La monja acorralada

Hace dos años hubo un gran alboroto en los medios de comunicación, cuando se encontró un numeroso grupo de niños enterrados en un monasterio irlandés. Sin embargo, no es una novedad: desde hace siglos, monjas y frailes han mantenido relaciones sexuales cuyos frutos han ocultado bajo tierra para evitar el escándalo.

Me viene a la memoria el siguiente suceso que tuvo lugar en Las Palmas de Gran Canaria, a finales del siglo XVIII, tal como se describe en la siguiente cita.

«Marzo de 1785. En Las Palmas el Santo oficio anda muy ocupado con el proceso contra una monja llamada Antonia, hija del regidor perpetuo del Cabildo de Gran Canaria Antonio Mujica Moreo del Castillo. A los catorce Antonia ingresó en el convento de Santa Clara que se encuentra en el barrio de Triana y se enamoró de Francisco de Laguna, el presbítero que vivía enfrente. Nada del otro mundo porque rara es la monja y raro el fraile que no esté más o menos enamorado sin llegar a tener contacto físico. Son relaciones que se inician y se sustentan con mensajitos y miradas significativas. Claro que no todos los amores conventuales son platónicos. Por ejemplo el que mantenía una compañera de sor Antonia con el franciscano Francisco Antonio de Avendaño cuyo convento estaba a menos de un tiro de piedra.

Clari

LA IDEA

En 1780 a las novicias se les ocurrió una idea para divertirse con sus amados religiosos. La operación se iniciaba tan pronto sus compañeras se dormían. En ese momento las adolescentes subían a la azotea. Mientras tanto en la casa del presbítero aguardaban Laguna y Avendaño que tenían en su poder una especie de puente fabricado con sogas y trozos de madera. Cuando aparecían las monjas ellos les lanzaban cuerdas con bolas de plomo en los extremos. Ellas tiraban por las cuerdas y las ataban a un poste de forma que el ingenioso puente flotante quedaba tenso y listo para ser utilizado. Ciertamente era peligroso pero cuando la sangre hierve en la juventud los riesgos no suelen constituir un gran obstáculo.

Durante dos años todo fue bien. Y quizás así habría continuado si sor Antonia no hubiera tenido síntomas de preñez antes de cumplir las dieciséis primaveras. La visitaron dos médicos pero ambos no dijeron esta boca es mía. Los galenos canarios están muy al día con los embarazos monjiles pero prefieren no darse por enterados. Todos temen entrar en pleitos con la Iglesia. El silencio les guarda tanto el empleo como el reconocimiento de los estamentos religiosos. Pero los plazos de la naturaleza son irremisibles: a finales de septiembre la criatura quiso salir del vientre de su madre.

EN LAS LETRINAS

Desde que sintió los primeros dolores Antonia se encerró en las letrinas e intentó parir sentada allí mismo. Los dolores fueron tan fuertes que la joven se asustó y comenzó a dar gritos desgarradores pidiendo un confesor.

Varias monjas entraron en las letrinas. Se quedaron petrificadas mirando sabedoras de lo que sucedía. Ninguna movió un solo dedo hasta que la adolescente expulsó a su hija que cayó al fondo de la letrina. Nadie se dio por enterado del asunto.

Cinco días más tarde una criada encontró a la niña muerta. Denunció el caso. El franciscano padre provincial Pascual Ferrer se desplazó desde Tenerife a Gran Canaria y se abrió una investigación. La primera medida fue encerrar a sor Antonia en una prisión del Santo Oficio sin luz y con el alimento justo para sobrevivir. Previendo que le podría suceder lo mismo fray Avendaño se fugó del convento en el mes de febrero del año pasado para buscar refugio en la Catedral de Las Palmas. Sor Antonia se enteró de la fuga de su amado. Logró abrir la puerta de la celda con un clavo. Subió a la azotea. Saltó a la calle y corrió como una loca.

LA CATEDRAL

La monja acorralada
Catedral de Santa Ana (Las Palmas de Gran Canaria).

Fue mayúsculo el susto que se llevó fray Avendaño cuando de madrugada vio entrar en la Catedral a la infantil sor Antonia vestida únicamente con un camisón blanco. Enterados los curas de la Catedral de que contaban con una nueva inquilina no tuvieron mejor idea que dejar de lado el derecho al amparo y a la inmunidad del templo. Se olvidaron también de los jueces regulares y del padre provincial. Cargaron con sor Antonia y la depositaron en su convento para que al menos la chiquilla pudiera comer algo.

El enfado de los franciscanos y de los jueces con el cabildo catedralicio fue de antología. De inmediato acudieron al Supremo Consejo de Estado y lograron una firma del conde de Campomanes para que Antonia fuera devuelta a los jueces regulares. La orden llegó a Las Palmas el día 14 de agosto pasado. Se reunieron los curas de la Catedral y el padre Nicolás Viera y Clavijo, hermano del historiador tinerfeño, logró convencer al resto para que no entregaran a Antonia a los del Santo Oficio. Del fraile Avendaño no parecía acordarse nadie.

EL REY

Hace pocos meses la madre de sor Antonia envió al rey una carta redactada por el canónigo Nicolás Viera. Antonio piensa que los canónigos grancanarios –incluido Nicolás Viera– no saben todavía con quién se la están jugando. Habrá que esperar todavía algún tiempo para conocer quién se lleva el gato al agua. La ventaja parece estar de parte de los jueces inquisidores empeñados en demostrar su buena moral y mejores virtudes en este caso.

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Interior de la catedral de Santa Ana (Las Palmas de Gran Canaria).

Lo que Antonio ignora es que el día 7 del pasado mes de enero el Consejo se dirigió al fiscal para solicitarle un informe. Por extraño que parezca ya ese informe está redactado y hace tres horas que reposa sobre el escritorio del fiscal. Todavía no piensa enviarlo porque quizás falte algún dato por investigar. El documento recomienda que el Cabildo de la Catedral continúe disponiendo de la monja como mejor considere. Entre otras cosas aparece en este documento lo siguiente:

[…] solo encuentra por prueba de los atroces crímenes de la incontinencia y homicidio de que se quiere culpar a la doña Antonia unos testigos demasiadamente débiles, y unas deposiciones mugeriles poco consecuentes, confusas, repugnantes las más de ellas, y todas lejos de aquella verdad ingenua y sólida que se requiere y necesita para formar un juicio seguro de la culpa o calumnia en los delitos graves.

Lo que sí resulta sin incertidumbre de dicha causa es una multitud de enredos, ilusiones, chismes, poca caridad hacia esta religiosa en muchas de sus hermanas, tanto que parece que se complacen en las declaraciones extendiéndose algunas más de lo que se les pregunta y olvidando su carácter modesto […].»

Extracto de la novela histórica «Canarias», de Manuel Mora Morales. Editorial Malvasía, 2012, Islas Canarias, pp 482-485.

Todos los derechos reservados para el texto.

"El monje y la monja", de Cornelis van Haarlem (1562 - 1638).VER
La actividad sexual en el clero católico: memorias desordenadas

 

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