A finales del siglo XVIII, subsistía en la capital de Canarias, edificada en el siglo XVI por el Cabildo de Tenerife, un burdel o casa de mancebía que era regentada por un hombre que gozaba de la confianza de los regidores.
En esa época, como sucede hoy en día, los pareceres sobre la existencia de los prostíbulos divergían y convergían al mismo tiempo. Verán:
- Los puteros estimaban tan imprescindible la existencia de los burdeles como el comportamiento recatado de sus propias esposas.
- Las instituciones políticas consideraban que la prostitución era un mal inevitable y preferían tenerla controlada y organizada.
- Por su parte, los teólogos condenaban a las prostitutas pero, al mismo tiempo, afirmaban que estas mujeres contribuían al bien común.
De manera que Dios, César y el Diablo habían llegado a un acuerdo en la gestión del sexo extramatrimonial: los putañeros al confesonario, los maravedíes al Cabildo y las putas al infierno.
Se redactaron normas claras: las chicas elegidas para el prostíbulo habían de ser solteras viudas o extranjeras además de haber sido previamente desvirgadas y tener cumplidos los doce años de edad.
Las proporcionaban el Cabildo y los frailes. Cada prostituta debía pagar diariamente dos reales por un cuarto donde ejercía su trabajo. También había de vivir en él de manera permanente.
Aunque las autoridades y el clero hacían la vista gorda en su propio beneficio, gran parte de la prostitución se practicaba fuera de este burdel, a pesar de que existía la prohibición expresa de llevarla a cabo en los hogares particulares.
La mancebía o burdel se cerraba en Navidad por ser época de alegría familiar, y en Semana Santa porque es periodo de tristeza obligada.
Por otra parte, existen mandatos episcopales que apremiaban a los vicarios de los diversos puertos de las islas para que visitasen los navíos y comprobaran si llegaban prostitutas casadas, con el fin de devolverlas a sus maridos. Desde su punto de vista, era preferible que sus dueños legítimos las matasen a golpes a que vivieran en pecado mortal. ¡Y después dicen que cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor!
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