentaje de luminosidad mucho mayor que el habitual.
Cerré más el diafragma del objetivo, subí la velocidad y me puse a pensar en la cantidad de polución que se ha eliminado durante estas semanas de confinamiento, sin vehículos de motor circulando y contaminando.
Nunca imaginé que una pequeña isla en medio del Atlántico, con los vientos alisios soplando y sin industria apreciable, pudiera tener el aire tan sucio. Pero es evidente que sí. Ochocientos mil vehículos circulando –¡sólo en Tenerife!– dejan su huella en el cielo. Igual que los peces son los últimos en saber que están en el agua, los vecinos de esta isla no nos hemos dado cuenta de la polución que ha impregnado nuestro aire.
Ahora comenzamos de nuevo a transitar por carretera y volveremos a atenuar la luz, y con ella se rebajará la vitalidad del medio ambiente junto a las perspectivas de mantener nuestra salud en buenas condiciones.
En fin, siempre nos quedará el Teide… aunque pronto volvamos a contemplarlo con el velo de contaminación habitual.

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