Créanme, prácticamente, todas las mulas de los Estados Unidos descienden del mismo padre. Y voy a contarles por qué.
Este artículo es un pequeño extracto de una sabrosa historia sobre un burro que viajó desde Zamora (España) a Virginia (EEUU) cuando el rey Carlos III regaló el animal al general George Washington. Aunque el asunto parezca extraño y divertido, era de una importancia extrema, relacionada con la capacidad militar de España y de los Estados Unidos.
La historia completa –extraída de documentos oficiales del siglo XVIII y de cartas cruzadas entre las administraciones americana y española– se encuentra en mi novela «El discurso de Filadelfia».
UN BURRO EN EL ARCHIVO NACIONAL
Buscando otra información para mi novela, encontré una historia repartida entre el Archivo Nacional de España y la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. He aquí las noticias que tuve en la primera institución:
Por medio de su ministro de Hacienda, el conde de Floridablanca, Carlos III ordenó comprar dos asnos y enviarlos a casa del famoso general americano, George Washington, en Virginia. Así que adquirieron dos burros: uno en Morales del Vino y otro en Roelos, pueblos cercanos a Zamora.
El primero costó 1.000 reales de vellón y el segundo 800, que vienen a ser unos 1.400 € y 1.120 €, respectivamente. Dos mozos recorrieron trescientos cincuenta kilómetros con los burros. Llegaron al puerto de Bilbao y desde allí los embarcaron en dos navíos con destino a Boston. Los pasaportes reales allanaron los trámites de la Aduana, que en otro caso no habría permitido la exportación de los asnos, una operación prohibida con pena de muerte, a causa de la importancia de estos animales para procrear mulas de primera calidad con destino al ejército.
Seguí husmeando en esta sabrosa documentación que, como he dicho, después completé con la existente en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Sólo uno de los burros llegó en el velero The Ranger al estado de Massachusetts. Al cuidado del animal iba un zamorano llamado Pedro Téllez.
A propósito de las características asnales ya decía el valenciano Jerónimo Cortés más de un siglo antes, en su Tratado de los animales, que la naturaleza del burro es contraria a la del león, el cual es cálido y seco, y el asno frío y húmedo. De modo que Téllez prevenía los padecimientos naturales del pollino durante el viaje aplicándole muchas friegas de coñac en las rodillas para que no le afectara la humedad del mar.
UN BURRO ZAMORANO EN BOSTON
Una vez en tierra americana, Téllez contactó con el general Cushing. Del otro burro no encontré más noticias dignas de crédito, excepto que todavía no había llegado a su destino en diciembre de 1785.
Existe una carta con instrucciones detalladas de George Washington en la que ordena a su capataz John Fairfax esperar con yeguas jóvenes a los dos burros para conducirlos a Virginia. Pero sólo llegó uno, al cargo de Pedro Téllez, y éste dijo que un burro no podía ir al galope, sino al paso cansino propio de los asnos. Así que decidió recorrer los setecientos kilómetros que lo separaban de la casa del general. Salieron el día 10 de noviembre, ya época de frío y aun de nieves. Por otro lado, el español y el americano sólo podían entenderse por señas, puesto que sólo hablaban su propio idioma.
DE BOSTON NUEVA YORK Y FILADELFIA
Pasito a paso y señita a seña, Téllez y Fairfax tardaron casi dos semanas en alcanzar Nueva York. Luego, prosiguieron hasta Filadelfia.
A partir de aquí, dejaré que esta historia la relate en primera persona el que años más tarde sería el diputado Antonio Ruiz de Padrón, que en ese tiempo vivía en la primera capital de Estados Unidos: Filadelfia.
LA IMPORTANCIA DE SER UN BURRO
«Francisco Rendón me mandó recado con un chiquillo para que acudiese a la delegación española.
–Dice Mr. Rendón que Su Majestad Católica lo necesita con urgencia –le pude entender al mensajerito tras hacérselo repetir media docena de veces, dado que mi oído aún no se había acostumbrado al inglés.
