Socorro

El hallazgo de una imagen religiosa en el lugar conocido como El Socorro en la costa de Tenerife produjo una alarma comprensible en la población aborigen del siglo XV. Como no podía ser menos, tanto las vestimentas como el aspecto de la estatua provocaron estupefacción entre los guanches, los cuales no mantenían contacto con la cultura europea y estas manifestaciones les resultaban tan extrañas como lo serían para nosotros si encontrásemos un robot extraterrestre en la plaza de nuestro barrio.

Este acontecimiento, que debemos enmarcar dentro de la política eclesiástica y militar de infiltrar elementos en el campo enemigo para familiarizarle con determinado simbolismo ideológico, continúa conmemorándose en la actualidad con tradicionales ceremonias religiosas y paganas.

La llegada de esta figura de la Virgen María a tierras tinerfeñas no presenta novedades respecto a otros lugares y en ella se manifiestan todos los clichés de manera cabal: el temor ante su descubrimiento, el peso de la imagen que no quiere ser trasladada del lugar de la aparición, el pequeño milagro en los primeros momentos, la adopción del icono por parte de los gobernantes, etc.

La celebración actual consiste en trasladar una imagen desde el centro del pueblode Güímar hasta una ermita en la playa, acompañada de una multitud que cada año crece: en 2019 han llegado a la asombrosa cifra de 80.000 personas. La gente –con ramitos de albahaca y camisetas conmemorativas– camina alrededor de 5 km cantando y acompañándose de instrumentos musicales como timples, tambores, guitarras, acordeones, saxofones, flautas, trompetas, bajos eléctricos y todo lo que uno pueda imaginar. No faltan los vendedores de lotería, los guardias civiles, las banderillas de colores, los carritos de bebé, los voladores,…

Al atardecer, cerca del mar, se representa el hallazgo de la imagen. Decenas de personas se visten como los aborígenes canarios y escenifican el «milagro» delante de la pequeña Virgen del Socorro y de un rebaño de cabras. Un espectáculo que podría ser entretenido, pero que termina por aburrir a los espectadores por lo reiterativo de la actuaciones y las interminables pausas sin motivo aparente. Personalmente no tengo nada que objetar a este aburrimiento, quizás sea mucho peor cuando un director teatral decida incorporarle música e imprimirle un ritmo adecuado. Nunca se sabe…

 

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