No quieren mujeres a su lado. No es que hayan salido del armario, son cofrades. A los cofrades les encanta recibir órdenes y reprimendas de un señor encapuchado que les va gritando como un sargento, también les gusta dar pasitos al son de un tambor, cargar un peso tremendo, vestir un batilongo y sentir que sus compañeros caminan pegaditos a sus espaldas echándoles el aliento en la nuca y colocando la manita en su hombro. Al menos es lo que yo he visto en la Semana Santa andaluza. Si alguien piensa que he visto mal, debería sacarme de mi error.
Otra cosa son las interpretaciones, claro. Los porqués de estas manifestaciones públicas. Eso prefiero dejarlo a cada cual: los católicos dirán tal vez que se hace para alabar a la divinidad; los freudianos, que es una proyección de la sexualidad reprimida; los sociólogos, que es una forma de cohesionarse los grupos sociales; las feministas, que es una demostración del machismo imperante; los cofrades, que hay que ser cofrade para entenderlo cabalmente; los políticos, que…
En fin, cada uno tiene su opinión al respecto y, seguramente, todas son tan acertadas como erróneas.
Por otra parte, lo que de verdad a mí me impresiona es asistir a una procesión de Semana Santa y contemplar a los políticos de derechas hacer coro con los legionarios para cantarle a una cabra la serenata titulada “Soy el novio de la muerte”.
Les aseguro que el espectáculo no tiene desperdicio.
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