No serían más de las diez de la mañana, el tiempo estaba revuelto y el aviso no podía parecer más extraño. En primer lugar, porque no consideré lógico que si el asunto era tan importante me enviaran a un niño como mensajero. Fui a la cita, aunque no me di excesiva prisa en llegar.
Entré en la sala donde me esperaba el agente Rendón. Vi que lo acompañaban dos hombres de apariencia muy diferente, aunque ambos tenían en común su aspecto campesino y sus anchas espaldas.
–Adelante, padre Ruiz –me saludó el joven diplomático con su acento cantarín andaluz, pero prosiguió luego en un tono ampuloso que resultaba ridículo–. Deseo presentarle a estos dos caballeros: Mr. John Fairfax, mayoral de su excelencia el general George Washington, y don Pedro Téllez, natural de Zamora y enviado especial de su majestad don Carlos III con una importante misión que cumplir en estos territorios de América Septentrional.
Estreché la mano de Fairfax y tuve que aguantar en mis nudillos un beso baboso de Téllez. Observé que Rendón disfrutaba del momento sin poder disimular la sonrisita placentera ni disminuir la abertura excesiva de sus fosas nasales que mostraba su enorme satisfacción. Una vez se terminaron los saludos, me quedé a la espera de que se me revelara en qué podría yo ser útil a la Corona española.
–Verá, padre Ruiz –dijo Rendón–, don Pedro llegó ayer procedente de Nueva York y va camino de Virginia para entregarle un borrico de Su Majestad don Carlos III al general Washington. Aún nadie le ha puesto un nombre al animalito y me ha parecido poco adecuado enviarlo de esta manera anónima sin aprovechar la oportunidad para dejar constancia de su origen.
–¿Y qué le impide a usted ponerle un nombre cualquiera? –contesté– No es un cristiano al que deba bautizarse, sino un simple asno.
–Por supuesto, padre. No me negará que ustedes los franciscanos sienten un cariño especial por los animales y que en España se acostumbra a bendecirlos durante las ferias.
–Es cierto, en muchos pueblos los bendicen por las fiestas de San Antón, que se celebran en el mes de enero.
–Ya nos vamos poniendo de acuerdo, padre Ruiz. ¿Cómo ve usted este asunto, señor Téllez?
–Hombre –dijo el interpelado mientras le daba vueltas a un sombrero que sostenía en sus manos–, en Zamora se bendice a los burros y a las gallinas, y si el asunto no nos lleva mucho tiempo no creo que le perjudique al animalico…
–Entonces, padre Antonio, manos a la obra. Hemos estabulado al burro en las cuadras de Mr. Robert Morris. Vamos a visitarlo.
Salimos los cuatro. El diplomático se dio cuenta de que el capataz de Washington no había entendido una sola palabra de cuanto hablamos y lo puso al corriente mientras caminábamos.
–¿Cómo va usted a llamar al animal? –le pregunté a Rendón.
–Se llamará Regalo Real, o Royal Gift, si usted prefiere nombrarlo en inglés. Así todos recordarán la procedencia del burro más importante de los Estados Unidos.
Bendije aquel animal de una extraña belleza y que por su tamaño más semejaba un mulo que un asno. No pude separar mis ojos de los ojos del burro que parecían estar calculando los réditos diplomáticos que obtendría Francisco Rendón por ejecutar aquella ceremonia absurda.
El agente me informó de que dejarían descansar un día más al ya católico pollino, para emprender el camino hacia la cercana población de New Port. Desde allí, continuarían a la finca de Washington en Mount Vernon, a donde tenían planeado llegar –con el burro y el ilustre documento de su bautismo– diez o doce días más tarde si alguna tormenta no lo impedía. Por fortuna para ellos, tanto el burro como Téllez estaban acostumbrados a inviernos más crudos que los de Norteamérica.
A las pocas semanas de partir el burro de Carlos III, el invierno entró riguroso en la ciudad. Cayó mucha nieve y el hielo en las calles causó no pocos accidentes. También llegó la diversión: chicos y grandes sacaron sus trineos y patines para corretear por el exterior con cara de felicidad. No parecía existir mayor placer para ellos que sentir en su piel los besos fríos y menudos de los copos de nieve.»
