EL RELATO
«¿Y la señora es casada?» no es un relato de ficción, sino la transcripción de unos hechos tan asombrosos como verídicos que presencié personalmente. No les quepa la menor duda de que todo lo que cuento es real, sin añadir ni quitar una sola coma.
En el mes de enero de 2019, me encontraba en un aeropuerto europeo, fuera de España, y hacía cola en la sala de llegadas para mostrar mi pasaporte comunitario, porque había volado desde un país que no pertenece a la Unión Europea. Junto a mí, había una larga fila de inmigrantes y turistas extracomunitarios que avanzaban lentamente hacia las ventanillas de control.
Casualmente, reparé en que una funcionaria caminaba hacia esas ventanillas seguida por una mujer joven con cara de estrés, la cual portaba en sus manos una pequeña maleta y un teléfono móvil. La empleada del aeropuerto la ubicó en la parte delantera de la cola de extracomunitarios, justo en la fila que se hallaba a mi lado derecho. La noté tan agobiada que decidí tranquilizarla.
–¿Qué te pasa? –le pregunté en español.
Pareció no entenderme e intenté comunicarme en otro idioma: esta vez sí comprendió.
–Voy a perder mi avión a O. –me dijo mientras manipulaba su móvil con nerviosismo–. Sale a las ocho en punto y no me va a dar tiempo.
–¿De dónde vienes?

–Tomé el vuelo en S. –hablaba rápido y parecía tener necesidad de comunicarse con alguien–. No pude dormir en toda la noche, nerviosa, porque es la primera vez que vuelo a Europa. Además, cuando apagaron las luces de cabina, me dio miedo la oscuridad total del exterior.
–Bueno, ya estás en tierra…
–Sí, tomamos tierra a las siete de la mañana, pero la cola de inmigración da mil vueltas y pensaba que nunca llegaría a tiempo de tomar mi siguiente vuelo.
–Aquí hay, al menos, trescientas personas –le comenté.
–Estoy con muchas ganas de enviar un mensaje a mi familia y amigos para decirles que he llegado viva, pero no encuentro Wifi. ¡Ah, mira, ahora! Ya me estoy conectando con la Wifi del aeropuerto. A ver…
En ese preciso momento fue requerida desde la ventanilla por un policía que le hizo una seña. Cuando ella avanzó en su dirección agitando el teléfono móvil en su mano nerviosa, él le gritó con cara de pocos amigos que allí no estaba permitido utilizar móviles. La chica había encontrado a un agente con cara de haber dormido mal aquella noche y de haberse levantado de la cama discutiendo con la familia.
Yo pude haber salido de la sala, pero me quedé allí, sin saber muy bien por qué, observando los trámites aduaneros de la mujer y grabándolos… en mi mente. Esto fue lo que sucedió:
LO SÉ… ¿Y LA SEÑORA ES CASADA?
El policía le pidió los documentos y ella los puso en la ventanilla.
–Déjeme ver la reserva del hotel.
También la entregó.
–¿A qué se debe el motivo de su viaje? –la voz del funcionario era innecesariamente dura.
–Estoy de paseo por vacaciones.
–¿Vacaciones? ¿Entonces, usted trabaja en su país?
–Sí, soy profesora.
–¿Profesora? ¿Y de qué, si se puede saber?
–Doy clase en la prefectura de la ciudad de P., donde vivo, en el litoral de S.
–¿Y tiene algún documento probatorio de que usted es una profesora funcionaria?
–Bueno, yo tengo en el teléfono móvil un…
–¡Le he dicho que aquí no está permitido usar el móvil!
–Disculpe, señor, pero antes de venir leí todas las leyes de inmigración y no exigían que yo debía acreditar que tenía un empleo.
–Lo sé… ¿Y la señora es casada?
–Divorciada.
–¿Tiene hijos?
–Sí, dos.
–¿Y lleva fotos suyas ahí?
–Las tengo en el móvil.

–¡Pues anda, niña, muéstrame esas fotos!
Se la enseñó y él preguntó por los nombres. Se los dijo.
–¿Y usted tiene ahí los documento de los niños?
–No, señor, ¿cómo iba yo a traer los documentos de mis hijos si ellos no están aquí?
–¿Y por qué no trajo a sus hijos?
–Los niños están pasando las vacaciones con su padre.
–¿Y no quieren vivir con la madre? –dijo en el mismo tono con el que podría haberla llamado “puta”.
–El padre tiene derecho a estar quince días de vacaciones con sus hijos –ella suavizó la voz–. Es lo que dicen las leyes de mi país.
–Bueno, bueno…. ¿Y por qué eligió la ciudad de O. y no la capital?
–Escogí O. porque está en el norte y es frío. Yo quería conocer el frío extremo.
–¿Conocer el frío?
–Sí, donde yo vivo no hace tanto frío.
–¿Entonces, porqué no eligió el país X?
–Porque yo no entiendo su lengua. Ni una palabra. Sólo hablo mi idioma.
–Dígame entonces los puntos turísticos de O. que usted va a visitar.
LA MUCHACHITA DE T.
–El río y los puentes.
–¿Solamente?

–Oiga, señor, el hotel donde estaré alojada tiene guías turísticos que organizan visitas en grupo. Por eso no me preocupé de averiguar nada más. Todo puede verlo en mi teléfono móvil.
–¿Los de su país no usan papel para leer y escribir?
–Lo evitamos. Es una cuestión ecológica.
–Pues déjeme ver esa guía del hotel.
Le mostró el móvil.
–¡Enséñeme los pasajes de regreso!
Se los enseñó.
–Pero, dígame, ¿ese apellido suyo de dónde es?
–Es de aquí, de este mismo país.
–¿Y usted tiene familia aquí?
–No, que yo sepa. Mi bisabuelo salió de esta tierra y murió allá. Mi abuelo también.
–¿Y de qué región salieron?
–Mi madrina me llamaba “muchachita de T.”. Así que debe ser T.
Mientras las preguntas fuera de lugar se sucedían, un rictus morboso de crueldad se iba acentuando en los labios del policía. La mujer hacía visibles esfuerzos por sobrellevar su humillación y retorcía sus manos, presa del más absoluto nerviosismo, al tiempo que quizás trataba de entender la razón de tanta rudeza.
Vi cómo se le estaban escapando las lágrimas. Su vuelo iba a salir de un momento a otro y ya debía de estar pensando que aquel pendejo la metería en prisión. Finalmente, el policía le entregó el pasaporte con gesto de desprecio y una risita burlona: ella corrió como una loca hacia el control de equipajes.
EPÍLOGO
Naturalmente, no puedo saber lo que sucedió después. No sé si perdió el avión por culpa de aquel joven funcionario y se arruinaron sus vacaciones o si logró tomar su vuelo y disfrutar unos días en su destino.
Por mi parte, salí del aeropuerto pensando en que cualquier día otorgarían una medalla a aquel abnegado polizonte, guachimán de las supuestas intenciones terroristas de una profesora y madre de dos niños que posiblemente había ahorrado durante años para pasar dos semanas de vacaciones en Europa.
Si uno pone atención, siempre es posible encontrar a nuestro alrededor a uno de estos superhéroes que emulan las crueldades de nuestro inefable Billy el Niño. Y, no muy lejos, también hallará a quien le premie sus servicios, ciertamente.

Es increíble lo nervioso que te pueden poner estos personajes, minuciosos cumplidores de su «deber» y crueles. Me ha gustado por su agilidad y estudio psicológico.
Traumatizante.