Conocidos como Isleños, los habitantes de los asentamientos canarios en Luisiana son los descendientes de algo más de dos mil canarios que fueron trasladados a esa región por Carlos III, entre 1778 y 1784. Allí se dedicaron a la agricultura y, aunque permanecieron en las mismas tierras cuando los Estados Unidos las anexaron, una parte de ellos se aisló lo suficiente como para continuar hablando el mismo dialecto canario del siglo XVIII que llevaron sus antepasados. Exceptuando a Deliana Marante, una joven ingeniera, hija de inmigrantes palmeros en Venezuela, que ahora vive en Plaqueminth Parish, no creo que haya otro residente isleño en esa zona cuyos antepasados llegaran a Luisiana después del siglo XVIII.

LA RESERVA LINGÜÍSTICA
Es decir, los canarios tienen en el Sur de los Estados Unidos una reserva lingüística de hace más de dos centurias y bastan algunas horas de avión para que uno se sienta transportado por la máquina del tiempo y sostenga una conversación con las mismas palabras que pronunciaban los abuelos de nuestros bisabuelos. Un tesoro inconmensurable que ahora mismo corre peligro inminente de desaparecer.
Cuando España abandonó Luisiana y Florida Occidental, a principios del siglo XIX, el contacto con los colonos canarios sólo se mantuvo desde la ciudad de Cienfuegos, en Cuba. Con posterioridad, estos vínculos también se perdieron paulatinamente y los descendientes de canarios llegaron a olvidar de dónde procedían sus ancestros.

«Caldo isleño» de Luisiana es el mismo «puchero» o «sancocho» de las Islas Canarias.
EL PROFESOR FRANK FERNÁNDEZ
Hace unos treinta años, de la mano del profesor Frank Fernández, los isleños redescubrieron su procedencia canaria y han intentado revalorizar su herencia cultural, siguiendo el camino trazado por la comunidad acadiana, unos años antes.
En la década de 1960, había en San Bernardo un hombre llamado Nano Díes. Poca gente lo recuerda. Había nacido en Delacroix Island, un sitio que no es una isla y que debe su nombre de “Isla” a que allí se asentó una comunidad canaria, es decir, isleña. Nano, como el resto de sus vecinos, pensaba justo lo contrario: que él era isleño o “islander” porque había nacido en la Delacroix Island (Isla de la Cruz). La memoria del archipiélago canario se había perdido.
Se preguntaba si tendrían los isleños una historia como los acadianos y las “décimas” serían parte de un folclore, en lugar de machangadas de viejos. Se fue a hablar con la única persona que no lo llamaría loco cuando se lo contase.
En la década de 1960, había en San Bernardo un hombre llamado Nano Díes. Poca gente lo recuerda. Había nacido en Delacroix Island, un sitio que no es una isla y que debe su nombre de “Isla” a que allí se asentó una comunidad canaria, es decir, isleña. Nano, como el resto de sus vecinos, pensaba justo lo contrario: que él era isleño o “islander” porque había nacido en la Delacroix Island (Isla de la Cruz). La memoria del archipiélago canario se había perdido.
Se preguntaba si tendrían los isleños una historia como los acadianos y las “décimas” serían parte de un folclore, en lugar de machangadas de viejos. Se fue a hablar con la única persona que no lo llamaría loco cuando se lo contase.

Los isleños de Delacroix Island son pescadores de ostras y camarones (gambas).
No era difícil dar con él, porque allí se conocía todo el mundo. Frank era otro isleño cuarentón, nacido también en La Isla, en los alrededores del Bayou Terre-aux-Boef, en San Bernardo. Ejercía de maestro, antes de ser nombrado Historiador Emérito de San Bernardo, un interesante cargo existente en los países americanos que conlleva un sueldo y un trabajo de recuperación, divulgación y apoyo a la historia, la etnografía y la identidad de cada población. Este isleño fue un ejemplo de buen hacer en esa ocupación.
Pues bien, Nano habló con Fernández: le confesó cómo envidiaba la revolución musical y cultural de los acadianos, mientras se preguntaba por qué los isleños seguían acomplejados de su idioma español y de un origen cuya memoria tenían perdida. El maestro Fernández escuchó con respeto las cavilaciones de Nano Díes y le prometió trabajar en aquel asunto.
Unos cuantos investigadores conocían desde hacía décadas las raíces de la peculiar comunidad isleña, habían realizado algunos estudios de sus características lingüísticas e, incluso, tenían libros publicados sobre ellas, como el lingüista Manuel Alvar. Sin embargo, a los isleños de Luisiana no les llegaban noticias sobre esto y, por desgracia, las personas que habían sido objeto de encuestas o filmaciones no poseían suficiente cultura académica para darse cuenta de su significado y auténtica importancia. De manera que Frank Fernández tuvo que comenzar desde el principio.
UN TESORO
Pronto confirmó que él y sus vecinos provenían de las Islas Canarias y que su habla no era un trasto inservible, sino un tesoro del siglo XVIII. Que sus comidas, como el caldo isleño, no eran bazofia sino manjares. Que sería posible recuperar la memoria y contactar de nuevo con sus hermanos del otro lado del Atlántico. Así lo hizo.
El efecto fue sorprendente: muchos de los isleños, con apellidos franceses, que hasta entonces sólo se atrevían a reivindicar con la boca chiquita la cultura cayún, declararon a los cuatro vientos que eran canarios. Desempolvaron los apellidos Acosta, Pérez, González o Morales y se los engarzaron a sus nombres ingleses como si fueran joyas.
Hasta los que llevaban apellidos franceses pronto se presentaron diciendo: “Me llamo Fulano Mengano, y mis apellidos isleños son Acosta y Morales”.
Después, todo llegó de manera natural: las fiestas canarias, los museos, la genealogía y hasta una película…
También llegaría el huracán Katrina, en el verano de 2005, y arrasaría la mayor población de isleños: San Bernardo Parish. Había unos 70.000 habitantes y sólo han quedado menos de 20.000… y se siguieron saliendo, en busca de tierras menos peligrosas. Con ellos se ha perdido una cultura extremadamente frágil
La ignorancia desgustativa es tremenda. Pero los eruditos dicen que el sabor de las gambas caribeñas no es como las de Sanlúcar, por eso de la temperatura del agua. Ni idea.
En Canarias un camarón y una gamba serán lo mismo, en Cádiz no.
En Canarias tampoco, pero en Nueva Orleans y en en el resto de Luisiana, sí. A las gambas las llaman camarones, como en Centroamérica. Saludos.