EL BURRO CONOCE A GEORGE WASHINGTON
Retomo de nuevo el relato:
De Filadelfía Téllez prosiguió con el burro en dirección a New Castle para llegar veinticinco días más tarde a la finca de Washington en Mount Vernon: el burro fue entregado el 5 de diciembre de 1785. Entraron en la hacienda justo cuando comenzaba la puesta de sol, con una temperatura de 15º C, según comprobó Washington en el termómetro de su jardín. Antes de irse a la cama, el general escribió tres cartas y dejó en su Diario este apunte:
My Overseer Fairfax also returned this Evening with Jack Ass, and his Keeper, a Spaniard from Boston. [Mi mayoral Fairfax ha vuelto esta tarde con el burro y su cuidador, un español de Boston.]
A partir del día 12 de ese mes y año, la correspondencia sobre el burro se intensificó. No creo que ningún otro animal haya producido tal cantidad de cartas, notas y expedientes –reales, presidenciales y ministeriales– en ambos lados del Atlántico. Fue bautizado como Regalo Real este asno garañón que se convirtió en el padre de las mejores mulas norteamericanas, incluidas las actuales.
LA RECOMPESA DE PEDRO TÉLLEZ
Washington escribió una carta a Francisco Rendón, el enamorado y abatido agente de la embajada española, para informarle de que enviaba a Pedro Téllez a Nueva York para que el embajador Diego de Gardoqui lo embarcara para España.
Téllez le había dicho que no quería dinero ni regalos, sólo deseaba viajar a España y que allí lo nombraran guardia de Aduanas en Zamora. Y Floridablanca lo nombró guardia de la Aduana Provincial, porque Washington se preocupó de poner al tanto a todo el mundo de los buenos oficios del mozo y de sus ardientes deseos aduaneros.
Calculo que todo este asunto de los burros viajeros le costó a la Corona alrededor de cuarenta mil reales de vellón (equivalentes a una cantidad aproximada de 56.000 € de 2015), la mayor parte de los cuales fue a parar a los bolsillos de algunos funcionarios como demuestran las cuentas que aún se conservan, a poco que uno se fije en ellas. Como curiosidad, cito esta carta –la original fue redactada en inglés– de Washington a Floridablanca:
Virginia, 19 de diciembre de 1785
Señor: Mi más sentido homenaje a su Majestad Católica por el honor que me ha dispensado con su obsequio. El valor del mismo es grande, pero se vuelve aún más inestimable por la forma y la mano de quien procede. Por tanto, le ruego que haga llegar al rey mi agradecimiento por el burro con el que tan gentilmente ha querido complacerme; y asegure a su Majestad mi gratitud sin límites por sus reales noticias y favores.
Es mi ferviente deseo que una larga vida, una salud perfecta y la gloria imperecedera favorezcan el reinado de su Majestad. Con gran respeto y consideración: Tengo el honor, etc.
George Washington
AQUEL BURRO TRAJO COLA
El andaluz Francisco Rendón ejercía de agente o cónsul español en Filadelfia. El embajador era el vasco Diego de Gardoqui, el cual prefirió residir en Nueva York para atender los negocios familiares de exportación e importación. Las relaciones entre ambos diplomáticos parecían magníficas y la mutua colaboración podría calificarse de intensa. Poco después de la aventura del burro, Gardoqui traicionó a Rendón, conspirando para que volviese a España y fuera destituido de su cargo.
Me pregunté durante un tiempo por qué Gardoqui le jugó esa mala pasada a Francisco Rendón. Un día terminé por formularme la pregunta clave: ¿en qué beneficiaba a Gardoqui la expulsión de Rendón de los Estados Unidos, teniendo en cuenta que se trataba de un agente muy activo que ahorraba mucho trabajo al embajador?
