
La intensidad es el grado de fuerza con que se manifiesta algo. Casi siempre, este grado de fuerza se cuantifica con una apreciación subjetiva. El color de la fachada en esta foto puede ser, al mismo tiempo, de una gran intensidad para un suizo y de una intensidad media para un mexicano, aunque los ojos de ambos posean la misma morfología y capten el mismo color. Esa diferencia se debe a la idiosincrasia cultural de cada cual.
La educación de los seres humanos late en el fondo de las apreciaciones y de las conductas. Los niños y jóvenes acostumbrados a contemplar escenas violentas, tanto reales como virtuales, en su edad adulta aceptan los crímenes y las guerras como aspectos naturales de la sociedad. Las armas no les producen rechazo e, incluso, una parte de ellos las porta y las utiliza en actividades legales o ilegales. Sólo así se explica que dos millones y medio de votantes hayan otorgado su confianza a un partido que promueve el uso masivo de las pistolas en la población española.
A estos votantes les parece ‘natural’ lo que se presenta como una barbaridad o un escándalo para más de 34 millones de ciudadanos mayores de edad.
En realidad, no son peores ni mejores que el resto, pero la intensidad con que sienten el valor de la vida y de los derechos humanos es relativamente baja respecto a la mayoría.
La educación en la familia y en los centros de enseñanza parece fundamental para avanzar hacia una sociedad más humana y civilizada.
Invirtamos en eso.
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