En el instante mismo que disparé esta foto (Vegueta, Las Palmas de Gran Canaria), rememoré una mañana lejana, cuando estuve luchando con molinos de colores como si fueran gigantes de viento.
Todavía tenía yo menos conocimientos que ahora sobre las técnicas de offset –en grandes máquinas capaces de procesar hojas de papel de 50 x 70 cm– y me empeñé en imprimir unos pliegos en azul y naranja.
Resultó un auténtico caos: hojas que no querían entrar, algunas se pegaban a los rodillos, otras salían literalmente destrozadas, a veces la cantidad de tinta era mucha y otras el ph del agua diluía los colores,…
Horas más tarde, a trancas y barrancas, la impresión salió con cierta dignidad, pero mis manos, mi cara y mis ropas eran una bicromía azul y naranja con todos los tonos intermedios incluidos.
Sin embargo, lo importante fue la lección aprendida: comprendí que el oficio de impresor, además de no ser sencillo, es arte y artesanía.
Desde aquel día mi respeto y admiración hacia los operarios de las impresoras de offset no dejó de crecer: mitad técnicos y mitad artistas estos maquinistas son artífices necesarios para la belleza de tantas láminas a color en libros, revistas y todo tipo de publicaciones sobre papel.
Ningún trabajo es fácil, pero les aseguro que el de impresor es de los más complicados que existen y realizar buenas impresiones litográficas solamente está al alcance de quienes aman intensamente su profesión, independientemente de la tecnología utilizada.
Sí, al disparar esta foto naranja y azul, recordé aquel día en que había luchado a brazo partido con gigantes como si fueran colores, al tiempo que se me agolparon en la memoria recuerdos entrañables de don Teodoro González, don Alberto J., don Domingo Negrín, D. Juan José y tantos otros excelentes maquinistas que durante años han llevado al papel mis ideas, incluso las más torpes y peregrinas.
Sirva esta imagen como un pequeño homenaje a quienes tanto debo.
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