Entonces, se me ocurrió relacionar el asunto del burro con una venenosa misiva de Gardoqui a Floridablanca y la clave se mostró de forma clara: George Washington no dirigió su carta de agradecimiento al embajador, sino a Rendón, al que trató con mucha familiaridad. Esto debió de molestar mucho a Diego de Gardoqui y decidió eliminar el obstáculo que se interponía entre él y el general.
Carta de George Washington al agente Francisco Rendón:
Señor:
Esta carta la llevará en mano para usted Mr. Peter Téllez, quien estuvo al cuidado del burro, que llegó sano y salvo a este lugar. Por falta de un intérprete no he sido capaz de entenderle del todo, pero sus deseos consisten en que se le permita regresar a España tan pronto sea posible; que desearía ir a Nueva York para encontrarse con su excelencia el Sr. Gardoqui y, puesto que ha sido empleado por su Católica Majestad (su esposa recibió ya una parte de la paga de Mr. Gardoqui en el puerto de Bilbao), no ha querido recibir ningún pago mío.
Bajo estas circunstancias lo he enviado a Nueva York tras obligarle a aceptar algunos objetos y prendas a cuenta de la obligación en que me encuentro con él, puesto que puso todo su empeño en los cuidados que prodigó al animal.
Él mantiene la esperanza de que a su regreso Su Majestad le conceda algún favor por sus servicios, en la Guardia de Aduana, y en esto cuenta con mi apoyo; sin embargo, no puedo intervenir en esta causa, o siquiera sugerírselo al Ministro.
Por no tener el honor de conocer al Sr. Gardoqui, me he tomado la libertad de mantener esta correspondencia con usted, y para rogarle que si hay algo incorrecto en mi envío del Sr. Téllez a Nueva York o en mi conducta hacia él que lo atribuya a un error o a haber entendido mal sus deseos.
Le pido que haga llegar mis respetos al Excmo. Sr. Gardoqui acompañados por el gran placer que sentiría si me visitara en este retiro de mi jubilación, cuando sus deseos le inclinen a visitar alguna vez los estados al sur de Nueva York. No es preciso que le haga a usted el mismo ofrecimiento, porque ya lo he hecho antes en varias ocasiones y a estas alturas debe haberse convencido de mi sinceridad. Con mi gran estima, etc.
P.D. El Sr. Téllez lleva una carta mía para el señor Carmichael, adjuntando otra para su excelencia el conde de Floridablanca, rogándole que mi gratitud y admiración le sean presentadas a su Católica Majestad por el favor concedido.
Gardoqui debió de sentirse humillado y decidió pasar al ataque. Así comenzó a comprar regalos y a enviárselos a Washington. No sólo la tela de vicuña que aparece en una carta dirigida al general, sino otra serie de objetos entre los que figuran cuatro tomos de la novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
Tras despejar el camino, al quitar del medio a Rendón, Diego de Gardoqui se aferró a George Washington como una garrapata, sobre todo cuando éste fue nombrado presidente de los Estados Unidos tras la Convención de Filadelfia.
Francisco Rendón se apresuró a cumplir las órdenes de Otamendi que le ordenaba presentarse de inmediato en el Ministerio de Hacienda en Madrid, según los deseos de Gardoqui. Intentó tomar el primer barco que zarpaba: la fragata Santa María de Loreto, con una tripulación de cientos de hombres bajo el mando del capitán Thomas Ugarte. Sin embargo, el crudo invierno de aquel año heló las aguas del río Delaware y el navío quedó atrapado en el puerto. Finalmente, lo consiguió y pasó un largo calvario hasta llegar a México, donde murió. Todo ello se relata en la novela El discurso de Filadelfia.
Todas las informaciones y datos de este artículo están protegidos por la Ley de Propiedad Intelectual y pertenecen a Manuel Mora Morales y su novela “El discurso de Filadelfia”. (copyright 2016).
Maravillosa historia…! Lástima de embajador…! Un descendiente de vascos, desde Perú, aunque tarde, lo repudia…! Tal vez por eso el partido demócrata en USA tiene a un pollino como símbolo… 👍👍✌️✌️