Cuenca

Fui a Cuenca expresamente a ver en la catedral una exposición del artista chino Ai Weiwei. Realmente, no me agradó esa exposición que nada tenía que ver con otras muestras suyas a las que había asistido.

Sin embargo, no me decepcionó la ciudad ni la catedral, uno de los edificios que más me han sobrecogido por la luz de sus ventanales. Una iluminación que convierte el recinto en un lugar mágico, una auténtica antorcha solar alimentada por la luz que filtran las vidrieras.

Agradezco a Ai Weiwei que haya podido disfrutar en la misma catedral de otra exposición en la que se encontraban obras de dos paisanos míos,  un cuadro fantástico de pintor Millares y una escultura del escultor Chirino, recientemente fallecido, que roba al aire sus espirales y las derrama por el suelo. Esta muestra compensó con creces la decepción china.

Y la ciudad. Tan antigua como uno la presiente y tan moderna como no se la espera, contiene un espléndido Museo de Arte Abstracto, callejones empinados y recovecos al borde de un precipicio, olor a monjas y santurrones, restaurantes difíciles de entender y un sinfín de señuelos que pueden retener a uno muchas horas merodeando sin parar.

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Monumento a las turbas de Cuenca: grupo de tamborileros que actúan en la Semana Santa.
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Imagen románica de la Virgen y el Niño en la catedral.
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La catedral y su luz.
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Convento de San Pablo, actualmente convertido en parador de Cuenca.
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La piedra, siempre omnipresente en muros y calzadas.

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Cartel de la exposición Ai Weiwei y de los informalistas en Cuenca.

 

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Maravillosa catedral de Cuenca, donde tuvo lugar una exposición de Ai Weiwei de muy bajo interés.
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Obra de Chirino.

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En cuanto a la obra Ai Weiwei, confieso que no me gustó, a pesar de que casi toda su producción me parece genial. En esta instalación, titulada S.A.C.R.E.D., se evidencia un narcisismo excesivo e innecesario para denunciar la falta de libertades en su país: seis cajas metálicas (que deben medir unos 5 m de largo, por 2 de ancho y 1,5 de alto) colocadas dentro de otra caja grande, a manera de contenedor.

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Dentro de cada una de estas cajas, se encuentran tres esculturas que representan a Ai WeiWei y a un par de policías chinos, cuyo estilo recuerda los juguetes infantiles de hace unos años. Nos cuentan escenas de la detención del artista, siempre custodiado por sus dos guardianes, incluso cuando entra a hacer sus necesidades.

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El espectador puede ver todo esto, que está iluminado por una luz fluorescente, utilizando una mirilla colocada en cada caja. No hay nada alegórico: todo tiene un tratamiento realista: todo gira en torno a Ai Weiwei, quien se presenta como el héroe encadenado, cual reencarnación de John Lenon sin Yoko Ono en la cama del hotel Ritz.

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